Lo dijo perfectamente Beatriz Gimeno el pasado domingo en el acto organizado por Podemos: “El machismo es el sistema de dominación más perfecto que hay, porque se confunde con la naturaleza”. Hartas estamos muchas personas de explicaciones biologistas a comportamientos y actitudes que son estrictamente culturales. Las mujeres parimos y eso nos condiciona la vida entera. Esa circunstancia, ese accidente de la naturaleza, nos lleva a ocupar un lugar subordinado en la sociedad y, a la vez, a ser las reinas de nuestra casa, a ser perfectas cuidadoras, a tener esa sensibilidad especial femenina, a ser comprensivas, complacientes y a tener necesidad de protección por nuestra delicadeza y debilidad. También a ser histéricas, ciclotímicas, brujas (de Zugarramurdi, o de otro sitio), zorras, harpías, lobas, gallinas si es que no nos atenemos a lo que la naturaleza ha diseñado para nosotras… Dependiendo de cómo sea nuestro carácter, tenemos un homólogo en la fauna ibérica.
Aunque sigamos siendo machistas, porque, quien más, quien menos, lo es, de lo contrario la sociedad no lo sería, algunas personas se han dado cuenta y les enfada descubrir ese poso en sí mismas. A mí creo que me pasa eso. Eso y otra cosa curiosa: ya no me molestan tanto las grandes pérdidas del movimiento feminista español, como el derecho al aborto. Esta pérdida a corto plazo irreparable que hemos sufrido las mujeres españolas se debe a otras muchas renuncias que hemos ido acumulando en los últimos años. Después de una eclosión feminista entre finales de los años setenta y principios de los ochenta, hemos dado un enorme paso atrás en conciencia. ¿Por qué? Lanzo una hipótesis: durante estos últimos años, se ha hecho fuerte el feminismo de la diferencia, el que hace hincapié en las diferencias de género atendiendo a mis argumentos favoritos: los biológicos. Se han convertido en prácticamente incuestionables. Y ése es el origen de prácticamente todos los males: no admitir que las diferencias de género son culturales, que el género es una construcción social.
El machismo basado en criterios biologistas ha aumentado y no lo decimos al tuntún. Acudimos a las últimas encuestas del Injuve y descubrimos que persiste la idea, la percepción, de que, para las mujeres, trabajar está bien, pero lo que la mayoría de ellas realmente quiere es crear un hogar y tener hijos. En el año 2001, el 29% de los encuestados de entre 25 y 29 años estaba de acuerdo con esta afirmación; el porcentaje subía hasta el 35% entre los encuestados de entre 15 y 24 años. Éste es un síntoma de que, con el tiempo, las diferencias de género basadas en la biología se han afianzado. Más datos: en la encuesta realizada en el año 2007, el 35% de los jóvenes de entre 25 y 29 pensaban que la mayor aspiración de la mujer era tener hijos y una familia. Entre los jóvenes de 15 a 24 años el porcentaje subía hasta el 37%. Los porcentajes son medias y son mayores entre los varones que entre las mujeres.
En el año 2008 aún había un 22% de los jóvenes entre 15 y 24 años y un 27% de los que tenían entre 25 y 29 años que consideraban que una madre que trabaja no puede tener con sus hijos una relación tan cálida y estable como una madre que no trabaja.
De ahí que el deseo de las mujeres cuando tengan 35 años es, en un gran porcentaje, tener un trabajo a tiempo parcial que les permita atender las responsabilidades familiares. Si entre las mujeres que tenían entre 25 y 29 años en 2008, ese porcentaje era del 39,3%, entre las mujeres de 15 a 24 años subía hasta el 51%.
El informe del Injuve del año 2012 tiene algunos datos complementarios más recientes:
La doble victimización de las víctimas y su extensión a todas las mujeres
Justo cuando más se ha sensibilizado la sociedad en contra de la violencia de género, más se ha “machistizado”. Igual también tiene que ver que algo haya fallado en las políticas aplicadas para erradicar la violencia de género: nos ha victimizado a todas las mujeres y eso nos ha debilitado. Es polémico y complicado hablar de quienes han sufrido violencia de género sin ponerles el calificativo de “víctimas”. Quizás se resolvería hablando del agresor y no de quien ha sufrido la agresión, al contrario de lo que hacen los medios de comunicación, contraviniendo las recomendaciones sobre buenas prácticas informativas respecto a la violencia de género. Criminalizando el delito, el abuso, y evitando abundar en la mujer como víctima, evitando la segunda victimización, la que se produce después de haber sufrido un delito y que se extiende sobre todas las mujeres, porque ser mujer es la única razón por la que se ha sido objetivo de violencia, se pondría coto a este problema. Esa segunda victimización es lo que denuncia este documento tan interesante editado por la Unidad Técnica Ejecutiva del Sector Justicia de El Salvador que pone en cuestión la labor también de los servicios sociales en el tratamiento de esta lacra.
