La novela Ramata es una de esas obras que se convierten en el buque insignia de un autor. A pesar de él. A pesar de todo. En sus líneas se concentra la información, las pequeñas anécdotas y los guiños que permiten entender y reconocer una cultura y un país.
El escritor senegalés Abasse Ndione empezó a escribirla en 1998 al comprobar que el éxito de su primera obra, La vida es una espiral, llegaba de manera inesperada al público francés. La noticia de una inminente proyección internacional y, sobre todo, el comprobar que se estaba cumpliendo la profecía de un marabú que le había anunciado treinta años atrás un éxito rotundo en los “países blancos”, le motivó a llevar al papel una historia que iba dando vueltas en su cabeza.
El tiempo le cundió. Tras un año y medio de arduo trabajo cobraba forma el relato de un amor de medidas excepcionales. Una tragedia de corte romántico con un único sabor africano donde el amor y el deseo se imponen al poder y la vanidad.
Desde su publicación en Francia en el año 2000 Ramata se dio a conocer como una obra que trasciende las grandes novelas de la literatura internacional. Su protagonista principal, una mujer rica víctima de la ablación que termina enamorándose de un hombre de la calle, se ganó prontamente el apodo de Madame Bovary senegalesa y sedujo muy tempranamente a un gran número de lectores europeos por su autenticidad.
El veto tácito impuesto desde el principio por la editorial senegalesa –quien juzgó que el sexo y la sangre se apreciaban en exceso– refleja el carácter transgresor de Ramata: una novela que ilustra el pulso firme y crítico de su autor, y que supone un reto para la moralidad del país de la teranga (o país de la hospitalidad).
Las entrañas de una obra-espejo
Desde el principio la realidad que presenta Ramata zarandea al lector. El enfrentamiento trágico entre un noble portero y una soberbia mujer de clase alta impone un ambiente de máxima intriga que termina convirtiéndose en el retrato de toda una sociedad.
El bar llamado Brisa del mar sirve de escenario inicial. Es uno de esos lugares en los que vecinos y amigos se encuentran para enterarse de lo ocurrido, para comentar rumores e intercambiar relatos. En esos lugares suele destacar un personaje ebrio, a menudo cargante, que, alentado por el alcohol y las circunstancias, termina exponiendo una historia de un valor inestimable.
De esta manera el narrador-testigo va desgranando la historia de Ramata: una mujer hermosa, segura de sí misma y déspota. El narrador cuenta como la esposa del fiscal general del Estado, quien en una visita a su ginecólogo, el profesor Gomis, termina enfrentándose con el portero de la clínica. Y al lector, este altercado le acerca al retrato de una mujer cruel y destemplada, que se considera por encima de las leyes, y que hace ostentación de su poder a través de un carácter explosivo y extravagante.
Pobre portero ése Ngor Ndong, pobre de todo aquel que se enfrente a esa furia. Hombre trabajador, concienzudo y justo, Ngor sigue las instrucciones de su jefe al pie de la letra, con la mayor integridad, mostrando así responsabilidad y sensatez, pero sin saber que, en algunas esferas, las reglas no existen.
En los hechos, el portero no puede ser reprendido. Sólo exigió un pase a una mujer que no conocía, le impidió el paso, sin saber que este impedimento sería considerado como una ofensa grave por Ramata y terminaría ocasionando la muerte del hombre en unas condiciones que ponen en entredicho todo el estado democrático de Senegal.
A partir de la muerte de Ngor Ndong, descubrimos una maquinaria vil y apestosa que corrompe y denigra a hombres sencillos y honestos, y refuerza a las personas untadas de poder y dinero. Con el fin de preservar sus aspiraciones políticas, el esposo de Ramata, Matar Samb, recurre a un hombre misterioso para arreglar la escena del crimen y desvincularse por completo de toda amenaza.
El gran éxito de esta novela no sólo reside en su narración precisa y fluida, directa y despiadada como la vida misma, sino también en el hecho de que combina dos historias espaciadas en el tiempo.
Ramata es una novela de gran calado social, imprevisible y a menudo cruel, que reconstruye una época y una sociedad entera. Una historia romántica con final trágico, que recuerda a antiguas novelas francesas como La dama de las camelias, Madame Bovary o Nana, pero con un sabor africano.
La evolución de Ramata y su encuentro con el placer
La novela de Abasse Ndione empieza con el final de la historia: la noticia de la muerte de Ramata, y continua con el relato de una existencia que no deja de sorprender. Gran parte de la intriga de esta obra maestra se centra en la evolución del personaje principal y nos invita a proyectarnos en un futuro: ¿Qué ha podido pasar para que una mujer de perfil tan alto caiga en ese abismo?
Nadie puede detener a Ramata, y mucho menos un simple vigilante como Ngor Ndong. La rabia de Ramata se expresa en cada una de sus frases, se abate sobre él con arrogancia – “¿Sabes quién soy?”- y sigue confirmándose a través del uso abusivo y violento de un zapato.
Humillar es algo que Ramata domina con destreza, pero también se destaca en la mentira. Luego de este lamentable enfrentamiento con el portero, la mujer no duda en crear una versión totalmente distinta que responsabiliza al trabajador por todo lo ocurrido. Ella no sabe de culpa y de remordimientos: el pobre hombre muere a manos de los policías y, sin embargo, no demuestra el más mínimo arrepentimiento.
Ramata es una mujer que sabe usar su posición y lo hace en cuanto las circunstancias lo permiten. En realidad, el desencuentro con el portero no es un caso aislado sino más bien el resultado de una espiral creciente y peligrosa. En una discusión entre el marido (Matar Samb) y el médico Gomis, el lector descubre un largo historial: “No es la primera vez que Ramata provoca altercados en un sitio público. El año pasado, en el mercado Kermel, dio una bofetada a un policía que le había indicado que había aparcado mal y que luego tuvo la desgracia de verse expulsado del cuerpo, precisamente por haber reaccionado” (página 44).
Hábil manipuladora y gran estratega, Ramata sabe usar las emociones y el chantaje para influir en sus interlocutores. Cuando percibe que alguien desconfía de su versión, le pregunta si está tramando algo contra ella, mostrando así un diestro manejo de los sentimientos.
No obstante, el lenguaje que mejor habla es el sexo. Atrevida y ávida de poder, Ramata se enzarza en una relación amorosa con el mejor amigo de su marido (el ginecólogo Gomis), revelada en la página 51, y expone así su total deslealtad. Ramata juega con las apariencias, sabe mostrar mil caras e inventarse mil discursos, con el fin de encubrir todas las situaciones arriesgadas y ese deseo insaciable de consolidar su poder.
Jackson –el encargado de restablecer el orden tras el escándalo causado por la muerte del portero Ngor Ndong– revela que Ramata mantiene relaciones a cambio de dinero. En esos encuentros que recuerdan a la inolvidable Nana de Emile Zola, Ramata se impacienta por conocer quién está interesado en ella y en cómo conseguir su próximo objetivo.
Así transcurre la vida de Ramata, logrando un difícil equilibrio entre apariencias y relaciones extraconyugales. La protagonista de la novela consigue dominar esta gran maraña de manera brillante hasta que ocurre el gran cambio de una trama impredecible.
La violación a manos de un taxista desconocido es el elemento que desmonta ese castillo de naipes, para bien y para mal. Ramata –que bien podría haber salido traumatizada con esta experiencia– vive en primera persona la mayor ironía de esta historia: “Gracias a un taxista, un desconocido, [Ramata] había alcanzado, contra toda expectativa, el más alto grado de excitación sexual” (página 115).
El orgasmo la transforma. A partir de entonces, relucen las comparaciones y afloran nuevos detalles sobre la vida íntima de Ramata. La mujer frustrada y resignada, víctima de la ablación, dominante y denigrante del inicio contrasta con la nueva Ramata apasionada y obsesionada por el placer, más adulta y, por eso, empecinada en recuperar el tiempo perdido. Esos rasgos de mujer frustrada la asemejan a Madame Bovary aunque Ramata nunca se contuvo, siempre fue consciente de su poder sobre los hombres. Por eso, la ruptura es mayor y más desequilibrante.
De ser una mujer que mantenía un control férreo sobre cada aspecto de su vida familiar, Ramata se convierte de repente en todo lo opuesto. Se desentiende de sus responsabilidades domésticas y se lanza en una búsqueda desenfrenada: la del taxista.
Ramata pone toda su audacia y creatividad al servicio del placer, consigue ubicar a su agresor y encuentra el modo de escaparse a solas con él durante unos días. En ese momento, se opera el tercer cambio, el más importante: Ramata acepta abiertamente su papel de esclava y eleva a Ngor Ndong, su violador, a la altura de semi-Dios. Es capaz de todo para retenerlo, hasta sufrir las mayores humillaciones, y aceptar lo que hasta entonces había rechazado contundentemente (la miseria, el mal gusto, o el pasado criminal de su amante). Y ella misma lo reconoce ante su marido: “No lo puedes comprender, Matar. ¡Me he convertido en su esclava!” (página 238).
El reconocimiento de ese estado termina con la vida del esposo. La tragedia impone nuevas condiciones y la caída de Ramata se acelera. Su enloquecimiento crece con el distanciamiento de un amor imposible.
