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El papel nunca morirá. La vanguardia literaria y tipográfica fue más que una gran ilusión

 

Fui temprano como cuando Tadeusz Kantor vino a Madrid. Porque temía que se agotaran las entradas para Wielopole, Wielopole. Fui temprano porque la emoción hay que cultivarla. Fui temprano porque los libros más preciosos, y los poemas más conmovedores, y las tipografías más efímeras, y las revistas más atesorables son como mariposas que aparecen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos.

Fui temprano a la casa de los fantasmas, en este Madrid fantasmal de ahora mismo, de los estruendos, de los humos, de los ruidos, de la eterna y fatigosa contienda política, la de las afueras que se extienden como una mancha de aceite, el Madrid al que volver con Pío Baroja y Gutiérrez Solana y Ramón Gómez de la Serna, y con Vicente Aleixandre y con Dámaso Alonso, y con Rafael Sánchez Ferlosio mucho más tarde, como ahora mismo con Fernando Castillo, el Madrid del que es casi imposible salir a pie, el Madrid del Rastro que Juan Manuel Bonet y otros pordioseros geniales del papel, y que con una linterna de minero instalada perpetuamente en el cerebro buscan y rebuscan y así encuentran, porque ellos son picassos de otra índole, menos rijosos acaso, más humanistas, menos cubistas, aunque no por ello menos curiosos, codiciosos del papel que alumbra y que (a diferencia de en Sarajevo durante el cerco largo y el frío penetrante) jamás los quemarán, y no solo porque arden mal, sino porque su arte efímero no calentará las manos y su pérdida enfriaría para siempre el corazón.

Fui temprano y estuve solo en las salas que la Casa de América brindó a esta colección López-Triquell que, como luego dirá Juan Manuel, y me contará el propio José Luis Abeijón cuando me entregue en mano como un viático el catálogo como si fuera un objeto clandestino que se activara como un talismán solo algunas noches de código compartido, no ha dejado de crecer desde que abrió sus puertas, porque su hacedor es insaciable, con la inestimable ayuda, colijo, de su mujer. Y si así lo escribo es para que sepa que algunos lo apreciamos y nos gustaría ganarnos su bendición para acaso un día, de la mano de Juan Manuel y de José Luis, entrar en su santuario de Sarrià, porque yo también soy un gran pordiosero del papel que espera tener algún día un fortín frente al mar abierto a la pasión en terreno no inundable y no incendiable para que los libros y las revistas y los folletos y los cuadernos (y las máscaras africanas y los discos y todo lo demás) cohabiten. Desde teatra y desde Poesía, como desde La Luna de Madrid y El Paseante, como desde teima, Man común, y Arte y pensamiento (primer suplemento literario de El País) y Pharo de Bego, que atesoro y guardo en cajas en el garaje de mi madre en el Camiño da Raposa y en una casa de Joaquín G. en la Casasola albaceteña, que podría ser título de una revista de la España deshabitada y por rehabitar, que esperan ver la luz antes de que la Parca venga a segarme el deseo de leer y el deseo de atesorar y el deseo de escribir y el deseo de pensar y, claro, también el deseo de vivir.

Solo, casi solo, solo otra vez durante horas largas de la mañana sin sombra gris del otoño en Madrid recorrí y me asomé a las vitrinas que eran balcones, y a los marcos que eran ventanas, y a las portadas que eran pasadizos, y a los libros que eran alephs, y a las ilustraciones que eran maelströms. Y anoté febrilmente, pero tratando esta vez de hacer buena letra, en mi cuaderno rojo con hojitas cuadriculadas lo que sigue, que es como una suerte de Pulgarcito de tinta china para que yo me entienda. Y que es apenas mi pequeño homenaje a una exposición que se desvanece en el aire y la memoria…

“Hagas lo que hagas

te arrepentirás”, escribió el antipoeta chileno Nicanor Parra, y así seguimos por la senda oblicua y descendente, aunque a veces pensemos y sintamos lo contrario.

