Es por ello que al leerlo se te pone la piel de gallina y crees que esto no puede pasar en España que se supone un país civilizado y democrático. Pero sólo el título del informe nos prepara para su dramático contenido: “Poco, tarde y mal. El inaceptable desamparo de los mayores en las residencias durante el Covid-19 en España”. Con 84 páginas nos relatan la realidad de lo vivido, con testimonios, con estadísticas completas, con recomendaciones y descripciones que parecen sacadas de un guión de terror.
Más claro no pude decirse. Una de las primeras conclusiones de este informe que no viene de ningún grupo conspiranoico, sino de médicos expertos que se están jugando la vida en el mundo allá donde se les necesita, afirma que los problemas estructurales y sistemáticos en relación al modelo español de las residencias, ha tenido un impacto directo en la salud y mortalidad del Covid-19. Las personas mayores fallecidas en las residencias entre el 6 de abril y el 20 de junio representan según el propio Ministerio de Sanidad, un 69% de los fallecidos por Covid-19 en toda España. La falta de capacidad de asistencia a este colectivo, tanto en los servicios de atención primaria como en el sistema hospitalario, las residencias tuvieron que asumir responsabilidades de atención médica de la que no estaban preparados.
Médicos Sin Fronteras afirma que los fallos del sistema causaron que muchas personas mayores murieran solas, debido a:
- Falta de anticipación y de planes de contingencia, agravada por la descoordinación y multiplicidad de interlocutores, entre ellos Consejerías de Servicios Sociales y de Sanidad, Diputaciones, Ayuntamientos, servicios de atención primaria, servicios de salud pública, patronatos de las fundaciones y gerencias de centros privados y de centros religiosos.
- Reducido margen de maniobra para implementar las medidas de aislamiento, cuarentena y distancia, debido especialmente a la inadecuación de infraestructuras y espacios para conseguir un aislamiento efectivo, y a la alta ocupación.
- Falta de formación en la utilización de los EPI de un personal nada habituado al uso de estos elementos. Los EPI, que llegaron tarde, además de ser insuficientes, no siempre estaban adaptados a las necesidades de las residencias.
- Falta de organización, dirección y recursos humanos en las medidas de control del contagio. Con un número creciente de bajas y sin una estrategia alternativa de contratación, el personal restante tuvo que asumir otras tareas casi médicas (sin instrucciones ni conocimientos precisos), que no eran propias de sus funciones sociales.
- Limitaciones de los test diagnósticos y falta de capacidad para actuar según los resultados y dar respuesta una vez identificados los casos positivos.
- Denegación de derivaciones a los servicios hospitalarios para cientos de personas mayores, lo que obligó a las residencias a mantener alojados a pacientes positivos con pronóstico muy grave, facilitando así que el virus se propagara con rapidez, afectando a otros residentes y al personal. Esto impactó directamente en la calidad y cuidados a los residentes y, en muchos casos, probablemente contribuyó o fue causa de fallecimiento..
- Aislamiento en detrimento de la salud y de los cuidados dignos, con medidas férreas (debido a la incertidumbre generada por los casos asintomáticos y a la escasez y poca credibilidad de las No había planes de contingencia, y sí una gran descoordinación de los múltiples organismos competentes Los EPI llegaron tarde, eran insuficientes y no se acompañaron de formaciones para su uso La atención médica se dejó en manos de las residencias, que no estaban equipadas para ello, que en muchos casos fueron indiscriminadas y desproporcionadas y tuvieron un grave impacto en la salud de los residentes.
- Falta de protocolo para cuidados paliativos, final de la vida, despedidas y visitas, en parte debido a la falta de personal experimentado o en número suficiente en las residencias para dar estos cuidados, y en parte a las dificultades de la atención primaria en el momento más agudo de la crisis.
- Carencia de atención psicosocial a residentes, personal y familiares.
Muchas personas mayores murieron aisladas y solas, hasta el punto de que, en algunos casos, se las encontró ya sin vida en sus habitaciones al cabo de varias horas o incluso días. Del total de 372.985 plazas, casi el 85% son de gestión final privada. La mayoría de las residencias se encontraron el mismo problema de abandono. La falta de entendimiento entre las Administraciones gobernadas por diferentes partidos políticos y las desconfianzas entre los propios órganos de Gobierno responsables de la legislación, supervisión y fiscalización de las residencias
Para empeorar las cosas, siguiendo con el Informe, el número creciente de personal de baja, sin una estrategia alternativa de contratación para mantener o incluso incrementar las ratios de recursos humanos, obligó al personal restante a asumir otras tareas sin recibir instrucciones precisas. Hubo muchas bajas por enfermedad en las gerencias de los centros. Ese retraso contribuyó asimismo a que el tratamiento de otras patologías importantes fuese postergado o subestimado, con el consiguiente perjuicio para la salud de muchas personas; este impacto aún está por valorar
Médicos Sin Fronteras dice claramente que denegar la derivación hospitalaria sin ofrecer una alternativa viable adecuada podría incurrir en una omisión del deber de socorro, que actualmente varios tribunales están estudiando. Entre finales de marzo y principios de abril, cientos de residentes vieron denegada la solicitud de acceder a los servicios de urgencias e ingresos hospitalarios, restringiendo su acceso según comunidades autónomas y días de evolución de la epidemia. Sin alternativa, las residencias se vieron obligadas a mantener alojados a pacientes positivos con pronóstico muy grave.
Se denuncia que testimonios recogidos confirman que los servicios de emergencia denegaban el envío de una ambulancia si la llamada procedía de una residencia. Muchas personas murieron sin un diagnóstico clínico individualizado o una alternativa de manejo consensuada con la familia y los clínicos. Incluso en casos con diagnóstico de derivación (en algunas residencias privadas y religiosas que contaban con personal médico), les fue negada la referencia alegando “colapso hospitalario”; en algunos casos, se limitaban las referencias a una persona al día.
Lo que Médicos Sin Fronteras vieron es que no se garantizaba la referencia hospitalaria pero tampoco una alternativa, ni el consentimiento informado del paciente sobre las prácticas que debían realizársele, ni el respeto a su autonomía y dignidad, ni sus últimas voluntades, ni la despedida de sus familias. Muchos murieron en soledad, deshidratados, en agonía (por distrés respiratorio) y sin cuidados paliativos.
El Informe que estamos analizando señala que en España, y al margen de las limitaciones de las camas de uci, debieron proponerse alternativas con los recursos disponibles, procediendo a derivaciones a hospitales, centros sociosanitarios, extensiones hospitalarias, hoteles “confort” o medicalizados u hospitales privados, ya que, en todos estos lugares, hubo plazas libres incluso durante las semanas del pico epidemiológico.
Las Autoridades sanitarias no dejan de referirse a las indicaciones que da la OMS, pero sin embargo ignoran otras muy claras y concisas como bien aclara el informe que estamos analizando en el que muestran que de acuerdo a las pautas de la OMS para COVID-19, los paliativos se integran con los cuidados curativos: “Todas las personas deberían tener derecho a morir con dignidad y acceso a los cuidados paliativos si se han tomado todas las demás medidas para proporcionar atención de calidad, incluida la oxigenoterapia”. Sin embargo, durante la epidemia, el volumen de cuidados paliativos proporcionados se redujo notablemente; un estudio realizado en un hospital español (y referenciado por la OMS) indicaba una reducción del 50% en los ingresos para cuidados paliativos.
INFORME DE MÉDICOS SIN FRONTERAS: