Es día de huelga en España y aquí estoy yo, dándole a la tecla. Siguiendo la campaña electoral en Brasil, en medio de la conciencia de estar acompañando un momento histórico para este país donde ya me siento (casi siempre) en casa. Hoy, mientras leo, y escribo, y reflexiono, y sueño, tengo a mi España más presente que nunca. Y pienso en las luchas que nos quedan por delante a mi generación si no queremos ver cómo se nos escurren entre los dedos los logros del Estado de Bienestar, sin dudas el mejor invento de Europa.
A cuatro días para las elecciones generales del 3 de octubre, el dilema que se le presenta al pueblo brasileño es bien distinto y, al mismo tiempo, esencialmente el mismo. El electorado de izquierdas se debate entre la decepción de la ortodoxia neoliberal de Luiz Inácio Lula da Silva y el pragmatismo del voto útil. Los movimientos sociales apoyan mayoritariamente a Dilma Rousseff, la candidata de Lula, concebida como el “mal menor”. La candidatura del socialista PSOL, un veterano Plínio Arruda de Sampaio que atrae mayores simpatías entre las izquierdas que la desarrollista Dilma Rousseff o la evangelista Marina Silva, no tiene chances reales de llegar a la segunda vuelta, pero para muchos se perfila como un voto de protesta y algunos aun quieren ver en él una alternativa real.
¿Lula ha sido “más de lo mismo? Los logros son innegables: en ocho años, los pobres han pasado de representar el 38,7% al 25,3% de los 190 millones de brasileños; la pobreza extrema ha caído a la mitad, del 17,4 al 8,8%. La calidad de vida de la población ha mejorado en general, pero, sobre todo, entre los más pobres, que han visto crecer su renta per cápita mucho más rápidamente que las clases altas. Y, sobre todo, ha ascendido hasta consolidarse una nueva ‘clase media popular’ –la llamada clase C- que ya supone un 50,5% de la población; esto es, unos 95 millones de brasileños que nuevos consumidores que por primera vez compran coches, neveras o computadoras, conformando una pujante demanda interna que está en la base de la rápida recuperación económica de Brasil tras la explosión de la crisis en 2008.
Pero el Brasil del ‘boom’ financiero e inversor, ese Brasil que podría ser la quinta economía mundial en un lustro, que quiere dejar de ser el eterno país del futuro para tornarse en potencia emergente y global, sigue siendo, todavía, el Brasil que arrastra problemas estructurales enquistados, impresos a fuego tras siglos de expolio y gobiernos corruptos. El “otro Brasil”: el de los cuarenta millones de favelados, los miles de indios olvidados y los trabajadores esclavos en los cañaverales. El país más latifundista de la tierra, donde el 1% de los terratenientes posee más de la mitad de las tierras fértiles, mientras veinte millones de campesinos despojados luchan por sus derechos desde el poderoso Movimiento de los Sin Tierra (MST). El país donde hay más hogares con DVD (casi un 80%) que con sistema de saneamiento de aguas (60%). Donde las deficiencias de la enseñanza pública siguen marcando el abismo social entre quienes pueden o no pagarse una educación privada.
¿Vaso medio lleno o medio vacío? En dos décadas, el índice de Gini cayó de 0,61 a 0,54. El avance es considerable –es poco frecuente que este índice, que mide la desigualdad social, baje tan rápido-, pero Brasil sigue entre los diez países más desiguales del planeta. Quienes simpatizan con Lula subrayan que cumplió su promesa de atajar el hambre; sus detractores insisten en que no ha atacado las causas estructurales de la desigualdad. No han prosperado, ni hay muchas esperanzas de que terminen de arrancar con Dilma, ni la reforma agraria, ni la reforma tributaria, ni la desconcentración regional de la riqueza –en el Nordeste, la renta per cápita es un tercio que en el Sureste.
“El Partido de los Trabajadores ha sido cooptado por la burguesía de una forma brillante. Lula es un bombero de la lucha de clases a escala internacional y el PT sirve como un colchón para preservar el orden y para impedir que explote esa revuelta latente en el pueblo brasileño. Y, en eso, la burguesía fue brillante, instrumentalizó al PT y al (sindicato mayoritario) CUT por medio de su capataz, Lula. Eso echó para atrás tres décadas de lucha de las manos de la vanguardia brasileña”, dice el periodista José Arbex Jr. en el último número de la respetada revista Caros Amigos. Y concluye: “Lula es un cuadro valioso para el imperialismo”.
Será por todo lo anterior que Lula, coherente en medio de contradicciones, es el único líder mundial tan elogiado en el Foro de Porto Alegre como en el de Davos…