Micromachismos, sexismo benevolente, posmachismo, machismo de baja intensidad
Claro que en el informe del Injuve que mencionábamos antes se descubren mejoras en la igualdad de género, como, por ejemplo, quién debe tomar las decisiones importantes en el hogar, o quién debe ocuparse de la educación de los hijos, pero sigue quedando un poso, un poso que va ampliándose poco a poco, que va ganando legitimidad… Luis Bonino llamó a este fenómeno “micromachismo”. En concreto, lo definió así:
“Los micromachimos son ‘pequeños’ y cotidianos ejercicios del poder de dominio, comportamientos ‘suaves’ o de ‘bajísima intensidad’ con las mujeres. Formas y modos, larvados y negados, de abuso e imposición de las propias ‘razones’ en la vida cotidiana, que permiten hacer lo que se quiere e impiden que ellas puedan hacerlo de igual modo. Son hábiles artes, comportamientos sutiles e insidiosos, reiterativos y casi invisibles que los varones ejecutan permanentemente y quizás no tanto para sojuzgar, sino para oponerse al cambio femenino”.
Purificación Mayobre Rodríguez, de la Universidad de Vigo, habla de “sexismo benevolente”:
“Por sexismo benevolente se entiende la consideración de las mujeres como complementarias de los varones, pero naturalizando la diferenciación jerarquizada entre los sexos y justificando el mantenimiento de los roles y discriminación de género. Se trata de un tipo de sexismo muy perjudicial, no niega el acceso de las mujeres al estudio o al mundo laboral, pero la mujer debe ser ante todo mujer, lo que en román paladino significa que cualquier aspecto de la vida de las mujeres, en mayor o menor medida, ha de estar subordinado al cumplimiento del estereotipo de género, esto es, de mujer cuidadora/madre y objeto de deseo de los varones”.
Pero también hay quien habla de posmachismos y de machismos contenidos.
La tesis de Bonino es que ahora los grandes machismos y las dominaciones masculinas se aceptan cada vez menos. Ahora hay que acudir a armas, trucos, tretas y trampas para obstaculizar la rebeldía femenina. “Son los ‘pequeños’ machismos que, pese a ello, producen poderosos efectos en las mujeres”. Y la base de esos micromachismos, comenta Bonino, sigue estando en la naturaleza, la biología. La maquinaria de la dominación masculina se ampara en el determinismo biológico. Por lo tanto, dice Bonino, la posibilidad de transformación de las jerarquías tiene como prerrequisito desnaturalizar lo naturalizado.
Hay muchos micromachismos
Bonino distingue entre varias modalidades de micromachismos: los utilitarios, que tratan de forzar la disponibilidad de las mujeres así como su “natural” tendencia a las tareas domésticas, de cuidadoras, o al apoyo incondicional y sin reconocimiento para la expansión de sus negocios de cuyo éxito se atribuirán todo el mérito.
Luego están los encubiertos, que son los que intentan ocultar su objetivo de imponer las propias razones abusando de la confianza femenina o despreciando sus argumentos. O, simplemente, haciéndose el bueno o el tonto. El objetivo final es el escaqueo, claro. “Son maniobras”, dice Bonino, “que intentan bloquear y anular justos reclamos femeninos ante acciones o inacciones del varón que la desfavorecen. Hacen callar imponiendo el criterio masculino, pero apelando a ‘otras razones’”.
Pero también hay actitudes más explícitas que se amparan en una pretendida lógica varonil superior. “Lo característico de ellos es que se recurre a la ‘razón’, la ‘lógica’ y los argumentos ‘válidos’ para imponer ideas, conductas o elecciones desfavorables para la mujer”.
Los micromachismos de crisis, que intentan forzar el ‘statu quo’ desigualitario cuando éste se desequilibra, imponiendo el no diálogo, la no negociación y, si acaso, alguna concesión después del típico “si me lo hubieras dicho de otra manera”, tras haber incurrido en los típicos “estás loca” y “exageras”. Lo que busca es culpabilizar a la mujer que no ha hecho bien su trabajo (bien = cumplir su rol tradicional).
Tanto ha calado este micromachismo que, de acuerdo con la encuesta del Injuve, ser ama de casa es igual de gratificante que trabajar fuera de casa para un 45% de los jóvenes de entre 15 y 24 años y para el 42% de los que tienen entre 25 y 29 años. Y hay un enorme porcentaje de jóvenes que creen que cuando una mujer tiene un trabajo fuera de casa, la vida familiar se resiente: un 32% de los que tienen entre 15 y 24 años y un 40% de los que están entre los 25 y los 29 años. Es un estudio publicado en 2008. Pero, entonces, dos de cada cinco jóvenes pensaban que la labora de la mujer en la vida familiar es de tal importancia que su incorporación al trabajo remunerado provoca problemas en el hogar. Además, algo sorprendente: las mujeres jóvenes lo creen un poco más que los hombres.
