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Mientras tantoEl número de teléfono

El número de teléfono

Estelas, cual cometas   el blog de Ricardo Tejada

Siempre me acuerdo y me acordaré del número de teléfono de mis padres, del que fuera mi teléfono durante muchos años, nuestro teléfono, porque tengo hermanos. Por el contrario, no me acuerdo para nada de los diferentes números de teléfono que he ido teniendo a lo largo de mi vida, en Madrid, Bélgica y Francia, desde que dejé de vivir en su casa, hace ya mucho tiempo. Esas seis cifras, precedidas del prefijo de Guipúzcoa, el 943, encarnan una especie de melodía en miniatura, que encierra toda mi vida allá, mis amigos, mis novias y novietas, mis familiares, amigos de mi padre y de mis hermanos, escenas chistosas y escenas desgarradoras, asociadas al teléfono y al pequeño taquillón, al lado del patio del ascensor, donde se encontraba. El teléfono sonaba y sonaba, casi todos los días, si no era por una cosa era por otra. Y a veces rezongábamos si había que cogerlo. Siempre me acuerdo de esa maravillosa novela de Fernando Marías, La isla del padre. Las casas son barcos que tomamos y que vamos abandonando, viene a decir él. Incluso el barco más sólido que nos parece, el hogar de nuestros progenitores, nuestro hogar, termina desguazado, en un astillero perdido. Los barcos, como las casas, son seres vivos, nacen y mueren, hoy en día con mucha mayor celeridad que antes. ¿Quién puede decir hoy en día que lleva viviendo en su casa más de cuarenta años?

Muchas personas, entre las que yo me encuentro, procuran evitar cambiar de número de teléfono móvil, aunque cambien de teléfono, lo pierdan o se lo roben. Nos agarramos a un número. Otros compran siempre el mismo décimo de lotería, la de Navidad, con la fecha de nacimiento de alguien querido o porque se lo transmitió sin razón alguna su padre. Caprichos o supersticiones, según se mire, pero que no dejan de manifestar una voluntad de anclaje en el mundo cambiante y confuso en el que vivimos. Al igual que el niño, situado de repente en la oscuridad, tarareamos un ritornelo, una cancioncilla, para cerciorarnos de que estamos en algún lugar, de que no nos hemos perdido. Estar es crucial, respirar, también, parafraseando a Jorge Guillén.

Ese número de teléfono es algo así como una especie de asidero mental al que me agarro de vez en cuando. Lo recuerdo y sé que viví allá, que no estoy con las piernas al aire, asomado al vacío. Es como una estrella que nos guía al belén, al belén de nuestra vida, siempre agonizante y siempre naciente o, mejor dicho, renaciente. La aurora de la que hablaba María Zambrano no era sino eso: esa fuerza indómita, agarrada a lo más nimio, que anida en la vida, hasta en las peores circunstancias. Ese anhelo que bulle en la savia de las plantas. Recientemente, Michael Marder, de la UPV, nos ha expuesto con lucidez El pensamiento vegetal. No, no menospreciemos a las plantas, nos dice. No califiquemos de vida vegetal lo que no es vegetal, lo que no es sencillamente vida. En las plantas bulle algo que nos constituye, a los animales y a los seres humanos, a todos. Todos compartimos su anhelo, su sed de luz y nutrientes, su activo habitus de vida, como dice el autor. Esto nos tendría que obligar a meditar sobre lo que somos y sobre lo que compartimos con todos los seres naturales, no solo con el gatito o perrito de nuestras casas. La planta resiste y nosotros también porque vivir no es más que resistir con dignidad a los males, a las inclemencias de la vida. Unos versos de Rilke pueden rematar este modesto texto que aquí dejo a mis queridos lectores:

 

Ve las flores, ésas siempre fieles a la tierra,

a las que concedemos un destino al margen del destino,

¡mas quién sabe! Si de su marchitarse se arrepienten,

¿no nos toca a nosotros ser su arrepentimiento?

Ricardo Tejada, Le Mans, a 24 de diciembre de 2021

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