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Mientras tantoEl pudor elegante

El pudor elegante


 

 

Insisten algunos en que no se hable de Pablo Iglesias como aquellos que insisten en no llamarle a las cosas por su nombre. Rafael Martínez Simancas decía que al cáncer, a su cáncer, tenía que mencionarlo con sus seis letras porque corría el riesgo de no reconocerlo y de ese modo no poder luchar contra él. A Pablemos, para los amigos, se le pinta como una enfermedad cuando parece más un picor, intenso, pero picor. Y éste, cuando uno se rasca, a veces es gustoso. No por ello hay que dejar de referirse a él con todas las letras, que no son trece sino veinte si se le añade el Turrión como él le añade siempre el Frías a su modelo, ese por el cual una televisiva ofuscada le debe miles de euros a Bertín Osborne. Al final el amarillismo se atreve con todo. Es imposible no acabar hablando de Pablo Iglesias Turrión, que da la impresión de utilizar, no tanto sus lecturas y convicciones para sus campañas como la metodología de las Kardashian, eso sí, muy fundamentada. Uno se pone a leer su programa y de cada punto borraría el setenta por ciento de las líneas que conducen a la democracia más pura del mundo porque, a pesar de gustarle la esencia de las cosas se inclina más por los medios, que es donde de verdad brillan las grandes faenas. Con el treinta por ciento restante quedaría un programa tan bonito como ‘El Sombrero de Tres Picos’ de Alarcón, donde, tras el jaleo, triunfa el amor del tío Lucas y la señá Frasquita. Podemos es tanto Pablo Iglesias que si se le quita el tono (“qué hostia tiene”, se le oye decir a uno en el bar, enconado con el personaje), la coleta y la barba, se queda en un chaval obsesionado con el bolivarismo, que suena a juego de moda entre jóvenes desencantados y adultos prisioneros de atavismos, lo cual, por otro lado, no es ni extraordinario ni particular. Uno le preguntó al Simancas (así le llamaban sus alumnos) hace años por qué no escribía una novela y él le respondió que por pudor, el mismo que desechó ante la amenaza de la muerte marcándose dos casi del tirón, como Dostoievski apremiado por las deudas escribió ‘El Jugador’. Las Kardashian, sobre todo la culona Kim, no tienen pudor. Han hecho de su ausencia el fundamento de su negocio, que es el fundamento de Pablo (Iglesias Turrión), el eurodiputado y, sobre todo, el televisivo, quién cada día parece más lanzado al escenario de un empujón como el niño aquel de ‘Un niño Grande’ al que su madre, en apariencia tan conturbada como Monedero, animaba a cantar ‘Killing me Softly’ en la función del colegio.

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