Y, por último, se encuentran los machismos coercitivos, que sirven para retener poder a través de la fuerza psicológica o moral masculina. “Estos comportamientos intentan hacer sentir a la mujer con menos autonomía, sin la razón de su parte, sin tiempo, espacio o libertad. Su efectividad se constata por la percepción femenina de la pérdida, ineficacia o falta de fuerza y capacidad para defender los propios derechos, decisiones o razones”, comenta Bonino.
Daño sordo y sostenido
Para este psicoterapeuta, aunque uno a uno los micromachismos pueden parecer intrascendentes y banales, su importancia deriva de su uso combinado y reiterativo. Una de las razones de la gran eficiencia de los micromachismos es que, dada su casi invisibilidad van produciendo un daño sordo y sostenido a la autonomía femenina que se agrava en el tiempo. Al no ser coacciones o abusos evidentes, es difícil percibirlos y, por tanto, oponer resistencia y adjudicarle efectos, por lo que cuando éstos se perciben, no suelen reconocerse como producidos por estas trampas manipulativas.
Es casi infinitamente peor el machismo soterrado, el más sutil, el que puede confundirse con la deferencia con las mujeres, porque también tiene un sesgo protector, con la buena educación, que el machismo más exagerado, el más bruto, el de aquél que dice: “A fregar”, o el del que niega a las mujeres la posesión de su propio cuerpo, o el derecho a la educación y a ejercer según qué puestos de responsabilidad.
Para poner ejemplos, acudimos al estudio empírico publicado en los anales de psicología de la Universidad de Murcia. Es muy técnico, pero entresacamos aquellos micromachismos en los que reconocer incurrir los varones entre 18 y 29 años: tomar las decisiones importantes sin contar con ella; anular las decisiones que ella ha tomado; obtener lo que se quiere de ella por cansancio, “ganarle por el agotamiento”; invadir su intimidad leyendo sus mensajes, escuchando sus conversaciones telefónicas; controlar sus horarios, sus citas o sus actividades; poner pegas a que salga o se relaciones con su familia o amistades; poner en duda su fidelidad; a través de insinuaciones o chantaje emocional, provocarle inseguridades o sentimientos de culpa; enfadarse o hacer comentarios bruscos o agresivos por sorpresa y sin que se sepa la razón…
Los dos micromachismos que se le escapan a Bonino
No soy quien para enmendarle la plana a Bonino, pero creo que se deja dos tipos de micromachismos muy importantes. Quizás porque él se ocupa únicamente de aquéllos que se desarrollan en el hogar, en la intimidad de la pareja.
El primero es el del humor, el de quien hace chistes machistas con los que todo el mundo se ríe y si hay alguien que no y llega incluso a levantar la voz en su contra recibe el típico “que es una broma… hay que ver cómo eres, qué susceptible”, igual que cuando no te hace ninguna gracia la parodia de Femen que se hizo en la ceremonia de entrega de los Goya, aunque tampoco se compartan del todo los métodos de este grupo feminista.
Se puede hacer humor de todo, sí, no nos inspiran ánimos censuradores, créanme, pero con ciertas cosas hay que tener cuidado, ¿no? O, al menos, llamarlo por su nombre. En este caso, humor machista. Igual que hay humor racista, humor xenófobo. Y otros peores contra los discapacitados que tanto han gustado históricamente en este país.
El micromachismo publicitario, que sigue tratando a las mujeres como objetos. Ha comenzado también a hacerlo con los varones, pero no hay ni punto de comparación. Para muestra, el horroroso último anuncio de Vodafone. O algunos de las publicidades o artículos a propósito del último San Valentín. O incluso algunos de los carteles del 8 de marzo de 2013, como denunciaba Filósofa Frívola. Además de esta perla que encontré el otro día en twitter: las revistas femeninas, al parecer, hacen muchísimo daño porque, al fin y al cabo, viven de la perpetuación de la desigualdad de género.
Hay que seguir alerta. Como comenta Purificación Mayobre, de la Universidad de Vigo, sólo se ha producido un cambio superficial, el sistema patriarcal edulcora sus manifestaciones más discriminatorias, se tornan más sutiles los procedimientos discriminatorios, pero no se produce una transformación de su urdimbre más profunda, no se modifica su lógica excluyente, manifestándose la discriminación con un rostro más benevolente, aunque en el fondo los procedimientos de la subordinación sigan siendo esencialmente los mismos”.
Los micromachismos, al final, abonan el terreno del machismo con mayúsculas.
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