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El periodista hampón

En algún momento de ese clásico esencial del periodismo que es Bel Ami de Guy de Maupassant el protagonista, Georges Duroy, se encuentra con el misterio insondable de la hoja en blanco. Maupassant, escritor ácido, describe con colmillo venenoso la incapacidad de Duroy de pergeñar una crónica de sus tiempos de militarote:

«Después se puso a buscar la primera frase. Tenía la frente apoyada en la mano, los ojos fijos en el blanco rectángulo desplegado ante él.
¿Qué iba a decir? No recordaba nada de cuanto acababa de contar: ni una anécdota, ni un hecho. Nada absolutamente. De pronto pensó: «Debo comenzar por mi partida». Y escribió «Era el dieciocho de mayo de mil ochocientos setenta y cuatro. Francia agotada, se reponía de las catástrofes del año terrible».
Aquí se detuvo sin saber cómo contar lo que seguía: el embarque, el viaje, las primeras impresiones…
Después de un minuto de reflexión, se decidió a dejar para el día siguiente la cuartilla preliminar y hacer, de momento, una descripción de Argel.
Y trazó sobre el papel: «Argel es una ciudad completamente blanca», y no acertaba a decir otra cosa. En su recuerdo veía a la linda y clara ciudad despeñándose en el mar, como una cascada de casitas chatas, desde lo alto de la montaña; pero no encontraba una sola palabra con que expresar lo que había visto, lo que había sentido.
Tras un gran esfuerzo, añadió: «Está habitada, en parte, por árabes». Después arrojó la pluma sobre la mesa, y se levantó”.

Es el tiempo exacto, el punto de fuga, en el cual comprendemos cuál va a ser el método de medrar en la profesión periodística de Duroy: ascender a través de relaciones sentimentales ventajosas gracias a una indudable buena planta (es un “amigo bello”). Maupassant, antes que nadie, hace el retrato del periodista contemporáneo: alguien perfectamente inútil para los textos, pero encantador en todo convite gracias a sus bigotes encerados y sombrero de copa enhiesto.

El heteropatriarcado le hizo rico

Este tipo clásico, “periodista hampón” lo llamó Valle-Inclán, me ha producido bastante picazón, porque los he visto repetidos una y otra vez en mi vida laboral. Hay pocos que hayan sobrevivido como escritores a la adulación idiota de esas kermeses atildadas y la mayoría han crecido poco a poco en la profesión como proxenetas de contactos. Estos les permitían progresar estratosféricamente aún con globos aerostáticos de telares medio rotos y que en tierra vigilan con una cuerda algunos amigos tan dudosos como traicioneros.

Es casi imposible imitarlos sin tener ese «horror vacui» al papel sin negros y presentarse así en todos esos guateques de la capital donde se obtienen prebendas y parabienes cual máquina registradora de futuras colaboraciones. Divierte ir, escuchar a gente interesante o idiota (¡estos últimos son todavía más atrayentes!), pero confieso una inacabable dejadez a la hora de identificar el jefe de prensa tal o el escritor pascual. Gano más con una buena conversación, ese ribete de anécdotas divertidas y carcajada burbujeante, que sacando la hoja de cálculo de “cuánto puedo ganar sí…”.

«Localizado jefe de prensa uno, dos y comercial de Honda. Iniciando operación trepar como una mona»

Mi admiración, así, siempre ha sido para escritores misántropos, Gabriel Albiac o Félix de Azúa, que sabían que la verdadera meta no era tanto ganar dinero, como intentar llenar esa hoja en blanco con algo legible. Pintura en lienzo con una técnica bien complicada, sintaxis, supone y supondrá el darwinismo social más refinado que divide entre aptos y no aptos. Y todavía prefiero ser un tigre escuchimizado a una comadreja en esta fauna inacabable de “amigos bellos”.

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