Un montón de pájaros de humo, poemas de Clemente Andrada Marchán, que solo por el título ya se puede poner uno a leer tumbado como sobre el humo de un paquebote que nos llevara retrospectivamente a los sueños infantiles en el puerto más extremo y más de piedra de la ría de Vigo.

Poemas de las calles transversales, de Luis Luchi, que no sé por qué, o más bien sí, me retrotrae a Patrick Modiano y sus bulevares periféricos, que no he dejado de recorrer en cada libro como si fueran mapas de mi propia alma deseada y deseante.

[Tomarse esta vez (este año) el tiempo de escribir. Hacer buena letra]

José María Eguren, “el andarín de la noche”, peruano, con el que me voy a caminar por las calles de Lima que son o pueden ser un pasadizo a las de Bogotá y a las de Valparaíso y a las de México y a las de San Salvador y a las de Tegucigalpa y a las de Caminha, mientras llamo al timbre de la casa de Julio Villanueva Chang, para ver en qué ha convertido la casa de su madre en Lima, biblioteca borgiana donde hallar desde toda Etiqueta negra a todo lo que este hombre que piensa que “de cerca, nadie es normal” no deja de ordenar como gacetillero de lo paradójico y marginal, que tanto nos revela.

La caída del avión en territorio baldío, de José Luis Castillejo, y lo que Montse Morata investigó en el mar Mediterráneo sobre Antoine de Saint-Exupéry (y llevamos a la portada de ABC Cultural con una gran ilustración de Fidel Martínez) antes de que le pusiera música Serrat y nosotros nos fuéramos haciendo culpables de no haber seguido siendo inocentes por no haber querido domesticar a ningún zorro y mucho menos tener hijos.

Viaje a Argel, de Juan Hidalgo, que desde su tipografía es un homenaje a las veletas y a los molinos de viento y a los niños que soplamos y soplamos, nos mojamos el dedo índice, fuimos sioux porque no queríamos ser cómplices de Custer, e hicimos volcanes, y cigarros con las barbas del maíz y el papel de fumar imposible del Faro de Vigo en tiempos de Franco, cuando la radio tenía un dial verde y podíamos navegar en ondas herztianas por los mares del Sur, con Salgari, Verne, Burroughs, May y todos los demás…

“Al oeste del lago Kivu los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas”, escribió un completo desconocido para mí Julio Antonio Gómez cuando yo ni había soñado que un día me encontraría con el verdadero corazón de las tinieblas en Ruanda durante lo que después sería conocido como uno de los peores genocidios de la historia, y sin que nunca comprara la noción de mi admirado Edward Said (o del gran Chinua Achebe de Todo se desmorona) de que el libro homónimo de Joseph Conrad fuera una cristalización de la mirada colonial.

Espadas como labios, de Vicente Aleixandre, que no me hizo ni mucho menos poeta (¡cómo se puede decir sin que se te caiga la cara de vergüenza que eres poeta!), pero sí me animó a besar de otra manera y a tratar de pensar el mundo en líneas cortas como si fueran versos, dejando blancos para dibujar barcos, senos, flores, enigmas…

O la primavera portátil de Adriano del Valle, que me lleva a un invierno fértil, donde la lluvia no sea atroz, como los trenes no han de ser para siempre condenados por haber convertido a seres humanos en ganado para las cámaras de gas o los campos de concentración, lager y gulags…

Y ese Proel, de Amado Carballo, en el que volvía ver al Chuvias de mi padre surcando las aguas frías y nupciales del mar de Vigo, donde soñé una vida posible… y todo lo que empezó a desplegarse después de descubrir que apenas si era un aperitivo lo que la sala inicial de las Vanguardias atlánticas literarias… me depararía, porque en ese mar Atlántico comencé a soñar mi propio periplo.

