Entretanto, la señora Cristina Fernández de Kirchner, titular del ejecutivo argentino, almuerza con Jorge Bergoglio en Italia, en la ciudad de Mar del Plata, desde hace tres días, en el Museo de Arte Contemporáneo (MAR), un armatoste inaugurado de apuro antes de la ya extinta temporada de verano, puede disfrutarse de la muestra Francisco, un argentino universal, abierta al público por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, el titular del Instituto Cultural, Jorge Telerman -quien habría asistido al actual pontífice en aquel atentado contra la exposición de León Ferrari-, y el intendente del balneario, Gustavo Pulti. Se trata de ciento cincuenta muestras que documentan, al decir de Telerman, la trayectoria de Bergoglio «desde la Villa 1-11-14 (en Buenos Aires) hasta Francisco en Lampedusa, donde denuncia el capitalismo salvaje (sic)». La entrada, por supuesto, es gratuita. Suficiente se pagó con impuestos directos para construir un museo que no tiene dirección artística ni fondo de obra ni proyecto estético ni próxima exposición programada. Y hasta suena gracioso, si no fuera farsesca, la referencia a Giovanni Tomás de Lampedusa, el autor de El gatopardo: cambia para que nada cambie, excepto las fechas electorales. Se podrá decir que esto es política menuda, pero esa es la política que todos los días se hace en la Argentina, y puede suponerse, la que la presidente de la Nación está intentando cambiar con estas giras internacionales.
La socióloga Verónica Giménez Beliveau, coordinadora del libro colectivo Religión, cultura y política en las sociedades del siglo XXI (editorial Biblos), también fue nuestra interlocutora.
—¿Cuál cree que fueron las razones políticas que empujaron al cónclave de cardenales para elegir a Jorge Bergoglio como titular del trono de Pedro?
—Las razones tienen que ver con un signo de apertura. La iglesia es una institución trabajada por la tensión entre abrirse hacia otros credos, hacia los no creyentes, hacia otras formas de ser católicos, y cerrarse sobre sus propias filas, la curia romana, los creyentes encuadrados, los grupos de activistas, las líneas teológicas y dogmáticas propuestas por el Vaticano. Esta tensión atraviesa su historia, y así como la elección de Juan Pablo II, un papa polaco y anticomunista, significó una apertura hacia una iglesia menos romana, en la elección de Benedicto XVI, el antecesor de Bergoglio, la opción fue por el cierre. Cuando los cardenales eligen a un latinoamericano, es decir, a un periférico, externo a la curia romana, pastor, están haciendo una apuesta por el cambio, digamos un cierto cambio de aire. Hay que leer la elección de Bergoglio como papa en las varias escalas en que ésta transcurre: como cardenal de la diócesis de Buenos Aires jugó un papel político importante (fue el gran articulador) en su relación con políticos locales, especialmente opositores, muy visiblemente durante la crisis de 2008, pero por otro lado, en el interior de la iglesia argentina, encabezaba la fracción más moderada del episcopado.
—El trabajo de marketing sobre su figura ha resultado exitoso. Un hombre capaz de movilizar su fuerza para que levanten una exposición del artista plástico León Ferrari, de pronto se transforma en defensor de pobres y ausentes, un demagogo perfecto. ¿Piensa que esa imagen está trabajada, calculada?
—La figura de Bergoglio se ha vuelto sin duda un icono a nivel mundial. Ayudado por ciertas características de las que es portador, su carácter de pastor, la austeridad, un modo de vivir la fe y la pertenencia a la iglesia que contrastan con los fastos vaticanos y con la personalidad de su predecesor, Francisco es leído como el papa cercano, de los pobres, de la periferia: lo es. Es un papa que viene de lejos, el primero que viene de tan lejos como América, y que asocia a un carisma personal un carisma de función (la carga de sacralidad asociada al cargo de papa). Y es un papa que precisamente por su trayectoria, y por la iglesia argentina de la que forma parte, produce un desplazamiento de las preocupaciones y pone a la pobreza en el centro de su discurso. En el catolicismo argentino, y latinoamericano, la preocupación por la pobreza es un hilo conductor presente históricamente en distintas corrientes. La corriente del actual papa es la de un catolicismo popular conservador que trabaja con los pobres, pastorea las villas, propone una moral familiar conservadora y tiene algo que decir sobre el aborto y sobre el matrimonio de personas del mismo sexo; también, incluso sobre los límites del arte.
Así como este informe se abrió con un comentario sobre un artículo del columnista Horacio Verbitsky, es pertiente a mi juicio cerrarlo también con sus propias palabras, aclarando que si el autor de El vuelo muestra cierto escepticismo, el mío es absoluto y sin retorno. Dice Verbitsky que «Las reformas a prácticas y estructuras eclesiásticas no me conciernen, ya que no soy creyente ni especialista en esa materia. Sólo estudié durante quince años las raíces históricas e ideológicas de la complicidad de esa institución con el terrorismo de Estado, advirtiendo que no haría juicios de valor sobre el dogma ni el culto (lo que el Episcopado argentino llamó su “realidad teológica de misterio”) sino un análisis de su comportamiento en la Argentina entre 1976 y 1983 como “realidad sociológica de pueblo concreto en un mundo concreto”, según los términos de su propia conducción (…) Es demasiado pronto para evaluar la consistencia del discurso papal con su aplicación, por lo que sólo puedo desear que le alcance el tiempo para hacer todo lo que insinúa. En contraste con sus predecesores, tiene todo para ganar. Si algún sufrimiento humano alivia o ahorra, bienvenido sea. Mientras llega ese momento sería interesante que alguno de los interesados en una declaración breve y picante se tomara el trabajo de contrastar las actuales propuestas del Papa Francisco con la conducta, tema por tema, del cardenal Bergoglio como presidente de la Iglesia Católica argentina, ya sea para prevenir sobre un exceso de optimismo o para celebrar la infinita capacidad de cambio de la persona humana».