Desde hace años me persigue el oro. O yo lo persigo a él. Nunca he tenido una joya de oro ni la he regalado. No era un tema ideológico, simplemente no le veía la gracia a gastar un dineral en una cosa que brilla y que, para mi gusto, suele ser bastante mañé.
Pero el oro me persigue. Lo hizo en Colombia, donde pude ver las dragas ilegales brasileñas en el río Atrato. Brazos armados de la ambición que hundían su maquinaria en el fondo de ese río sagrado buscando la onza precisa. Antes no merecía la pena tanto esfuerzo, cuando la onza valía 300 dólares. pero de eso hace ya más de 10 años y ahora hay que buscarla en el fondo de una montaña de lodo porque se paga a casi 2.000 dólares la onza.
Dicen que hay varias razones. Las nuevas inversiones en oro ante la fragilidad evidente de la falsa economía financiera; la demanda altísima de países como India, donde las joyas de oro son la marca del nuevo estatus de los nuevos ricos… yo no sé y la verdad es que me importa poco. Lo que me preocupa es la consecuencia de esta nueva fiebre del oro que nos está llevando al far west pòr el Sur.
Me siguió persiguiendo en Panamá. De hecho me expulsaron de allá por echar una mano a las comunidades indígenas Ngäbe que no querían cambiar territorio y ancestros por regalías del oro. Y ahora, de ruta por Otramérica, me toca ver el desastre en Surinam.
Campamentos de garimpeiros en medio de la nada donde la coca cola y las putas se pagan con oro; concesiones gigantes a empresas multinacionales (como la canadiense Newmont) que amenazan con la contaminación y el confinamiento a las comunidades cimarronas que habían resistido 300 años en la selva a la presión de los blancos y de la colonia y que ahora pueden desaparecer por culpa del oro y de la mala costumbre de llevar colgados espejitos.
El oro me persigue
Otramérica
el blog de Paco Gómez Nadal