Sin comerlo ni beberlo, que tal vez sea un lugar común, porque hemos comido y bebido más de lo necesario, se acerca el 14 de marzo (es decir, hoy mismo) y con él un réquiem para una de las citas más emocionantes que todo verdadero amante del papel tenía en los laberintos mágicos aubianos de la Casa de América de Madrid. He tardado más de la cuenta en confesarlo, y ahora quizá mi redención va a ser tan tardía como incompleta, aunque pueda esgrimir algún eximente ante Juan Manuel Bonet y José Luis Abeijón, los dos comisarios de esta extraordinaria aventura que supone, supuso y supondrá Vanguardias transatlánticas del siglo XX. De ‘Azul’ a Noigandres y más allá.

Tengo ante mí dos libros que, si hubiera una riada, trataría de salvar a toda costa. El catálogo de 480 páginas encuadernado en tapa dura y con gloriosa cuatricomía de estas Vanguardias transatlánticas del siglo XX, que esperaba como agua de mayo (segundo lugar común) para que no se perdiera del todo la memoria de la emoción y que además sirviera de acicate para escribir, aunque fuera en una página tan insatisfactoria y fugaz como una revista digital. Pero tardó tanto tiempo en llegarme la noticia que casi lo hace con la casa cerrada. El otro es Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina, que Carlos Granés publicó en Taurus en 2022, y que es quizá el mejor complemento vitamínico para este mapa de aventuras, sueños y talentos que son una topografía tipográfica de América y España a lo largo del siglo XX, y que incluye además un gráfico que es en sí mismo una obra de arte y una guía para perderse en meandros y deltas tan atrabiliarios, brillantes, oscuros y conmovedores como los que se recorren en De ‘Azul’ a Noigandres y más allá.

Escribe en la página 13, bajo el título de Mapa de una colección, este topógrafo tipográfico, curioso impertinente e impenitente, coleccionista de papeles maravillosos con nombre y sin nombre, poeta polaco, hijo de tantos imaginadores de páginas insólitas Juan Manuel Bonet: “La exposición que documenta el presente catálogo, que he comisariado para Casa de América con mi buen amigo el librero de viejo e investigador en vanguardias José Ignacio Abeijón, tiene como base una colección particular, la del industrial barcelonés Juan López Hurtado y su mujer, Marta Triquell. En su casa de Sarrià, a dos pasos de la pastelería de J. V. Foix (uno de los autores con los que se va a encontrar aquí el visitante), ha reunido un conjunto excepcional de materiales, en permanente crecimiento, algo que he podido comprobar a lo largo de estos últimos meses e incluso semanas, en que me iban llegando novedades, en permanente goteo, que obligaban a sucesivos (y gozosos) reajustes. Ha sido una aventura extraordinaria sumergirse, en compañía del coleccionista, y del co-comisario, que es por quien nos hemos encontrado, en esta colección en marcha. En marcha, porque tengo claro que entre el momento en que estas líneas van a la imprenta, y el momento en que se abra la exposición en Cibeles, habrán viajado hacia Barcelona nuevas piezas, nuevas teselas. Esta colección arranca en el modernisme y el noucentisme catalanes, y sin embargo aunque hemos incluido algunas manifestaciones señeras del mismo, en el título de la muestra hemos preferido citar como punto de partida a Azul, el pionero libro de Rubén Darío, publicado en Valparaíso, y que es unánimemente considerado como la piedra fundacional del modernismo, porque, aun siendo buenísima en relación a materiales catalanes, y todavía mejor sobre vanguardias del resto de España, la gran especialidad del coleccionista es el Nuevo Mundo, Brasil incluido. Pero vayamos al grano, y recorramos los varios centenares de ítems de que consta este catálogo. Comienza la gran parada”.

