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El plagio


La dimisión forzada de Karl Theodor von Guttenberg, ministro
alemán de Defensa, es todo un ejemplo y todo un símbolo. Usualmente, un
político es cesado por incompetente, por corrupto o por deshonesto. En Alemania
dimitió Andrea Fischer en 2001 por su errática gestión de la epidemia de “vacas
locas”. Peter Gloystein, ministro de Economía del Land de Bremen dimitió
en 2005 por espurrear con champán a un clochard que se reía del discurso
que pronunciaba durante un acto de su partido, la CDU. Marlies Mosiek-Urbahn,
ministra de Familia del Land de Hesse, hizo lo propio al saberse que
había iniciado de forma truculenta su proceso de separación matrimonial. En
2007 dimitió Edmund Storiber, presidente de Baviera, por haber organizado una
red de espionaje interno en su partido. Heinz Schleusser, ministro de Finanzas
de Renania Norte-Westfalia dimitió en 2000 al saberse que había aceptado viajes
gratis en jet privado a cuenta de una empresa privada. Este tipo de dimisiones
por conducta impropia o atisbo de delito son comunes en la mayor parte de
países europeos. En España, por supuesto, no.

            El caso es
que la dimisión de Guttenberg es excepcional. Ha dimitido por fraude
intelectual. Guttenberg plagió partes de su tesis doctoral por el procedimiento
del corta-y-pega. Su aliado probable al redactar su tesis -la web- ha resultado
ser su mayor enemigo. Todo lo copiable es reversible a su fuente por el simple
procedimiento de verterlo en Google y pulsar luego la tecla “enter”. Al
principio, el ministro se defendió apelando a su buena fe y, sobre todo, a la
fiabilidad del procedimiento. Las tesis doctorales en Alemania no son, en
realidad, la medida de la excelencia de un investigador, sino su primera
prueba. Son breves (no más de doscientas páginas) y se exige del doctorando un
conocimiento suficiente del tema, cierta originalidad crítica y, sobre todo,
claridad expositiva. Suelen considerarse el prólogo tentativo de futuras
investigaciones de mayor alcance. La verdadera tesis es la de Habilitación, la Habilitationschrift,
texto que es escrutado con lupa y que, si es finalmente aprobado, otorga al
habilitado la condición automática de Professor, es decir, de
catedrático. La Universidad alemana es eficiente y cruel; sólo pueden llegar a
ser funcionarios los catedráticos y de éstos, sólo lo son aquéllos que han sido
reclamados por una Universidad. Quien se habilita, además, sólo puede aceptar
contratos acordes con su grado, de modo que no todos los docentes
universitarios alemanes se atreven a iniciar su habilitación, aunque anden sobrados
de capacidad.

            Para ser
doctor en Alemania no sólo hace falta haber escrito una tesis. Es preciso,
luego, pasar un formidable examen carente de temario definido. Los miembros del
tribunal, simplemente, preguntan lo que se les ocurre. Luego, para obtener
definitivamente el grado, es preciso publicar la tesis. Si no se encuentra
editorial, el doctorando opta por hacerlo a sus expensas. Los ejemplares son
distribuidos diligentemente por las bibliotecas universitarias de toda
Alemania, donde son accesibles para cualquiera. Si se trata de
autopublicaciones, suelen archivarse en una sección específica (que suele
enorme) con ciertas restricciones al préstamo, que no a la consulta. Es muy
probable que el descubrimiento del plagio fuera puramente casual; los
estudiantes de doctorado suelen consultar frenéticamente cuanta bibliografía
verse sobre el tema que han elegido. La familiaridad con el tema y el acopio de
lecturas produce el efecto “déjà lu”. De ahí al googletazo hay sólo un paso,
fatídico para la carrera política del ministro.

            En España,
por supuesto, nunca dimitiría un político por un caso de plagio doctoral. Hay
pocos doctores, en primer lugar. Incluso no hay muchos universitarios. En el
gobierno de la Nación hay varios ministros sin estudios superiores. Si se
desciende en la escala del poder político, los ignaros aumentan
exponencialmente. En España, además, la consulta de una tesis doctoral es
complicada. Suele archivarse un ejemplar en la Universidad donde fue leída la
tesis. Un plagiario podría, de hecho, hacerla desaparecer fácilmente, incluso
sin la connivencia de algún funcionario. Si la tesis es antigua, es posible que
haya desparecido por pura fatalidad: traslados internos o externos, deterioro,
traspapelamiento o quijotesco diezmado de los fondos.

            En España,
además, los doctores no firmarían fácilmente un manifiesto en contra del
plagiario, como ha ocurrido en Alemania: más de diez mil. La razón de ello es
obvia: muchas tesis doctorales españolas pertenecen al género del refrito, tan
hispánico. Son plagiarias de modo indirecto: parafrasean, glosan, reiteran o
manosean las ideas de otros, los textos de otros. Suelen redactarse para
obtener rápidamente la condición funcionarial. Una vez alcanzada, el doctor
funcionario puede optar libremente por la vagancia absoluta. En España
investigan de verdad los vocacionales, que no son muchos. El resto vegeta o
sestea o, si quieren ascender en el escalafón, publican de vez en cuando algo,
lo justo para no perder sexenios y lograr, cuando toque, la cátedra.

            Un ministro
doctor y plagiario en España sería un friqui, pero no por plagiario, sino por
doctor. Es improbable que, una vez descubierto el fraude, dimitiera. Ser doctor
no significa mucho en España, de modo que plagiar la tesis tampoco. Se
consideraría una anécdota cutre, similar al revuelo que provocan esos
comentarios soeces que, de vez en cuando, se les oye a los políticos cuando
algún malvado periodista deja el micro abierto cerca de ellos. De hecho, nadie
se ha molestado en examinar la tesis doctoral de Zapatero, si existe
(probablemente se trate de la antigua “tesina”, hoy readaptada a los masters).
¿Para qué?

            Que un
poderoso y brillante dimita por fraude intelectual da envidia y produce
tristeza. Guttenberg no quería dejar su cargo, y ha sido obligado. A los
alemanes les importan estas cosas, sean doctores o no. Y es que los que no lo
son reconocen el mérito de los que sí lo son. Y con el mérito, la honestidad
del esfuerzo. Toda una lección.

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