Crítica social y realidad política en la obra de Ramata
Sin ser una obra política, la trama de Ramata abre espacios claros para la crítica donde el narrador deja asomar realidades que afectan a la vida pública de Senegal. El primero de todos tiene que ver con ese entorno corrupto y falso de Matar Samb (primero fiscal general y luego ministro de Justicia), quien tiende a priorizar el fin sobre los medios.
Abasse Ndione describe con detalle el alejamiento progresivo de Matar Samb de sus principios idealistas y democráticos. Su camino por el mundo de la política –compaginado con la ambición nutrida por Ramata– le hace olvidar los inicios de su carrera, cuando iba a manifestar en la calle a favor del reconocimiento de ciertos derechos básicos.
La inocencia se evapora con el ejercicio del poder y el esposo de Ramata acaba siendo el reflejo de toda una clase: un hombre que se preocupa únicamente por su imagen, y dispuesto a pagar lo que sea para mantener las apariencias.
Pero la crítica va más allá de los personajes ficticios de esta novela y abraza –aunque sea de manera irónica– a figuras claves del Estado senegalés y de su historia, como puede ser la de Léopold Sédar Senghor quien aparece en un capítulo de la novela retratado como un poeta-presidente “que llevaba veinte años en el poder gracias a una argucia constitucional, el famoso y denigrado artículo 35” (página 102).
Abasse Ndione construye una imagen poco admirable del poder, y lo compara con una epidemia nefasta que convulsiona a todo Senegal. Las leyes y la constitución pueden cambiar de un momento a otro, dependiendo de los antojos u necesidades de los máximos dirigentes. Por ese motivo, el narrador se refiere a Léopold Sédar Senghor como “el propietario del país”, por su excesivo paternalismo y su intervención en todos los ámbitos de la política nacional. No puede evitar de mencionar su partida como algo positivo: “Era irrevocable, todo el mundo quedó contento. Lo que deseaba la mayoría era que se fuera, tal como había anunciado, a reposar a la residencia de su tierna media naranja, en Normandía” (página 103).
El análisis político sorprende en una obra narrativa. No siempre tenemos un autor que opina tan francamente sobre cuestiones ajenas a la trama, pero este punto de vista nos da algunas claves sobre la finalidad de Ramata: restablecer algunas verdades históricas poco conocidas, además de ofrecer el relato de una mujer poco convencional.
Con un vocabulario explícito y valiente, Abasse Ndione aborda temas de interés nacional como pueden ser la figura intocable del presidente Senghor o un tabú tan grande como el de la sexualidad de una mujer en un país de tradición islámica.
No obstante, el asunto que más influye en la trama –la ablación de Ramata– queda relegado a un plano superficial (sin que esto afecte la verosimilitud o la progresión de la historia) y no recibe mayores críticas del autor, quizás por no desviarse del foco de atención y entrar en apreciaciones inoportunas.
El momento en que Ramata descubre por primera vez el placer permite al lector entender cuál había sido hasta entonces su relación con algo que consideraba una fatalidad impuesta e innegociable. Más que una forma de afirmar su dominación, el sexo era para ella una vía de encontrar la felicidad.
“Con la esperanza de curarse de lo que consideraba una enfermedad, jamás había tenido la presencia de ánimo de rechazar las proposiciones de un hombre, cuando no las buscaba incluso ella misma” (página 115).
Distensión y final reflexivo
La historia de Ramata finaliza con las reflexiones de un narrador asombrado y desubicado. Dar un significado a esa caída destructora se convierte en una necesidad que Abasse Ndione resuelve con un sentido del humor y una filosofía innegablemente africanos.
“¡Qué extraño el destino de Ramata Kaba! Lo tenía todo para ser dichosa, pero no lo era. En su desenfrenada búsqueda de la felicidad, encontró tan sólo locura” (página 346). Estas son las reflexiones del narrador antes de concluir que la felicidad está en aceptar lo que tenemos. “Me conformaré siempre con lo que tengo”, concluye.
El destino de Ramata es por definición el reflejo de una persona que anhela más de lo que tiene, una persona inconforme que desea para sí misma lo que una sociedad –o una cultura– le ha negado. La libertad de decidir, de ser mujer y de experimentar placer al igual que los hombres.
Ramata rechazó el destino impuesto por el país de la teranga, donde el sufrimiento deber ser aceptado y digerido en silencio, y por ese motivo las preguntas quedan abiertas y resuenan con fuerza: ¿Ramata debió conformarse con su vida? ¿La locura que experimentó al final fue un castigo divino?
Ramata ha sido publicada por Roca Editorial.
Johari Gautier Carmona es periodista. En fronterad ha publicado, entre otros artículos, Alberto Salcedo Ramos o el rostro temperamental de la crónica, La islamofobia: el nuevo rostro de la ultraderecha europea y Ben Okri y la luz de África. En Twitter: @JohariGautier