De las palabras que la propia Casa de América proporcionó a la prensa recojo algunos detalles fácticos para que quede constancia aquí antes de que todo se lo lleve el viento y la desmemoria:

Vanguardias literarias transatlánticas del siglo XX. De ‘Azul’ a Noigandres y más allá “reúne más de 500 publicaciones entre libros, revistas, cuadernos o cartas. Los fondos de la colección bibliográfica López-Triquell, que desde la década de los 90 del pasado siglo ha reunido un repertorio de gran singularidad y relevancia, ofrece un recorrido por los movimientos de vanguardia en España y Latinoamérica, así como su relación con los cambios sociales y políticos de la época. Entre los tesoros se encuentra una carta inédita que Federico García Lorca escribió a Delia Morcillo Capdevilla, esposa de Arturo Capdevila, un reconocido poeta, dramaturgo, abogado e historiador argentino. Se trata de una sencilla carta de disculpa que Lorca escribiría durante su exitosa estancia en Argentina. Hoy en día, podemos considerar la colección López-Triquell una de las más importantes y completas en su ámbito del mundo. Esta muestra pretende realizar un viaje en el tiempo, de 1900 a 1970. Aunque la gran amplitud del territorio geográfico abarcado ha provocado que la muestra se haya dividido por países para una mejor comprensión del público, la exposición pretende reflejar las similitudes entre países, ayudando a crear una memoria colectiva de Latinoamérica más allá de la unidad lingüística”.

Aunque el formidable catálogo incluye las consideraciones y detalles de un iluminador incansable como Juan Manuel Bonet, con páginas que ayudan a ver y entender mejor el valor de cada artefacto, cada lámina, cada revista, libro, plaquette, cuadro, hoja volandera, dibujo, recupero para los que se la han perdido fragmentos del paseo del cartógrafo del precioso Diario de las vanguardias en España (1907-1936), país por país, porque así se fabrica también un atlas:

España. De ‘Els Quatre Gats’ a los Encuentros de Pamplona. La muestra se inicia en España, lugar por el que pasaron al inicio de sus carreras gran parte de los escritores latinoamericanos que posteriormente introdujeron la modernidad en sus respectivos países. Como el subtítulo indica, se inicia con Cataluña, con el modernismo y las vanguardias de Salvat Papasseit, Junoy y Torres-García, para pasar a su correspondiente en el resto del España: El ultraísmo, del que, además de libros y manifiestos, se expone un importante conjunto de revistas como Grecia, Tobogán, Tableros, Reflector, Prural, Perfiles, una colección completa de Litoral, etcétera; la generación del 27 de Lorca, Cernuda, Guillén, los maravillosos libros ilustrados de José María Hinojosa, manuscritos, catálogos de exposiciones y poemarios de Miguel Hernández; la colección de posguerra con la revista Dau al Set de Tharrats, Cirlot, Tàpies, Cuixart, Brossa y Puig, libros de Gil de Biedma, Leopoldo María Panero… para terminar con publicaciones vanguardistas dentro de la poesía visual de Francisco Pino o el arte conceptual del grupo ZAJ.

Argentina. De ‘Fervor de Buenos Aires’ a ‘Diagonal Cero’ y más allá. El inicio de la literatura de vanguardia en Argentina viene marcado por el retorno de varios escritores desde España a Argentina, trayendo la modernidad a su patria natal. Jorge Luis Borges, uno de los protagonistas del ultraísmo en España, lo lleva a Buenos Aires, y queda plasmado en dos rarísimas revistas que aquí estarán presentes: Prisma y Proa. Rápidamente virará hacia una lírica donde hay una reivindicación de los elementos patrios, corriente conocida como criollismo, de la que también se expone su obra fundamental, Fervor de Buenos Aires. En ese momento se conformarán dos agrupaciones rivales, por un lado, el Grupo de Florida, encabezado por Borges y otros escritores venidos de España como Francisco Luis Bernárdez y Oliverio Girondo, preocupados por las cuestiones estéticas; y el Grupo de Boedo, con poemas de reivindicación social. Esta dicotomía la encontraremos en casi todos los países. Del Grupo de Boedo, además de la revista Claridad, se muestran ejemplares entre otros de Gustavo Riccio, Raúl González Tuñón o Nicolás Olivari. El movimiento surrealista argentino –el primero en lengua española– está representado por un ejemplar muy especial de Molino rojo de Jacobo Fijman y la revista QUÉ de Aldo Pellegrini y Enrique Molina, otra de las grandes rarezas bibliográficas de esta muestra. Los años 40 están marcados por la aparición de la poesía concreta, de la que se exhibe la revista Arturo, rarísima y valorada publicación seminal de la que surgirán los grupos Arte Concreto Invención y Madí. Se ve también la primera edición de dos poemarios muy poco conocidos de Julio Cortázar. A partir de ese momento la situación política en todo el continente se complica. A lado de las publicaciones del importante grupo Beat argentino, con revistas como Sunda y Opium, se incluye la poesía visual vanguardista de Edgardo Antoni Vigo y una colección completa de su revista Diagonal Cero, y, por otro lado, los poetas de corte político reivindicativo, entre los que destacan Santoro y su revista Barrilete y Tilo Wenner y Serpentina, que se enfrentaron abiertamente a las diferentes dictaduras con nefastos resultados, pues ambos forman parte del grupo de personas asesinadas y desaparecidas.

