En ‘Ejercicios de estilo’, Raymond Queneau encuentra 99 formas diferentes de contar lo mismo. El escritor francés juega con el lenguaje de una forma extraordinaria; encuentra alternativas de todo tipo, da elasticidad a las palabras. Un mismo acontecimiento se puede contar con vacilaciones, desde un punto de vista subjetivo, desde otro punto de vista subjetivo, con insistencia, con entonces, por delante y por detrás…
La primera propuesta se llama ‘Notaciones’. Ese lugar privilegiado no significa que este sea el modelo tipo. Es una opción más y dice así:
«En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubieses estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él.
Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: «Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo». Le indica dónde (en el escote) y por qué.»
¿Cómo se puede contar eso mismo con interjecciones?
«¡Pst! ¡eh! ¡ah! ¡oh! ¡hum! ¡ajá! ¡uf! ¡anda! ¡caramba! ¡córcholis! ¡pchs! ¡puaf! ¡ay! ¡au! ¡uy! ¡eh! ¡ojo! ¡epa! ¡zas!
¡Mira! ¡eh! ¡bah! ¡oh! ¡ah! ¡bueno!»
¿Y de manera telegráfica?
«BUS ABARROTADO STOP JOVEN CUELLO LARGO SOMBRERO CORDON APOSTROFA VIAJERO DESCONOCIDO SIN PRETEXTO VALIDO STOP PROBLEMA DEDOS PIES ESTRUJADOS CONTACTO PRESUMIBLEMENTE ADREDE STOP JOVEN ABANDONA DISCUSION POR SITIO LIBRE STOP CATORCE HORAS PLAZA ROMA JOVEN ESCUCHA CONSEJOS INDUMENTARIOS COMPAÑERO STOP DESPLAZAR BOTON STOP FIRMADO ARCTURUS»
Los mejores libros son los que llegan en el momento justo. Leí ‘Ejercicios de estilo’ en mi primer año de universidad. Empiezo periodismo y entre entradillas y ladillos descubro que darle a la tecla no se reduce al sujeto-verbo-predicado. Que una noticia es A-B-C, pero que las palabras se pueden tocar, se pueden sentir, se pueden oler.
«En aquel S meridiano había, además del olor habitual, olor a ave, haces, haches, Hades; a efigies, hachís, jota, caca, leyes; a meneo, años, pedo, culo; a reses, t.v., a doble uve ce, a esquís y agria gaceta; había cierto hedor a largo cuello juvenil, cierta transpiración de galón trenzado, cierta acritud de roña, cierta peste cobarde y estreñida, tan fuertes que cuando, dos horas más tarde, pasé por delante de la estación de Saint-Lazare, los reconocí e identifiqué en el perfume cosmético, fashionable y tailoresco que emanaba de un fétido botón mal colocado.»
El mismo profesor que me enseña a escribir una noticia me pide que le entregue un texto que sepa a paella. Y años después, cuando me paso el día en la redacción leyendo teletipos, leo en su última novela:
«… los gerentes habían estimulado la creación de muletillas como en ese sentido, y por otra parte, y voraz, y en el Estado, e incomparable marco, y alumnos y alumnas, y en orden a, y todo tipo de frases hechas y de chicle y tópicos que ocupaban espacio sin comprometer. Y todo ello para que cada redactor pudiese rellenar un par de páginas de periódico del día.»
Los tópicos, los lugares comunes. El viernes caí en una librería y me atrajo un título: ‘Diccionario de dichos y frases hechas’. Curioso, como se supone que debo ser por aquello de que escribo noticias, lo abrí. No había página que no tuviera una expresión recurrente en los periódicos: a la greña, a las primeras de cambio, a lo grande, a raudales, a regañadientes, a trompicones…
Cuando abro el periódico espero que me sorprendan. Quiero que el cronista/reportero me lleve de la mano sin aburrirme, que me descubra un camino nuevo. Que me dé algún susto, que me cuente algo divertido, que juegue conmigo. Que arranquen así:
«A los que en su día se toparon con él, a lo mejor les dice poco este rostro a medio camino entre un jubilado que le echa de comer a las palomas, un doble de Nicolás Redondo y un Buda macerado en el sol marbellí.
A los que en su día se toparon con él, les traemos este kit revelador: pónganle unas gafas de gruesos cristales. Añádanle una peluca. Métanle unas gomas en la parte interna de ambos mofletes para deformarle la cara. Vístanle con traje y corbata. Dénle una 9 mm Parabellum. O una Smith and Wesson. O una pistola Astra.»
Las lluvias racheadas, los cielos plomizos, las tardes frías y las canciones que se cantan junto a las chimeneas, han terminado por no significar nada:
«Un vieja canción folk, que todavía se canta junto a las chimeneas de los hogares, en esas tardes frías de Irlanda del Norte en que la lluvia racheada no da un respiro y el cielo plomizo parece que se le va a caer a uno encima, se refiere a Crossmaglen como el lugar ‘donde hay más delincuentes que hombres honestos’.»
Seguro que Raymond Queneau no hubiera escrito así la versión noticiosa de sus ejercicios de estilo:
«Un joven de veintiséis años tuvo un encontronazo ayer con un viajero de la línea S del autobús en París (Francia) porque lo empujaba «cada vez que pasaba alguien por su lado». La disputa no pasó a mayores puesto que la presunta víctima se precipitó sobre un sitio libre y todo quedó en una anécdota.
Los hechos ocurrieron al detenerse el autobús en una parada de la línea S, que cubre el recorrido entre Arcueil Laplace y Porte de Bagnolet Louis Ganne [Este dato es inventado, que no he encontrado la línea S]. El joven, de unos veintiséis años y cuya identidad no ha trascendido, se enojó porque una persona que viajaba a su lado lo incomodaba siempre que alguien se hacía un hueco entre ellos, según relataron testigos a este diario. «Cada vez que pasa alguien me empujas», le exhortó.
Por un momento se vivieron escenas de mucha tensión, pero no pasaron de un susto puesto que el joven se abalanzó sobre un sitio que había quedado libre. «El tipo se las daba de duro, pero tenía un tono llorón», dijo una fuente consultada. El chico vestía con un sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta y tenía un cuello muy largo, «como si se lo hubiesen estirado».
Otro testigo afirmó haberlo visto dos horas más tarde delante de la estación parisina de Saint-Lazare, en la plaza de Roma. Al parecer, el alborotador le dijo a un amigo que debería ponerse «un botón más en el abrigo», al tiempo que le señalaba el escote y le explicaba los motivos.»