El periodismo, hoy y como siempre, y como todo, es capaz de mostrar su mejor y su peor cara. O la mejor y la no estrictamente mala, pero sí banal, que a veces es más dañina que la más perversa.
La exclusiva de Infolibre sobre el Fiscal Anticorrupción, Manuel Moix, y su 25% en una sociedad offshore heredada tiene muchos de los ingredientes del buen periodismo. No sólo por el control y la fiscalización del poder que rezuma, misión muchas veces olvidada en el oficio, antes ahora y siempre. También por la documentación, la búsqueda y el contraste reiterado con el protagonista, práctica que nos ha sido revelada con todo detalle gracias a que Moix quiso desactivar la bomba dando su versión dulcificada del asunto a otro medio. Sí, gracias sobre todo a Infolibre, pero también gracias a Moix, hemos recordado cómo se hace periodismo y también para qué. Además, otra cosa útil: cómo el poder trata de defenderse y cómo trata de usar los medios de comunicación para hacerlo. Un periodista siempre se tiene que preguntar por qué alguien le cuenta algo en exclusiva, qué interés puede tener la fuente en hacerlo y si en realidad está siendo utilizado como portavoz de una versión determinada.
Bien, eso nos lleva a las prácticas no tan lustrosas del periodismo contemporáneo. Y una de ellas tiene que ver con la excesiva atención que presta a las redes sociales. O a la realidad que se construye en ellas. A la imagen que los políticos se forjan utilizándolas con la bien fundada esperanza en que los medios de comunicación convencionales harán de altavoz.
El pasado fin de semana, The Guardian publicaba un artículo analizando las prácticas del penúltimo líder que ha fascinado al mundo, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, para moldear su imagen y eludir las cuestiones más candentes y relevantes. Trudeau genera sus propios momentos virales que se convierten en antídotos contra lo incómodo que es a veces lo que de verdad importa. Leemos en The Guardian: «El resultado es un frenesí mediático que a veces ha eclipsado las preguntas cruciales que se están haciendo acerca de su gobierno (…) tales como por qué firmó un acuerdo para vender vehículos militares a Arabia Saudí a pesar de las críticas preocupadas porque la Casa Saud los usen contra sus proipos ciudadanos. Otros se preguntan si el autodenominado feministra Trudeau resultará en un cambio tangible para las familias de las miles de mujeres indígenas desaparecidas y asesinadas o aquéllas que se quedaron atrás en un país donde el coste del cuidado de los hijos y la brecha salarial entre los sexos se encuentran entre los más altos de la OCDE».
La atractiva imagen de Trudeau ha fascinado al mundo y el modo en que usa las redes sociales ha incrementado el poder que hubiera podido tener sin ellas hace apenas una década. La misión del buen periodismo es ir más allá de esa cuidadísima imagen, de las prácticas propias del márketing y las relaciones públicas que hay detrás de casi cualquiera de sus movimientos. Hay que preguntarse: ¿Por qué sale hoy esta foto?, ¿por qué se ha viralizado ese vídeo en el que sólo corre?, ¿por qué su equipo de comunicación quiere que se hable de esta cuestión?, ¿qué otra cosa puede haber hoy verdaderamente relevante de la que no se quiere que se hable? No es que las casualidades no existan, pero sí que son rarísimas.
Eso nos lleva al último político que ha logrado fascinar al mundo, Emmanuel Macron. También destaca por sus puestas en escena, el dominio de la imagen y de los gestos desde la mismísima noche electoral que le hizo Presidente de la República Francesa. Tal es así que las dos «no-noticias más importantes» de los últimos días las ha protagonizado él (frente a Trump, el contraejemplo o contramodelo que Macron -y no sólo él- explota a su favor, para crecerse por comparación con el que hemos coincidido en considerar «el peor» de la política de nuestros días): el apretón de manos con el presidente estadounidense en la reunión que mantuvieron durante la primera gira internacional del presidente americano y «la cobra» que también le hace a Trump para saludar a Angela Merkel en primer lugar en la cumbre de la OTAN. Son segundos y fotografías que Macron y su equipo han diseñado, o preparado, o al menos pensado, para las redes sociales y los medios de comunicación; son espacios televisivos y líneas de texto que se roban a lo verdaderamente importante, a lo que se trató en la cumbre de la OTAN y que sí afecta a nuestras vidas, o a los planes de Macron para el mercado de trabajo francés. Pero solemos caer en todas las trampas que nos preparan.
Y nos convertimos en los portavoces de todos sus tuits. El género degradado del periodismo de declaraciones es el periodismo de tuits, noticias construidas a base de esas mini intervenciones de 140 caracteres, aunque sean absurdos, como uno de los últimos de Trump, el de «covfefe». O sobre todo cuando son absurdos, graciosos, cuando se puede hacer chanza o burla.
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