Uruguay. De Delmira Agustini a ‘Ovum 10’. El recorrido a lo largo del capítulo referente a Uruguay evidencia más que en ningún otro país la importancia que la mujer adquiere como creadora de una nueva estética renovadora. Comenzando con la simbolista Delmira Agostini y su significativo El libro blanco, se pasa a las vanguardias marcadas por autores ultraístas “retornados” de España, como son Julio J. Casal con su libro Árbol y la fundamental revista Alfar (cuyos primeros números fueron publicados en Galicia) o La visión del andariego de Antonio de Ignacios, hermano del artista Rafael Barradas, cuyas ilustraciones pueblan muchas de las publicaciones aquí expuestas en España, Argentina y Uruguay. Entre los más vanguardistas destacan El hombre que se comió un autobús de Alfredo Mario Ferreiro, Palacio Salvo de Juvenal Ortiz de Saralegui, y el magnífico y disparatado Aliverti liquida de la Troupe Ateniese. Pero entre todos ellos destacan por el número de obras que incluimos a la poetisa Blanca Luz Burn, escritora cuya azarada vida está a la altura de su obra, y al artista Joaquín Torres-García, uno de los ejes de la colección López-Triquell con selección de libros, revistas, impresos y un dibujo. La presencia de la mujer toma más fuerza en la segunda mitad de siglo, siendo ellas casi en exclusiva las que representan a su país en este periodo, a través de los libros de Amanda Berengur, Marosa di Giorgio, y las muy reconocidas Ida Vitale, Idea Vilariño y Cristina Peri Rosi. Junto a ellas, el recorrido se cierra con la poesía visual de Clemente Padín, uno de los mayores representantes de esta línea de trabajo en el mundo, con su libro Esquena: grado 13 y la revista Ovum 10.

Chile. De Vicente Huidobro a Roberto Bolaño. Chile es uno de los países más ricos en literatura, donde varios autores son figuras reconocidas en todo el mundo, más allá del círculo de habla hispana. Parte con Vicente Huidobro, del que se expondrán más de una quincena de publicaciones, pues él es sin duda el paradigma de escritor vanguardista y polemista del siglo XX, un explorador de nuevas sendas estéticas y un faro para otros autores. Junto a él están Pablo Neruda con Crepusculario, Gabriela Mistral con Desolación, Pablo Rokha con U, un menos conocido, pero no menos significativo, Joaquín Edwards Bello con Crónicas o Teresa Wilms con Inquietudes sentimentales. Hay que hacer hincapié entre este interesante conjunto de autores en los ejemplares de Raúl Lara Valle y Clemente Andrade, del movimiento runrunista, joyas muy buscadas entre los bibliófilos por su calidad y escasez. El surrealismo chileno está representado por publicaciones de Braulio Arenas y Enrique Gómez Correa del grupo Mandrágora. En la segunda mitad del siglo, la figura más representativa y presente es Nicanor Parra, seguido de otros autores de corte político como Enrique Lhin, Omar Lara, Raúl Zurita, que sufrieron el golpe de Pinochet, para terminar con Guillermo Deisler, otra de las figuras fundamentales de la poesía visual, y Roberto Bolaño con sus primeros poemarios Reinventar el amor y Rimbaud, vuelve a casa.

