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El nuevo imperialismo «corporativo»

El nuevo imperialismo en Otramérica tiene forma de megaproyecto. Si ya lo dijo el
intelectual Felipe González (reflexivo contemporáneo y asesor personal del
tendero multimillonario Carlos Slim), que lo que hacía falta en estas tierras
sin Dios eran carreteras e infraestructuras, que tenía que conectarse esta
colcha de retazos, que si no es así, nunca llegará el “desarrollo”. González
nunca dice nada por gusto, siempre hay detrás un plan ya delineado hace tiempo,
aunque nosotros no seamos conscientes.

Latinoamérica tiene riqueza natural y, en algunas partes, baja densidad de población. Por eso, Colombia venderá en junio sus bloques petroleros, aunque estén debajo de
comunidades indígenas y afrodescendientes que ya han sufrido el embate de todas
las violencias; Panamá a anunciado cambios en su legislación para permitir a
Corea del Sur la explotación del mayor yacimiento de cobre de las Américas; Argentina ha triplicado sus cultivos de Soja en los últimos seis años –“La soja se come todo: vacas, pueblos, montes, tradiciones e incluso trabajadores rurales, porque exige poca mano de obra y porqueexiste una creciente concentración de la propiedad de la tierra”, escribía ayer Soledad Gallego-Díaz. Por lo mismo, el Plan Puebla-Panamá-Colombia avanza a toda marcha con la interconexión eléctrica y otras mega infraestructuras planeadas. Por si faltaba algo, y dentro del denominado y casi clandestino IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Suramericana), hay 510 proyectos en marcha con una inversión de 74.000 millones de dólares ( unos 60.000 millones de euros).

Los megaproyectos económicos están devorando Otramérica y ni el Avatar de James
Cameron
rogando en estos días al saliente Lula que impida la represa en el río
Xingu, en pleno Amazonas, tiene el poder de frenar la devastación y las
nefastas consecuencias para las comunidades.

El imperialismo moderno tiene cara de multinacional (estadounidenses, canadienses,
europeas o brasileñas) y se centra en tres sectores fundamentales: la energía
(petróleo, gas, hidroeléctricas o biocombustibles), los minerales (cobre,
aluminio y oro) y los monocultivos intensivos (palma aceitera, soja, maíz…)
para sustentar el esquizofrénico sistema de producción alimenticia capitalista
del norte.

Estas multinacionales se mueven como pez en el agua logrando concesiones estatales, tienen financiación de instituciones como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Corporación Andina de Fomento (CAF) o el Banco Mundial (BM) y hablan todo el tiempo de desarrollo sostenible, de inversiones ecológicas y de mitigación de impactos. Pero son solo palabras huecas. El Sur debe producir
para el norte y, en ese esquema tan sencillo, la ventura de las comunidades
locales es una anécdota que poco importa. Hay resistencia, aun pacífica, pero
solo hay que dar tiempo al tiempo para que tengamos las nuevas guerrillas en
defensa del territorio (como ejemplo pueden leer el magnífico artículo de Arundhati
Roy sobre la guerrilla maoista en India). Luego acusarán a indígenas y
campesinos de retrógradas, de estar en contra del desarrollo, de frenar la economía
de sus países. Será tarde: el nuevo imperialismo, con ejércitos privados (como
en Colombia) habrá tomado posesión de los centros de poder y de los campos de producción y la guerra contra él se librará en las grietas de la desinformación. Veremos.

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