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Mientras tantoEl papa que llegó del sur I

El papa que llegó del sur I


 

Era lo que faltaba para que los argentinos sigan pensando que son una excepción en la América Latina: un papa. Y sí, desde hace un año el ex arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, es el pontífice que la Iglesia de Pedro parecía estar esperando después del reinado de los italianos y del polaco Karol Wojtila, ejemplar que se arrogó la caída del llamado socialismo real en el final de la guerra fría: los soviéticos, arrinconados despúes del fracaso en Afganistán, perdida la carrera de las armas y la investigación científica, atacados por intelectuales otrora aliados, sin política estratégica alguna y con una sociedad civil harta y seducida por la forma de vida occidental, hacían agua por todos lados. Rumania, la RDA, Checoslovaquia, Bulgaria, la vieja URSS, se vinieron abajo junto con el muro de Berlín en poco menos de un año y medio. Ese año y medio durante el cual el papa polaco fogoneó la revuelta de Solidarnost y no festejó (bien no hubiera quedado) el deceso de Tito, quizá el último de los grandes líderes comunistas.

 

Después hubo tiempo para casi todo. El tiempo de los viajes a África, Asia, América, etcétera. Las especulaciones sobre el papel del banquero Roberto Calvi y el dinero del banco Ambrosiano. Wojtyla en Cuba (postal prociosa), la pedofilia exacerbada, sobre todo todo en los Estados Unidos, principal fuente de ingresos de las arcas vaticanas, la larga y mediática agonía, la llegada de Joseph Ratzinger y su renuncia.

 

Y la elección del curita con cara de bueno, el argentino Bergoglio, tenaz opositor a la separación de la Iglesia y el Estado y de la legalización del matrimonio homosexual y del aborto; confesor de multitud de políticos (algunos actualmente presidenciables); sospechado de connivencia con la última dictadura cívico-militar; protector de curas de villa miseria; jesuita; hombre de pocas palabras; de homilías despiadadas contra la pobreza, las drogas, el hedonismo rampante, la pornografía y la epidemia de inseguridad que estaría asolando a la Argentina. Sus amistades con la derecha peronista agrupada en Guardia de Hierro, lo hacen un candidato ideal para demagogo de subterráneos que también supo hacerse tiempo para condenar y dicen las lenguas viperinas inundar, con la complicidad de ciertos funcionarios que hoy lo festejan, un centro cultural donde se exponían las obras de León Ferrari, un artista agnóstico hasta la médula. Bergoglio acaso sea la esperanza blanca del culto católico.

 

El sociólogo Joaquín Algranti, coordinadir del reciente volumen La industria del creer, conversó al respecto con nosotros:

 

—¿Cuál cree que fueron las razones políticas que empujaron al cónclave de cardenales a elegir a Bergoglio, un jesuita, peronista de Guardia de Hierro, confesor de un sector importante de la derecha local, para ocupar el trono de Pedro?


—Es muy difícil trasladar la percepción local que puede tener un sector de la política argentina sobre Bergoglio, al terreno del Vaticano. Es un problema de escalas y grupos de referencia. La definición de jesuita, peronista de Guardia de Hierro, confesor de un sector importante de la derecha local opera en el marco de una disputa situada que pierde sentido cuando se transforma el escenario, las funciones y cargos, los interlocutores, los temas de debates y, en última instancia, aquello que está en juego en ese momento. Habría que buscar las razones estrictamente religiosas de la elección de Bergoglio; es decir, no asumir que las formas y argumentos espirituales son el cotillón que decora decisiones políticas puras, sino pensar que el lenguaje de la religión, con todos sus eufemismos y metáforas, es suficiente para tematizar el conflicto y la vocación de poder. En este sentido, y como toda organización, la iglesia propone espacios visibles, lo que la sociología suele llamar los escenarios y espacios, invisibles, restringidos, a los que se denominan los bastidores. El problema del poder aparece en ambos dominios de la vida institucional. En este caso, el conclave de los cardenales representa, sin duda, a los bastidores de la iglesia católica. Es casi imposible, con la información disponible, reconstruir adecuadamente el sistema de alianzas, intercambios, promesas y negociaciones que confluyeron en la candidatura de Bergoglio, por un lado, y la configuración de un contexto que supo leerlo como posible conductor de la iglesia. Por el contrario, en lo que respecta a los escenarios es interesante analizar la escenificación del poder en el marco de ceremonias puntuales en donde el discurso y los gestos definen un cambio en el estilo comunicacional. Aquí parece emerger, en alguna medida, el triunfo de la fracción pastoral sobre la teológica; aunque también podría ser una alternancia más o menos consensuada entre distintos sectores o elencos de gobierno. En cualquier caso, lo que salta a la vista es que Bergoglio supo interpretar las oportunidades de poder que brindaba un modelo de liderazgo pastoral, humanizado, de cercanía con el creyente, de definiciones borrosas y ensanchamiento de los límites, en el marco de un cierto agotamiento de otras facetas institucionales que mostraban al Papa como guardián de la doctrina. Las razones políticas aparecen entonces en sus efectos.