Perú. De José María Eguren a ‘Hora Zero’. Perú es otro de los centros neurálgicos creativos que destacan en esta exposición. El simbolismo de José María Eguiguen y Santos Chocano con Alma América (ilustrada por Juan Gris) preceden a las vanguardias literarias, que en el caso de Perú también viene representada por varios autores muy significativos y muy representados en esta exposición, como son César Vallejo (del que se destacan Trilce y Los heraldos negros o su revista Favorables París poema, junto a Juan Larrea, entre otras publicaciones seleccionadas), Alberto Hidalgo (con nueve volúmenes), Juan del Parra Riego, Magda Portal y un nutrido etcétera, entre los que no podemos dejar sin citar los libros indigenistas con gran compromiso político de José Varallanos, Emilio Romero, Gamaliel Churata, Alejandro Peralta y especialmente José Carlos Mariátegui y su revista Amauta, una de las publicaciones más importantes de la época y a la que el MNCARS (Museo Reina Sofía) dedicó una exposición. De corte más cosmopolita se exponen los pocos libros publicados en vida por César Moro, especialmente las rarísimas ediciones de Lettre d’Amour y Chateau de Grisou. También su colega Emilio Adolfo Westphalen con Abolición de la muerte y su revista Las moradas y Xavier Abril con Hollywood, publicado en Madrid con cubierta de Maruja Mallo. En la segunda mitad de siglo sin duda hay que destacar un rico fondo del grupo Hora Zero, con la revista del mismo nombre –entre otras– libros de Jorge de Jorge Pimentel, Tulio Mora y Mario Montalbeti.

Ecuador. De los poetas suicidas a ‘La bufanda del sol’. Ecuador se mueve entre el indigenismo vanguardista de Sergio Núñez, Jorge Icaza, la vanguardia pura de Gonzalo Escudero y su Paralelogramo, la vanguardia más cosmopolita de Alfredo Gangotena, para terminar con Ulises Estrella y Marco Muñoz, las figuras más reconocidas del movimiento Tzántico en los años 60.

Bolivia. Hilda Mundy. Bolivia está representada por el libro Pirotecnia de Hilda Mundy.

Colombia. De León de Greiff al nadaísmo. De Colombia se recogen importantes obras como Tergiversaciones y Prosas de Gaspar de León de Greiff y otra de las grandes rarezas bibliográficas de la exposición: Suenan timbres, de Luis Vidales. Este país se cierra con uno de los movimientos más significativos, el nadaísmo, una especie de neo-dadaísmo, del que se exponen una colección completa de la revista del mismo nombre, el manifiesto del grupo, redactado por Gonzalo Arango, y los cuatro libros fundamentales del autor.

Venezuela. De ‘Áspero’ a El techo de la ballena. La representación de Venezuela se abre con el rupturista Áspero de Antonio Arraiz, el más tradicional Trayectorias de Miguel Ángel Queremel, y Baedeker 2000 de Andrés Eloy Blanco, y se cierra en los años 60 con el colectivo El Techo de la Ballena, con libros de Juan Calzadilla y la revista Rayando sobre el techo.

