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El polvo bulímico

Tengo un amante poeta, que no lo es por escribir sonetos, no, sino porque me dice y hace unas cosas que son pura poesía. Desde que le conocí no paro de poner lavadoras. Y no es que me haya vuelto de repente una maniática de la limpieza, qué va. Es que echamos unos polvos tan tremendos que dejamos todas las sales minerales del cuerpo en las sábanas y claro, me paso la semana de la habitación a la cocina y de la cocina al tendedero. Marujil total. La otra noche, sin ir más lejos: tras varias horas en posturas variopintas (y sin que ninguno de los dos se haya leído el Kamasutra, que ya tiene su mérito) nos decantamos finalmente por la de a cuatro patas, que es como muy primaria, muy básica y a mi eso me pone mucho. No me preguntéis cuánto estuvo el tío metiéndome la verga porque no estaba yo como para mirar el reloj, bastante tenía con controlar mis respiraciones y no ponerme a gritar como una loca (para deleite de mis vecinos). Lo que sé es que, tras mucho tiempo, se acabó corriendo y yo interiormente casi me alegré, no por su orgasmo qué va sino porque la posturita y las embestidas de semejante semental me estaban generando un calambre en la rodilla de padre y muy señor mío. Y pido perdón por esta expresión a mis lectores de la Conferencia Episcopal y a los oyentes de la Cope.

Cuando se marchó me confesó que, bajando la pendiente cercana a mi casa, le temblaban las piernas e iba pensando “¿a que me hostio y me rompo los dientes?”. Yo me quedé en la camita con esa sensación tan placentera de saberse bien follada que se manifiesta porque estando ya sola sigues sintiendo palpitaciones en el coño y te tiemblan los muslos.

Así estaba cuando de repente me acordé de que tenía una tarrina de helado de turrón marca Hacendado que me llamaba y me llamaba desde el congelador: “Mercadona, Mercadona” (ponedle la musiquita del jingle que sé que todos vais a comprar a Mercadona”). Oye, ni dieta Dukan ni pollas en vinagre, me cogí la tarrina (que casi estaba entera) con una cuchara sopera y pim pam pim pam. Me la zampé entera. No me entró ni pizca de remordimiento… considerando las calorías que había gastado antes…  De ahí lo del polvo bulímico que titula este post.

Yo una vez tuve un orgasmo cromático pero nunca antes había disfrutado de polvos bulímicos: nos comemos con tanta ganas el uno al otro que ese mismo apetito se traslada después a la mesa. Y claro, me lo como todo. De hecho en el súper ya me han abierto una línea especial de crédito con los helados porque la cosa no decae… Mercadona…

 

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