He estado dos días metido en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde se ha celebrado Pública 12, unos encuentros profesionales de gestión cultural que organiza, por segundo año consecutivo, la Fundación Contemporánea. Las ponencias no han satisfecho las expectativas que habían despertado los 150 eurazos que he pagado para inscribirme, pero ha sido una semana convulsa con el cierre de Megaupload, los rumores sobre la esperada Ley de Mecenazgo, el encendido debate que hay en la red en torno a la propiedad intelectual y con el aderezo de esta maldita crisis que nos obliga a administrar la escasez lo mejor que podemos, así que había que estar en lo que parecía que iba a ser un interesante foro de discusión y puesta en común de ideas, soluciones o proyectos (los tiempos están cambiando otra vez, Señor Dylan).
Pues es una pena, pero no ha sido así. Nos han despachado con un certificado de asistencia y una entrañable excursión al Centro Ruso de Ciencia y Cultura; lo mejor de estos dos días. No sabía de su existencia -y dudo que haya muchos que lo conozcan- porque se ha inaugurado a finales de 2011 para poner el broche de oro al año dual España en Rusia, Rusia en España. Es como nuestro Instituto Cervantes, que por cierto, parece ser que se lo queda Exteriores, o como el Goethe alemán. A los rusos les cuesta mucho elegir uno entre Dostoievsky, Tolstoi, Stravinsky, Shostakovich, Chéjov… “Centrrro rrrusso” es suficiente, es lo que nos han dicho. Está en Atocha, 34 y es una interesante ventana a la que asomarse a la cultura de la vieja potencia que, tras sumergirse en los abismos, hoy es uno de los países emergentes. Hemos visto las aulas donde enseñan la lengua rusa, las salas donde las bailarinas transmiten los secretos de la mejor escuela de ballet del mundo, una exposición de un artista ruso, nos han obsequiado con un concierto de música tradicional rusa en el que hemos terminado cantando todos el clásico ruso Kalinka y nos han despedido con una copa de cava español, cuando lo que me apetecía era un lingotazo de vodka ruso, pero no corren tiempos en los que se cumplan los deseos. Cantar Kalinka con un grupo de desconocidos durante una visita profesional, relaja y une mucho, así que no me he cortado y, delante de los profesionales de la cultura, me he tomado dos copas de cava antes de sumergirme, paseando, en el Barrio de las Letras.
Uno, como es de Madrid y los de aquí vamos perdiendo esa costumbre, había olvidado la de cosas que se descubren paseando, y callejeando me he dado de bruces con el Espacio UFI de la Música. Vamos; la tienda, para que nos entendamos, de la Unión Fonográfica Independiente. “Conscientes de nuestra responsabilidad, de nuestro poder y del momento crítico de la producción musical, los productores fonográficos españoles independientes hemos decidido asociarnos”, es lo que dicen en su web donde puedes descargarte su libro blanco en el que explican cuáles son los valores de las independientes.
Está en Plaza Matute, 12. En la modernista Casa Pérez Villaamil y, en 200 metros cuadrados, además de música, hay libros, exposiciones, charlas, debates y presentaciones de novedades musicales. Hacía mucho que no me encontraba con una tienda de música y que no pasaba tanto tiempo enredando en las estanterías. Lo mejor que puedes hacer en una tienda de música o en una librería, es no preguntar por lo que buscas e intentar encontrarlo. Después de rebuscar, de ver la exposición y de seguir buscando, he decidido preguntar y, como no tenían lo que buscaba, me he ido.
Acercarse por allí a dar una vuelta merece la pena. Puedes encontrarte con un concierto en directo, una exposición de fotografía o con la reedición de un single que perdiste hace años en algún guateque. Compra música y apoya al pequeño comercio, pero no preguntes porque te irás; ponte a buscar y disfruta.
Y como diría mi sobrina: Bueno, adiós.
@Estivigon