Centroamérica y Caribe. De ‘Azul’ a la revolución cubana. La producción de poesía de vanguardia en el área de Centroamérica es menor en número, pero de gran relevancia. Ahí nacieron varios de los libros fundamentales, especialmente en la Nicaragua de Rubén Darío a Ernesto Cardenal. Del primero destaca su poemario Azul, obra maestra del simbolismo en lengua hispana, y punto de partida de esta exposición. En Guatemala nos encontramos dos autores fundamentales: Luis Cardoza y Aragón (y su libro Luna Park) y Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de literatura en 1967. En Costa Rica, Carlos Luis Fallas y Max Jiménez, uno de los autores más innovadores del periodo. En el Caribe sobresale Cuba (de la generación minorista a la revolución), donde la poesía negra de Emilio Ballagas y Nicolás Guillén, de los que se recogen varios ejemplares, es en sí un género, que entronca en intención con el criollismo de Borges o el indigenismo en Perú y Ecuador. Por otro lado, están presentes autores de proyección internacional, como Alejo Carpentier con su Ecue Yamba-o y José Lezama Lima con Muerte de Narciso. También diferentes revistas y entre ellas cabe señalar la fundamental Revista de avance de los años 20, y Espuela de plata y Orígenes, ambas de Lezama Lima. En Puerto Rico (isla de la simpatía) figuran Luis Palés Matos, representante de la poesía negra con Tuntum de pasa y grifería, y el exiliado español Eugenio Fernández Granell y su canto al Caribe en Isla cofre mítico. La República Dominicana está presente con Comprade mon de Manuel Cabral.

México. De José Juan Tablada a los infrarrealistas. Uno de los países más prolíficos e interesantes es, sin lugar a dudas, México, cuya representación se inicia con el rarísimo Li-Po de José Juan Tablada, de suma importancia por ser el primer libro de caligramas de toda Latinoamérica y una obra inencontrable. No desmerecen tampoco las preciosas ediciones de la poetisa y artista Nahui Olín, de la que se exponen tres obras, y una completa selección de primeras ediciones de autores del grupo estridentista, incluyendo a Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide, Arqueles Vela, Salvador Gallardo o Luis Quintanilla. Estos autores son exponentes de la vanguardia literaria más radical, frente a la cual se encontraba la literatura social, que en México toma un corte revolucionario, acorde con la situación política del país; ahí destacan José María Benítez, con Gesto de hierro, el grupo Agorista, del que se expondrá el único volumen editado, o la Revista crisol, ilustrada por artistas obreros. También están representados autores de la talla de Genaro Estrada, Xavier Villaurrutia y el grupo formado en torno a la revista Contemporáneos, hasta llegar a Octavio Paz, con varias obras entre las que destaca Blanco. En otra vertiente, también se incluyen revistas surgidas en los años 60 de corte radical, especialmente S.NOB o El corno emplumado, hasta llegar al mundo del infrarrealismo de Papasquiaro, donde fue fundamental la figura de Roberto Bolaño. Frente a ellos, destaca Ulises Carrión, una de las figuras más emblemáticas de la poesía visual a nivel internacional y del que se expone De Alemania.

Brasil. De ‘Paulicea desvariada’ al neoconcretismo. Con Brasil la diferencia idiomática y cultural viene compensada por una producción literaria fundamental. Partimos de las obras míticas de los promotores de la famosa Semana de Arte Moderna de São Paulo en 1922: Paulicea desvariada de Mario de Andrade, Os condenados (con cubierta de Anita Malfatti) y el fundamental Pau Brasil (con ilustraciones de Tarsila de Amaral), ambos de Oswald de Andrade y Chuva de pedra de Menotti del Picchia. Tras ellos, se citan autores de capital importancia como Raul Bopp (Cobra Norato) y JoãoCabral de Melo (O engenheiro), para continuar con la poesía concreta, pues Brasil es uno de los centros neurálgicos de esta vertiente literaria, con autores como Haroldo y Augusto de Campos, Decio Pignatari, Ferreira Gullar y Julio Plaza y publicaciones como Noigandres, Invençao o Ponto. 

Y así nos vamos a soñar en un Mar Atlántico de papel y tipografía (piedra, papel, tijera), y ante el ruido que hace el viento al rizar el mar cuando nadie lo ve y el cobalto del cielo se funde con el del océano mientras un buque mental dibuja una estela como un caligrama de tinta china para imprimir una nueva edición de Li-Po para Jorge Luis Borges y Lezama Lima y todos los amantes de las palabras y los dibujos que hacen del oficio de vivir y del oficio de poeta una declaración de intenciones contra el mal, el aburrimiento, lo ineluctable. Habrá que seguir soñando libros y revistas que nos hagan niños eternos de conciencia.

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