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El Pequod encuentra al Bachelor

 

Hay un embrollo con un máster que dicen que no ha hecho la reina Letizia. Ha destapado el caso un periodista que se caracteriza por su inflexible objetividad (su objetivo siempre es el mismo), y que suele aparecer en una televisión joven y colorida y moderna cuyo propósito (es una televisión con propósito, con intenciones), sin embargo, es tan viejo, tan oscuro y tan antiguo como el del capitán Ahab.

 

Ya no sé si el máster lo había hecho, o no, la reina Letizia o Cristina Cifuentes. No, Cristina Cifuentes se puso en medio de la reina Sofía y sus nietas y un fotógrafo. Porque no creo que la reina Letizia intentara impedir que les hicieran una foto a sus hijas con su abuela. Pero, ¿y el máster? ¿La reina Letizia ha hecho un máster? ¿De qué? ¿Por qué? No, no puede ser. A ver si va a ser Cristina Cifuentes la que dicen que no ha hecho el máster.

 

Tendría que prestar más atención a las informaciones de ese periodista tan objetivo. Ahora que lo pienso, estoy viendo su cara y es como si viera al mismísimo Ahab: su mirada, el brillo de carbones, la fijación patológica. Pobre periodista Ahab. Y pobres infantas, las pequeñas, si es verdad que la reina Letizia intentaba impedir que la reina Sofía se hiciera una foto con ellas, o, casi peor, si es verdad que la reina Letizia no ha hecho el máster.

 

A mi que Cristina Cifuentes se haya puesto en medio de la foto me da igual. Lo mismo que si ha hecho o no el máster. Menudo lío. Creo que el motivo de mi confusión puede ser debido al seguimiento de las aventuras del Puigdemont. El Puigdemont un día está en Gerona y otro en Bélgica y otro en Finlandia. Y luego en Dinamarca y en Alemania y después lo meten en la cárcel y más adelante lo sacan. Así no hay manera de centrarse. Yo recomiendo no ver noticias sobre el Puigdemont porque se acaba perdiendo el rumbo.

 

El Puigdemont quiere confundir y lo consigue. Va por ahí con su carreta llena de frascos de crecepelo, se para en los pueblos, habla sobre sus falsas bondades y calla sobre sus terribles efectos secundarios. Y los vende, los frascos. Se los compran. Hasta en Alemania. Iba a decir que esa no es la Alemania de la que hablaba Camba, pero cómo va a serlo si han pasado cien años. Al parecer en cien años Alemania ha pasado de ser mecánica a premeditadamente voluble. Debe de ser que la gente ya no sube al tranvía por la entrada y sale por la salida. Debe de ser que ya no hay nada verboten.

 

No vean noticias ni escuchen noticias del Puigdemont porque les pasará como a mí, que no sé quién ha hecho (o no) el dichoso máster y quién se ha puesto delante de la reina Sofía y sus nietas para impedir que les hagan una foto. Seguir las peripecias del Puigdemont es como leer ávidamente novelas de caballería. Yo les sugiero que, en todo caso, se informen por medio de ese periodista tan objetivo que a mí me recuerda tanto al capitán Ahab antes de que, es un decir (y además Moby Dick es un libro largo), un cabo prendido en la ballena que persigue con obsesión le arranque para siempre de su lancha.

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