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El perroflauta

Dice mi amigo Dani que últimamente follo tanto que tengo abandonado mi blog. Es verdad. Lo uno y lo otro. Y eso no puede ser, no puedo tener dejados a mis lectores, sobre todo si consideramos que acaban de verse afectados por acontecimientos de dudoso gusto como las JMJ. Mira, ahora que abordamos esta cuestión os diré que los días que Madrid estuvo tomado por los peregrinos, la página web tuporno.tv no actualizó sus contenidos. O si lo hizo, fue de forma muy discreta. Y yo saqué una conclusión casi de perogrullo: los usuarios no actualizan los contenidos porque están orando, que son los mismos que los de las JMJ… Vamos, si lo sabré yo….

Bueno, a lo que vamos, el perroflauta… Al perroflauta aquel yo le hubiese hecho de todo. O como me dijeron una vez en el pueblo “le hubiese metido de todo menos miedo”. Qué lírica tan maravillosa la de la gente llana, ¿verdad?, sobre todo si te premian con ella cuando tienes 16 años y está delante tu padre… En fin, a lo que voy: al chiquito éste de las rastas le conocía del año pasado, no es que le conociese bíblicamente, qué más quisiera yo, quiero decir, le había visto en su puesto de colgantes de cuero en el mercadillo que habitualmente hay cada noche en las calles de Ciudadela.

Era un poco difícil que no llamase la atención con su pelo largo con rastas, su color tostado de piel, su barba, su amplia sonrisa y sus blanquísimos dientes. Porque hay mucho prejuicio sobre el perroflautismo pero que uno tenga aspecto desaliñado no quiere decir necesariamente que sea un guarro.

Este año le volví a ver y seguía igual de bueno. O más. Y allí estaba yo, delante de su puesto, con unas ganas de follar tremendas y enviando mensajitos a mis amigos contándoles lo bueno que estaba el tío y cómo me gustaría llevarle al huerto.

Yo me imaginaba con él en cualquier cala, follando como posesos, en una noche de luna llena (ojo, sin luna también vale). Y me daba igual que la playa no fuese un sitio cómodo (que si te entra arena en el culete, que si hace frío, no has oído un ruido?). Aquél Jesús de rastas era la compañía idónea para revolcarte con lujuria en cualquier rincón de la isla. Cuántas veces lo vi metiéndome la polla con saña (como sólo lo hacen los perroflautas) mientras su melena me golpeaba en la cara. Uhmmm, ración de sexo salvaje.

Resulta curioso: cuando cuentas tus deseos más íntimos a tus próximos éstos te despachan con todo tipo de consejos que en la vida llevarían a cabo, salvo que estuviesen borrachos o bajo los efectos de alucinógenos. Por ejemplo, cuando hice partícipe a uno de mis colegas de las ganas que tenía de tirarme al perroflauta se limitó a aconsejarme que le dijese “¿te apetecería follar?” Convendréis conmigo en que es una frase poco convencional, vamos, que no es el típico ¿estudias o trabajas? Aunque en este caso hubiera podido derivar en ¿haces pulseras o follas?

Y allí estaba yo: con ese cuerpo de pecado delante de mí, dudando entre preguntarle cuánto costaba la pulsera o a qué hora terminaba para ir a echar un polvo. Tras mucho pensarlo me armé de valor y me acerqué. Le miré. Me miró. Nos sonreímos y justo cuando le iba a contar las ganas que tenía de treparle, de mi boca salieron las siguientes palabras: “¿No las tendrás de cuero negro en vez de marrón?”

Eso fue todo. Aquel perroflauta fue mi fetiche sexual durante las vacaciones. Pura imaginación y furor uterino. Se ve que el destino me tenía reservada otra cosa: unas semanas después de mi descanso estival me topé con un pijo. De éstos de polito Ralph Lauren que siempre he aborrecido. No tiene rastas, ni tatoos, ni piercings… Pero folla de maravilla. Y me dice lindezas del tipo: “Me encanta tu arco de cupido”. Ya ves, hasta los pijos te pueden dar sorpresas.

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