Nos bajamos en la penúltima parada de la línea F, la 169, en Queens. Hace un frío del demonio, el cielo es de un gris desahuciado y la sensación es la de haber viajado lejos, muy lejos de los árboles navideños y las rebajas y el lío en el que se convierte Manhattan en estos días. Estamos en Hillside, la avenida principal de Little Pakistan, uno de los guetos más grandes de la ciudad de Nueva York.
Caminamos por la acera con sus letreros escritos en urdu y sus tenderos que, en efecto, parecen de ese rincón de Asia. Al lado de un despistado restaurante chino, abrimos una puerta sin dueño aparente y subimos las escaleras hasta una oficina enmoquetada con tres personas. El jefe, el señor Farooqi, un tipo serio, de pelo platino, aspecto malhumorado y un cigarrillo negro siempre apretado en los labios, nos recibe con pocas ganas. Farooqi fundó el Pakistan Post en 1991, un diario gratuito para la numerosa comunidad paquistaní de Nueva York, después de pelearse con el señor Khalil, el dueño del diario de la competencia, el Urdu Times. Farooqi ve las noticias de Paquistán vía satélite en su ordenador y enciende otro cigarrillo. Un enfado permanente con todo parece ser su único combustible.
En la sala de redacción, minúscula y desierta, con el cable del módem serpeteando por la moqueta, está el señor Farrukh, una especie de redactor jefe sin ejército. Farooqi y Farrukh se pasan el día separados por una pared, colgados al teléfono hablando con sus colegas que viven en Paquistán y les cuentan todo lo que allí no se puede publicar. Farrukh me dice orgulloso que son el único medio que se atreve a hablar del ISI, los temibles servicios secretos de su país, involucrados en el enjambre de intereses en el que se ha convertido la región. Me recuerda también que consiguieron entrevistar a Abdul Qadeer Khan, el padre de la bomba atómica paquistaní, después de decir no a Fox, CNN, CBS… Farrukh parece contrariado por el funcionamiento de su iPhone 4 y lo coge como si fuera un micrófono. Bebe un café del Dunkin’ Donuts y tiene una foto de su hijo como salvapantallas. No fuma.
La oficina tiene un aspecto horrible, una chica joven, guapa y tímida mata el tiempo en la entrada ordenando números atrasados y respondiendo a un teléfono que no para de sonar. El Pakistan Post sale cada semana, con su suplemento en inglés y sus 10 o 12 páginas de información política y opinión sobre Paquistán.
El miércoles, después de pasar la noche en blanco en la redacción, Farooqi y Farrukh llevan su número a la imprenta y luego se van a distribuirlo por el barrio, por Coney Island o, incluso, por New Jersey, donde también hay pequeños Paquistanes. La gente se entera de lo que pasa en su país. Farrukh me dice que nadie quiere volver. Mientras, suena el teléfono otra vez y el urdu vuelve a llenar la habitación. Farooqi nos mira desde su oficina y hace un leve gesto de despedida.