Mi madrina permanecía en su asiento hablando con alguna otra señora. Por entonces, las verdaderas señoras no bajaban a los bares del Estadio, aunque algunas, como la mujer de Alan, comenzaran a hacerlo.
Mi padrino vivía el encuentro. Parecía que tuviera que radiarlo. Se entusiasmaba, musitaba los nombres de los jugadores que se iban pasando la pelota y, de repente, lanzaba un «¡noooo!» o un «¡qué lástima!» o algo por el estilo que coreaban como cluecas los presentes. Alguna vez, por causa del árbitro, lo he visto seriamente alterado. Mi madrina, en esos momentos, parecía no encontrarse allí sino en otra galaxia, a mil años luz. Se esfumaba sin moverse.
Yo, que normalmente veía el partido desde el pasillo para poder moverme a gusto, me volvía y admiraba a mi padrino gesticulando y explicando a diestro y siniestro las jugadas, el fallo, el error del árbitro, las razones de aquella sanción relacionándolo con los puntos que teníamos y con el encuentro que nos esperaba el próximo domingo y lo que suponía la lesión de Pahiño, etcétera. Todo en una jerga de «fau», «córner», «penalty», «orsai», que constituyeron mis primeras experiencias de inglés.
Lo estoy viendo como después vería a Paul New- man en «El golpe». Era un tipo así. Para mi pequeña estatura, era alto, rubio, de ojos azules, de mirada picara, de sonrisa bajo un bigotito de la época, de manos firmes, finas y grandes con uñas grandes y bien recortadas. Lo veo con su gabardina, accionando, explicando, describiendo con amplio gesto y con precisión exacta. Todos le escuchaban y jamás se alteraba ni perdía la compostura. Por eso, mi madrina no intervenía. De lo contrario hubiera dicho por lo bajo: «¡Guzmán!» Y nada más.
Cuando metíamos un gol, se le iluminaba la mirada, le brillaban sus ojos azules, encendía un puro, se volvía a mi madrina que asentía en silencio. Mi padrino debió ser el inventor de «la repetición de las jugadas». Hubieran podido llevarlo a televisión si ya estuviera inventada. Recordaba los movimientos y la posición exacta de todos los jugadores de ambos equipos. ¡Qué jugador de bridge se perdió para la selección nacional!
He hecho esta pequeña alusión al Estadio de fútbol porque mi padrino, don Guzmán, había sido directivo del Trueno, nuestro equipo. Y también, para qué vamos a engañarnos, para que situaseis mejor el lugar de las pasadas andanzas de las futboleras. ¿Recordáis? Sí. Las Blondas que trabajaban en la zapatería de don Obdulio.
Pero, a lo que yo recuerdo, por aquel entonces ellas no andaban por el medio. Estábamos en primera división y no podíamos permitir distracciones en nuestros jóvenes héroes. Además, si a mí me dejaban ir a los vestuarios con mi padrino sería porque aquellas walkirias no andarían por allí. A buenas horas doña Margarita me lo iba a permitir. Aunque, ahora que lo pienso, quizá mi madrina empezó a ir a los partidos a causa de alguna sonada que habrían hecho las Blondas y que llegó a su conocimiento. Sin duda a través de la mujer de Alan, que tampoco fallaba ningún partido.
Sí. Algo debió ocurrir y yo no me he enterado. Quizá coincidió con alguna sequía. No sé. Desde luego no con inundación alguna, ya que estas se rememoraban todas y la gente se entendía entre sí no refiriéndose al calendario gregoriano o a la égida, sino, «tantos años después de la inundación por lo de las gallinas, o tantos antes de la del Capullo o, más o menos, cuando lo de los caniches»… Y así. Era gente muy peculiar y muy suya. Pero, yo los quería y evocarlos ahora me enternece y da una nueva dimensión a mis días.
Prof. José Carlos Gª Fajardo. Prof. Emérito U.C.M.