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El poder sanador del arte

Recuerdo a Robert Zemeckis en la presentación de Bienvenidos a Marwen explicar que, realmente, la película hablaba del poder sanador del arte. Bienvenidos a Marwen narra la vida de Mark Hogancamp, un hombre que, tras confesar en un bar su afición a travestirse, es víctima de un brutal ataque que lo deja en coma durante varios meses. Con apenas recuerdos de su pasado, Mark creará una ciudad belga, en miniatura, ficticia, durante la Segunda Guerra Mundial. Será su manera de curar las profundas heridas psicológicas que le dejó la agresión que sufrió. Zemeckis, lógicamente, se entrevistó con Hogancamp antes del rodaje, “pasamos mucho tiempo con él, le hicimos muchas preguntas, queríamos averiguar las emociones que sintió durante su proceso de recuperación”, remarcando que su intención era plasmar de la manera más fidedigna tanto el dolor que vivió el artista como también su forma de curar sus heridas interiores.

El arte, efectivamente, como algo emocional. Cuando los sentidos se mezclan con la obra que tienes frente a ti la emoción se desborda. Frente a un talento feroz. Unos trazos que no crean una belleza indiferente. Y, te hablan. Sin ruido, te susurran. Y tu cuerpo reacciona. Sí. La pintura, la poesía, la escultura, la arquitectura… sana. Siempre hemos entendido el arte como un medio útil para poder expresar ideas, sensaciones y emociones. “Buscar respuestas pero encontrar preguntas distintas”. Esos días coincidía en ARCO con una reconocida galerista y hablábamos de la evolución del arte (obviando innecesarias polémicas que anulan el sentido real de ferias como ARCO). Me recordaba aquel boom del arte en los años ‘80 cuando se consideraba que adquirir cuadros era la mejor inversión. Un error. Al primero que perjudicaba era al propio artista debido a la especulación que provocaba ese trasiego. La obsesión y el objetivo era invertir en arte, daba igual la calidad y lo que se vendía. Gente que compraba por comprar. Sin tantear y admirar lo que tenían ante sus ojos.

El arte siempre está por venir, y nunca llega del todo, “el arte nunca es suficiente porque está suspendido en una temporalidad eterna. Sólo los que así lo entienden siempre tienen algo que contar”, me contaban en ARCO. Como en la música. Todo es organizar los sonidos que luego provocarán las emociones en quien escucha. En la antigüedad, algún autor creía que la música penetraba por los poros del cuerpo. Ese poder sanador de la música que, según el filósofo Eugenio Trías, “el mismo Platón pensaba que entraba en el hígado”. De repente, te das cuenta como Georges Perec en Un hombre que duerme, “que algo no va bien, que hablando en plata, no sabes vivir, que no sabrás jamás”. Y que necesitaría, al menos, otra vida para satisfacer las expectativas. Porque, a este ritmo, lo nuevo se acumula sobre aquello. Y hoy resulta un lujo tener tiempo para leer. Porque ser lector es un trabajo muy serio. Nada de tomarlo a la ligera. Pasar la tarde con cualquier cosa de Stefan Zweig. Castellio contra Calvino, por ejemplo, en plena vigencia en estos tiempos. Por casa merodea una tablet. La veo hacerme guiños con sus luces. De momento, sólo nos saludamos. No pienso robarle atenciones a lo que me rodeaba antes de que llegara a casa. El placer del papel que se deja acariciar y oler. Un estreno de cine en pantalla grande. Me encanta, por cierto, encontrarme con Baroja en la Cuesta de Moyano. ¿Más arte? Los fascinantes desfiles de moda. Me atraen las construcciones sobre el cuerpo y las respuestas que provocan en la sociedad. Son otras formas de relacionarnos, de comunicación, de construir una imagen pública.

Y así coincidir con la definición de Roma (la ciudad, no la película) que me contaba el arquitecto Mesa del Castillo, “una ciudad maravillosa que soporta el lastre de su belleza y de su historia”. Y me llevaba a La grande bellezza, de Paolo Sorrentino, “un retrato tan acertado: una ciudad bellísima que oculta una realidad llena de falsedad y de superficialidad pero, al mismo tiempo, un lugar lleno de magia y de posibilidades”.

Y, contarlo todo desde aquí, al perfume del Mediterráneo que sana y cicatriza las heridas. Y, descubrir que Picasso ya nos lo anunció: “El arte sacude del alma el polvo de la vida cotidiana”.

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