Mientras escribo estas líneas, la manifestación del Primero de Mayo discurre a pocos metros de donde estoy. Es la primera vez que no voy en muchos, muchos años. Sobre todo en Madrid, pero también en otros sitios. Al menos, desde 1999. Las múltiples obligaciones me han dejado en casa este año. Pero sentía remordimientos de conciencia y aunque esta semana tenía pensado escribir sobre otra cosa, he decidido dedicar esta entrada al Día del Trabajo. Así logro resarcirme un poco.
No voy a hablar del paro, aunque afecte a cerca de un tercio de la población española en edad de trabajar, ni siquiera del juvenil, que ya roza el 60% y permite constatar la existencia de una generación perdida, tirada a la basura, y de un Estado fracasado. Nos hemos resignado y ya creemos que España se ha convertido en una sociedad postlaboral: este país (y quizás ningún otro del mundo) ni puede ni podrá crear trabajo para todos. Aunque podría haber solución si cambiáramos completamente el paradigma del mundo laboral o de toda nuestra vida yendo mucho más allá del clásico “trabajar menos para trabajar todos” que recordaba hace poco Alfonso Guerra.
Voy a hablar de los trabajadores pobres, de los “working poor”, de quienes ni aun trabajando pueden asegurarse una vida digna. Lo peor es que su nacimiento no es consecuencia directa de esta última crisis. Este trabajo de la Unión Europea es del año 2010 y utiliza datos de 2007.
La fiebre liberalizadora de las condiciones de trabajo, algo que en España podemos situar en alguna de las legislaturas de Felipe González, en ésa en la que se crearon los contratos precarios, basura (temporales) y el despido se convirtió en libre, fue la responsable.
Así, Robert Reich, en El Trabajo de las Naciones, fruto de esa dinámica, auguraba ya a principios de los años noventa una progresiva ampliación de las brechas salariales hasta el punto de que, según sus previsiones, la quinta parte más acomodada de la población sería responsable de más del 60% del total de los ingresos percibidos y la quinta parte menos favorecida, de sólo el 2%.
Proceso de prescindibilidad social
La fiebre liberalizadora, justificada por la socialdemocracia con un horrible oxímoron (“flexiseguridad”) es responsable de este proceso. Además, según Reich, que fue miembro de la Administración de Bill Clinton, la emergencia de esa quinta parte menos favorecida, los “working poor”, se debe a que éstos no tienen capacidad de establecer mucha resistencia: realizan las tareas menos imprescindibles y menos productivas en el sistema, ellos mismos son perfectamente sustituibles unos por otros; el resto de los sectores no dependen de su trabajo; y no cuentan prácticamente con ningún arma política, porque no están organizados y los sindicatos, tal y como funcionan, y según el modo en que está ideada su participación en la empresa, no pueden hacer otra cosa que abandonarlos a su suerte.
En definitiva, este colectivo, creciente, ha entrado en un proceso imparable de prescinbilidad social.
Lo importante no es el número de puestos de trabajo, sino su calidad
Los trabajadores pobres, aunque trabajan, aunque no son parados, no tienen ingresos suficientes como para vivir dignamente. Quizás es una tragedia peor que la de los parados. Porque llegará un momento en el que lo importante no será sólo si hay empleos, sino si los puestos de trabajo que existen permiten garantizar condiciones mínimas de bienestar para la mayoría de la población. En definitiva, más que la cantidad de puestos de trabajo, lo que pronto comenzará a importar será la calidad de los mismos.
Porque, ¿qué ocurrirá cuando acabe esta crisis? ¿Qué tipo de empleos se crearán? ¿En qué tipo de puestos de trabajo piensan quienes quieren una reforma laboral más profunda que la última que ya ha quitado todo poder de negociación a los trabajadores y le ha dado todo el poder al patrón? ¿Serán todos infraempleos?
Infratrabajadores, subcontratados, trabajadores a tiempo parcial, temporales, a media jornada, atípicos, falsos autónomos, autónomos aparentes, trabajadores voluntarios, activos permanentemente temporales… Si sumamos todas las personas que padecen las condiciones más negativas del paro y las que se encuentran en las condiciones más precarias de trabajo, en muchos países nos encontramos con que suponen el 50% de la población activa total. Lo irregular, lo atípico se está convirtiendo en la experiencia social mayoritaria. Y tras la Segunda Gran Depresión, es decir, ésta que sufrimos, se acelera el proceso. Menos derechos, reducción de salarios… ¿No estamos todos predestinados a convertirnos en “working poor”? Los parados de hoy serán los trabajadores pobres del mañana. Los trabajadores con empleos de calidad hoy serán precarios dentro de un cuarto de hora, aunque sigan en la misma empresa. Con el tiempo, la letra de la Internacional irá recobrando actualidad: “¡Arriba, parias de la tierra! ¡En pie, famélica legión!…”. Estamos regresando a aquellas épocas en las que tener un trabajo no garantizaba la supervivencia.
Más allá de las especulaciones, las estadísticas de Eurostat
Podemos especular sobre el número de trabajadores pobres, sobre su porcentaje sobre el total. Pero Eurostat, una vez más Eurostat, nos declaramos fans de Eurostat, tiene las cifras. Son datos de 2011 y se actualizaron a mediados del mes de abril de este año. De media, en la Unión Europea, el porcentaje de trabajadores en riesgo de pobreza sobre el total roza el 9%. En España, supera el 12% y se sitúa por encima de la tasa de Grecia (11,9%). En Alemania, la patria de los “mini-jobs”, el porcentaje es de un 7,7%.
En el año 2006, en España esta tasa se colocaba cerca del 10% y cerca de un punto por encima de la media comunitaria. Quizás porque nuestro país tiene el mal endémico de la temporalidad, igual que el de una tasa de paro estructuralmente más alta que casi cualquier otro país no ya de Europa sino del mundo.
Lo que nos ha resultado sorprendente es que mientras los “working poor” varones alcanzan el 14%, en el caso de las mujeres, esta tasa cae por debajo de la media y se sitúa en el 10%. Lanzamos una hipótesis: ¿Es que antes de aceptar un trabajo mal pagado deciden quedarse en casa y asumir las tareas domésticas, algo que si hicieran sus compañeros varones sería tremendamente mal visto en esta sociedad no sólo machista sino también patriarcal?
Trabajadores pobres a punto de jubilarse: una doble tragedia
Por edades, y esto nos preocupa especialmente, los “working poor” se concentran en la franja de edad entre los 54 y los 65 años, con casi un 15%. ¿Qué pensión de jubilación podrán esperar quienes en los últimos años de vida laboral –los que más cuentan para el cálculo de la prestación- cobran salarios miserables? ¡Y pueden quedarles aún más de veinte años de vida! Enviamos otra pregunta al aire: ¿No es posible que lo que ocurre en el mercado laboral, en la sanidad, en la educación, en las pensiones… acabe por reducir la esperanza de vida de la gente?
Por tipo de contrato, choca que un 5,1% de los trabajadores españoles con un trabajo permanente se encuentren dentro de la categoría de los “working poor”. Ni siquiera un trabajo fijo garantiza una vida sin preocupaciones. En cambio, no sorprende tanto que, por niveles de educación, de quienes no llegaron a completar sus estudios de secundaria, casi el 20% sean trabajadores pobres, porcentaje que baja hasta el 6% en el caso de quienes realizaron estudios superiores. Aunque nos permitimos hacer de pitonisos y auguramos un progresivo aumento de este último porcentaje en los próximos años, a medida que los titulados más jóvenes se vayan haciendo mayores y no cuenten con su familia como colchón.