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AcordeónReportajeEl pintor que llenó de grillos la casa de Dalí

El pintor que llenó de grillos la casa de Dalí

 

Entrar en el estudio del pintor Jordi Curós, en la Gran Vía de Barcelona, es visitar el caos. Centenares de revistas y diarios se amontonan en los costados del pasillo principal, la cama, las sillas y las estanterías. Por todos lados hay cuadros suyos. Tal es el desorden que dos fotografías de Curós con Salvador Dalí que descansan en el recibidor pasan inadvertidas. Un periodista argentino tomó las fotografías en los años 60, durante una entrevista al pintor ampurdanés. Curós hacía una de sus habituales visitas a la casa de Dalí.

 

“En un momento de la entrevista, Dalí le dijo al periodista que dejara de hacerle preguntas porque ya no sabía qué preguntarle –recuerda el de Olot–. El periodista dio por finalizada la entrevista, pero le explicó a Dalí que quería hacerle unas fotografías. Él aceptó encantado. Yo aparecí en dos de ellas, que son las que tengo aquí en el recibidor. Le pedí al periodista que me las enviara. Sorprendentemente, así lo hizo”.

 

Curós, que ahora tiene 75 años, utiliza de vez en cuando el presente cuando cuenta sus vivencias con el pintor surrealista. Todas sucedieron hace más de cuarenta años. Curós era amigo del pintor Evarist Vallés, cuyo padre tenía buena relación con Dalí. Animados por este contacto y por su condición de pintores, pensaron que Dalí los recibiría por primera vez en su casa de Portlligat.

 

Si actualmente es complicado conseguir llegar a los pies del Cap de Creus, a mediados del siglo XX directamente era una sutil odisea. La expedición la formaron los pintores Vallés, Juan Maçanet –un farmacéutico de L’Escala– y el mismo Curós. En El Port de la Selva debían coger un autobús abarrotado de gente, con capellanes, payeses sosteniendo animales muertos, y visitantes de aquel lugar recóndito.

 

Cuando las puertas del vehículo ya se iban a cerrar, Curós y sus amigos vieron a tres jóvenes bien vestidos que se resistían a subir. “Ya cogeremos el siguiente”, dijeron, a la vista del panorama. “Subid, que hasta mañana no hay otro”, respondió Curós. Eran los pintores Antoni Tàpies, Modest Cuixart y Joan Ponç.

 

También iban a ver a Dalí, en su caso para que les hiciese una carta de recomendación para llegar a Nueva York y, desde allí, hacer avanzar su carrera artística. Era primavera. Como el grupo liderado por Tàpies iría al día siguiente a visitar a Dalí, el grupo de Curós prefirió esperar al otro. Cuando llegó su turno, Dalí les comentó que un grupo de pintores le habían pedido el día anterior una carta de recomendación para ir a Nueva York. Pero él nunca firmaba recomendaciones. Deseaba que ellos no hubiesen acudido por el mismo motivo. No: solo querían conocerlo y conversar con él.

 

En aquella charla, Curós comentó que en Olot se solían hacer concursos de grillos. Por eso Dalí le pidió que le llevara “grillos de campeonato” la próxima vez que fuera a visitarlo. El de Olot se lo tomó a broma.

 

—¿Dónde están los grillos? –preguntó Dalí cuando se volvieron a ver.

—No los he traído. No pensaba que me lo dijese en serio –balbuceó Curós.

—Pues tráigalos la próxima vez, se lo digo en serio.

 

Curós cogió un taxi hacia Olot –en esa época no tenía coche– y durante el trayecto le pidió por teléfono a su cuñado unos cuantos grillos para llevárselos a Dalí. El pariente de Curós compró hasta unas pequeñas casitas de madera especiales para grillos, que todavía se encuentran en la casa de Portlligat.

 

—Llovía. En Besalú no paraba de tronar. Tenía miedo de que durante el trayecto los siete u ocho grillos se muriesen, pero al final llegaron bien vivos y cantando.

 

Al día siguiente, como agradecimiento, Dalí le invitó a una fiesta en Portlligat con la orquesta de Granollers, donde se sirvió cava rosado de Peralada. Dalí lo saboreaba en la boca y después lo escupía al suelo. Todo el mundo estaba muy contento con el canto de esos grillos: “¡Ninguna de las criadas ha podido dormir!”.

 

A Dalí le interesaban los grillos porque en el código genético de estos animales el canto existe desde mucho antes de que nazcan. La relación entre Curós y Dalí se fue distanciando con el paso de los años a causa de la decadencia física del pintor de Figueres, aunque el surrealista seguía reconociendo en la última etapa de su vida al figurativista cuando este lo visitaba. Los grillos murieron.

 

Cuando falleció Dalí, Curós quiso asistir a su entierro en Figueres. No le dejaron porque no había plazas. “Estuvo invitada la baronesa Thyssen-Bornemisza junto con su marido y al final no asistieron. Y yo, que fui su amigo, no pude asistir”, recuerda el pintor. Sí acudió a la capilla ardiente que se instaló en la torre Galatea del teatro-museo Dalí. De hecho, pintó un cuadro de ese momento, con el cuerpo sin vida del genio rodeado de fotógrafos.

 

—Esas fotografías no han salido a la luz. ¿Dónde están?

 

Las casitas de los grillos siguen en la casa de Portlligat. Están abandonadas y sin grillos dentro. Curós, junto con un periodista de La Vanguardia y el farmacéutico Oriach, compró unas casitas de grillos nuevas con insectos dentro para cambiarlas por las viejas. En Portlligat se encontraron con la negativa de los responsables de la casa-museo.

 

—Estas casitas no se pueden ni tocar porque las ha tocado Salvador Dalí. Si quieren hacerlo, tienen que pedir permiso a Madrid.

 

Curós no pudo más que reír. Fue él, con la ayuda de su cuñado, quien compró esas casitas que ahora no le permitían ni tocar.

 

—Si quiero, me las llevo. A mí Dalí no me las pagó.

 

No lo hizo. Solo dejó en libertad a los grillos delante del antiguo hogar del genio ampurdanés.

 

 

 

 

Sergi Escudero es un periodista especializado en temática socio-política. Después de pasar por la redacciones de La Vanguardia Ara, y de aprender nuevas formas de hacer periodismo en Italia, se ha embarcado en la experiencia de trabajar como freelance. Colabora en diferentes medios. En FronteraD ha publicado El tabú del suicidio. Los medios de comunicación tienen como norma no dar la noticia. En Twitter: @sergiescudero 

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