Todos los temas fueron preciosos en el concierto del pasado domingo. ¿Quizás un poco etéreos, con dificultades para tomar tierra y adquirir un perfil mundano? Si, puede ser. De ser así, el concierto manifestaría la infatuación propia del arte, esa contradictoria ambigüedad «bipolar» donde un máximo de narcisismo es la condición para una atención extrema a las sombras de la vida y de la tierra.
Pero sobre todo me impresionó la perfección, la belleza de esa tarde. Tengo que decirlo. Y quería escribirte acerca del peligro de tener un don, de vivir en ese mundo casi cristalino de la música, del coro y los ecos de una iglesia. Te dije a la salida: Si al menos fueses feo para compensar, o tosco, o insensible, tal vez ese universo de belleza (un poco etérea, un poco ingrávida, a la que siempre le costará encarnarse) no representaría un riesgo.
Pero tienes un don. Y tal vez por esta razón estás en peligro. No hay ningún problema en ser «divino»… con tal de que la cabeza baje tanto como sube el sentimiento. Un hombre que hoy no admiro nada, Keith Richards de los Rolling Stones, dijo a la muerte de su compañero Bryan Jones una frase que me impresionó: «Siempre me ayudó, por mi origen obrero, no creerme el oropel de la fama y mantener los pies en la tierra».
Tienes un deje de melancolía que te honra, que remarca el mundo sensible en el que vives, pero que quizás recuerda otra vez una indefinición en ti, los límites que te faltan. No sé, tal vez un padre ausente o no suficientemente autoritario. Y, dentro de unos límites, los padres «autoritarios» son una bendición. Recuerda el caso de esa mujer afroamericana de hace un mes, sacando a su hijo (¡a golpes!) de una manifestación peligrosa. Si ella o él funcionan, si ellos cumplen, después el hijo siempre tendrá tiempo de rebelarse. Si ellos pasan, o son demasiado permisivos, un conflicto mucho más serio está servido.
Fíjate en una frase del poeta Hölderlin, que muy bien se podría aplicar a algunos perfeccionistas como tú y yo: «Tu quisieras un mundo. Por eso lo tienes todo y a la vez no tiene apenas nada». Entre el amor y el odio, entre la belleza y la fealdad, hay cien matices intermedios que conviene atender. La gente fea también tiene sus derechos, y las cosas torpes, y las personas toscas que no comprenden (y a lo mejor, tampoco admiran) el mundo estilizado de la música, de la belleza o el arte.
¿Qué hacer con la fealdad? Peor aún, con el tedio, con la medianía aburrida, cuando no hay ninguna comedia espectacular ni apenas tragedia. Pobre de la belleza que no pueda con el silencio y la fea vulgaridad del mundo. No podemos ir de fiesta en fiesta. No es real.
En este sentido, creo que tú tienes que aprender a desdoblarte, a actuar y simular, a ser vulgar. No puedes ser plenamente tú mismo en todas partes, sobre todo si tú eres tan exquisito. En este sentido, por lo que tú mismo cuentas, la comprensión de tu madre tal vez no te ha ayudado mucho. Seas Marilyn, M. Jackson o Amy Winehouse, hay límites vulgares, tiene que haberlos. Es psicológicamente muy peligroso, sobre todo para uno mismo, no encontrarlos a tiempo. Tarde o temprano la ley de la gravedad actúa en todas partes, para todos, seas pastor heterosexual o cantante homosexual.
«El sentido de la belleza nos extravía», dice Joyce en Ulises. Dios mismo, según dicen, tuvo que renacer en un humilde pesebre para hacerse creíble entre los hombres. No quisiera molestarte, lo sabes. Digo todo esto con la mejor intención del mundo. Si una vez más exagero, no pasa nada. Por si acaso no exagero, intenta adquirir tecnologías para la prosa del mundo, cuando no suena ninguna música sublime y no estamos en un escenario especialmente grandioso.