Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris. Nescio, sed fieri sentio et excrucior.
Odio y amo. Por qué me pasa esto, acaso tú preguntes. No lo sé, pero siento que pasa y me torturo.
Esta, sintética al máximo, cláusula poética escrita por Cayo Valerio Catulo, más conocido como simplemente Catulo (nacido y muerto joven en el primer siglo antes de Cristo), se acomoda en la estrofa llamada dístico elegíaco, compuesta de un hexámetro dactílico (Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris) y un pentámetro dactílico (el resto). El dístico elegíaco es, según se explica en Wikipedia, “un tipo de verso caracterizado por la forma, ya que sirvió para muy diversos contenidos. En general, la pareja de versos forma una unidad de sentido completa. Es habitual que la segunda parte, más breve (el pentámetro), sirva como «respuesta» del tema propuesto por la primera parte (el hexámetro)”. Cosa que ocurre con precisión en este insigne ejemplo. En latín, las sílabas manifestaban longitud, eran largas o breves, mientras que en una lengua romance como el castellano, la sílaba es acentuada o átona. Una diferencia rítmica tan dispar obliga a no intentar reproducir en español la métrica latina, siempre malogrado intento. Es sabido que Lucrecio compuso su De rerum natura en hexámetros. Yo me leí casi de un tirón la amena y tan fluida traducción del extenso poema lucreciano realizada por el Abate Marchena. Sin embargo, la versión rítmica del mismo texto, que pretendía ser fiel a la versificación original, hecha por Agustín García Calvo (sin quitar méritos a García Calvo), a mí me resultó de lectura muy áspera. El acierto del Abate Marchena fue actualizar los versos latinos en endecasílabos. Y ese es el secreto de la traducción: lograr una buena, es decir, natural equivalencia expresiva, en la lengua de llegada, de lo enunciado en la de partida. Por supuesto, siendo escrupulosamente fiel al contenido del mensaje originario. Existe otro ejemplo igualmente grato: la traducción de la Eneida, compuesta asimismo en hexámetros, de Gregorio Hernández de Velasco, nacido en Toledo en 1555, quien vierte la colosal obra virgiliana, como hizo el Abate Marchena con la de Lucrecio, en endecasílabos blancos (sin rima) al conducir la descripción en la epopeya, dándose, sin embargo, la curiosa particularidad de que cuando hablan los personajes el autor convierte los parlamentos en octavas reales, por supuesto rimadas.
Creo haber cumplido con este compromiso al traducir este breve y penetrante poema catuliano. La métrica en mi traducción la he regularizado escandiéndola en tres unidades básicas, centrales: dos heptasílabos y un endecasílabo: heptasílabos que, después del “Odio y amo” inicial, llegan hasta ese otro inicial “No lo sé”, completándose la composición con el endecasílabo que remata la composición. Hay, además, simetría en los comienzos de cada verso, establecida en esos dos giros arrítmicos: “Odio y amo” y “No lo sé” (sin importancia que los dos tengan cuatro sílabas cada uno), que suministran tono coloquial al medido y retórico periodo. Cadencia que supongo haber generado, en el trasladado verbal, adecuadamente. Pienso que las palabras elegidas en la traducción no traicionan el significado latino. La acción en castellano “pasar” (“me pasa”, “que pasa”) creo que se corresponde lícitamente con los vocablos latinos “faciam” y “fieri”.
Aconsejo que se compare mi versión con otras muy excelsas, elaboradas por Juan Manuel Rodríguez Tobal, Ramón Irigoyen, Miguel Dolç, Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca o Ernesto Cardenal.