 

—El trabajo de marketing sobre su figura ha resultado exitoso, a mi juicio. Un hombre capaz de movilizar su fuerza para levantar una exposición de pinturas de León Ferrari, de pronto se transforma en defensor de leprosos, pobres, indigentes, siempre sonriendo, un demagogo perfecto. ¿Piensa que está trabajado y calculado? ¿Con qué objetivo?


—Me parece que acá nos encontramos de vuelta con el problema de las escalas. Las acciones o funciones de cargo que en un escenario local pueden parecer conservadoras a los ojos de un sector de la sociedad, llevadas a otro espacio, a otro tablero de juego, pueden expresar una forma de renovación. No tiene mucho sentido hacer foco en la personalidad solitaria de Bergoglio separada de un cargo, una coyuntura, una circunstancia y un contexto específico. Las ceremonias del poder en lo que antes mencionaba como escenarios requieren de un trabajo constante y meticuloso sobre la imagen que se quiere proyectar. Ahora bien, es imposible no comunicar y es imposible también controlar totalmente el alcance y la recepción de un mensaje. Por eso la imagen de Bergoglio como un hombre del pueblo, sencillo y auténtico, que se corre del protocolo y acorta la distancia con aquellos que lo rodean, es naturalmente una construcción que reúne en si misma cálculo y espontaneidad. Tal vez se pueda aplicar la misma lectura al intento por conducir y traducir en términos católicos la espiritualidad difusa de los procesos políticos latinoamericanos. La repetición invita a pensar en una propuesta elaborada –tal vez nacida del ensayo y el error que a través de un cambio en el estilo comunicacional busca restituir el protagonismo de la máxima figura de la iglesia católica. Recomponer el centro de la escena no es un objetivo menor y es probable que esta sea la finalidad última de toda estrategia de promoción; un líder político o religioso debe saber interpretar las coordenadas comunicacionales que un momento requiere.

 

—Especialistas europeos aseguran que los escándalos sexuales y financieros del Vaticano tienen menos importancia en la clausura epocal del catolicismo que los diversos evangelismos y sobre todo, la avanzada china e hindú sobre todos los mundos de vida global. Su reflexión.


—Yo creo que son dos frentes distintos que no se retroalimentan, al menos no necesariamente. Los escándalos sexuales y financieros tienen que ver con una agenda interna de la iglesia católica en donde lo que está en juego es el grado de permeabilidad frente a instituciones seculares, como la justicia, cuando tiene que intervenir en asuntos que involucran a su cuerpo sacerdotal. Las acciones corporativas le quitan transparencia y refuerzan sobre todo una imagen de impunidad, propia de una institución que por momentos se proyecta por fuera de las instituciones humanas. Sin embargo, no estoy seguro de que esta situación se traduzca en menos creencias y adhesiones. El caso de la amplitud y variedad de la oferta religiosa es diferente. En principio me parece que casi todas las versiones del catolicismo son compatibles con buena parte de de las definiciones orientales que se ofrecen en nuestro país, tales como las terapias alternativas o los cursos del Arte de Vivir. A su vez, en lo que respecta a los evangélicos, existe más de un perfil de creyente que alterna sin grandes conflictos prácticas rituales y consumos católicos o de otras tradiciones. El contraste radica, a mi entender, en los espacios de sociabilidad intensivos –vale decir, de encuentro, diseño de actividades, participación grupal o de ocio y disfrute con otros que las iglesias evangélicas construyen de manera creativa. La vida religiosa no es sólo una cuestión de creencias, sino también y especialmente de construcción de lazos sociales. Este es un rasgo distintivo que, en la medida en que se amplíe y refuerce, puede hacer del Evangelio una propuesta con capacidad de desafiar la hegemonía católica en la Argentina. Habrá que seguir de cerca las nuevas formas de sociabilidad que, apoyadas en la figura del Papa, se reediten desde el catolicismo y las dinámicas que entablen con grupos rivales.

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