Home Mientras tanto El peor en todo (breve crónica del debate electoral en TVE)

El peor en todo (breve crónica del debate electoral en TVE)

 

Lo de los tiempos en el debate con photoshop (faltaba Abascal) fue un encorsetamiento al que luego los candidatos presentes añadieron otro corsé más con su puesta en escena. Un encorsetamiento doble es como llevar faja y combinación y medias y lucir un sombrero con una flor seca en lo alto, que es como iría vestida la señora de Ábalos cuando éste apareció sorpresivamente al término del debate en lugar de Sánchez como un personaje de Acacias 38.

 

La descripción que hizo de lo acontecido dio la impresión de haber estado ensayándola durante días. Fue un discurso precop, como un playback en directo, una cosa rara, o el análisis que se hace antes de asistir al evento a analizar, una cosa futurista y sobre todo ridícula por bien interpretada. Ya sabemos de las dificultades de Ábalos en directo, pero atajarlas de este modo fue de alipori.

 

El más libre fue Rivera. Parecía que podía quitarse la corbata en cualquier momento. Rivera es el Luis Miguel de los foros. El antiguo niño prodigio reconvertido en cantante de boleros. Se le nota cómodo en esta tesitura. Parece que lo único que ha de controlar es su potencia. En este sentido es la antítesis de Sánchez, una nulidad que sale al paso, sin embargo, gracias a las campanas de la vida política, que están por todas partes.

 

Sánchez va de campana en campana, como se decía de las ardillas que podían cruzar España de norte a sur sin tocar el suelo, aunque a veces no le quede más remedio que bajar, como ayer. El peor fue él y lo será aún más a medida que pase el tiempo y se analice con detalle toda su envergadura. Pero Sánchez ha desarrollado la inquietante capacidad de ser el peor en todo y sin embargo ganarlo todo. Ganar doctorados, secretarías generales y hasta presidencias de Gobierno.

 

Si Rivera fue el mejor y Sánchez el peor, Casado se quedó en el limbo. Alternó breves momentos de reacción junto con otros de parálisis que lo dejaron como flotando. Su gesto era de flotar plácidamente y quizá debió de haberse puesto a surfear. Cuando Sánchez, con el miedo en los ojos por atreverse a pisar suelo firme, lo interpeló directamente a propósito de los pactos del PP con Bildu, no pareció demasiado difícil responderlo con altas probabilidades de éxito, pero Casado siguió flotando (incluso pareció que miraba al presentador como pidiendo ayuda), algo ido, igual que si aún tuviera tiempo de remontarlo todo.

 

El que no pareció tener ninguna esperanza de remontar es Iglesias con su Constitución a modo de misal, o puede que aquello significara una encubierta reacción a la desesperada. Iglesias se presentó con una especie de paz de converso un tanto excéntrica que lo separó eficazmente de la suave bronca que intentaba azuzar sin éxito Rivera a su derecha. Iglesias fue una isla como si sólo pretendiera permanecer, aunque fuera separado del continente, otros cuatro años más. Eso mismo es lo que pidió a los votantes en su despedida sin ningún reparo: que le dieran cuatro años más como si hubiese hecho cálculos y con eso le bastara para la jubilación.

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