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Mientras tantoEl Pueblo, tantos años después

El Pueblo, tantos años después


Pocas veces se aventura uno a viajar a las antípodas. Ensoñar la tierra que hay bajo tus pies, en el más allá del subsuelo, suele ser un atractivo para la imaginación. No solo fue así para los directores australianos John Tristram y James Wilson, quienes hace más de cuarenta años dieron la vuelta al mundo para buscar sus antípodas en un pequeño pueblo del sur de Andalucía. Constancia de aquel periplo es el documental que allí rodaron en 1981 con el fin de reflejar los modos de vida rural en la España postfranquista.

“Si claváramos un pico imaginario e infinito aquí en El Pueblo, y lo martilleáramos hasta la extenuación; cuando saliera a la superficie, estaríamos en Nueva Zelanda”, dice Antonio Javier González Rueda, autor de El pueblo y yo. Un ensayo personal y visual sobre la España rural de 1981 vista desde la antípoda (Madara, 2020). Este libro profundiza precisamente en la historia del mentado documental que, con el título de El Pueblo, se estrenó en Sídney en 1983 y en España en 2019.

Resulta verdaderamente insólito -y de ahí lo original y la aportación que supone este libro- que hasta hace apenas un lustro no se tuviera ninguna información en España acerca de este documental, estudiado en las escuelas australianas durante años. En este sentido, Antonio Javier, doctor por la Universidad de Cádiz, pone el acento en la “sensación de nostalgia” que generó en él dar con esta historia. Desde 2018, un año antes del estreno, investigó el paradero del documental, contactó con uno de sus directores, profundizó en los entresijos de su rodaje y viajó al pueblo protagonista para describir, tantos años después, los cambios perpetrados por el paso del tiempo.

Estas comparaciones entre el ayer y el hoy de ese pueblo gaditano “situado en las altas montañas de Andalucía… a solo 120 kilómetros del sur de la costa y del Estrecho de Gibraltar” fueron el germen que llevó Antonio Javier a escribir el libro después de hacerse preguntas mientras visionaba el documental. Preguntas tales como: “¿Qué será de los jóvenes que cantan en grupo?”.“¿Sigue la escuela en el mismo lugar?”.

El periodista regeneracionista Luis Bello, autor de la vasta obra Viaje por las escuelas de España en los años previos a la guerra civil, gustaría de esos pasajes de El Pueblo y yo referidos al panorama educativo en las escuelas rurales de aquella España de los años ochenta, cuando el alcalde era también el director de la escuela. Con un tono literario de querencia nostalgia, González Rueda menciona aquella otra escuela de La Barrida, que reunía a chiquillería de varios cortijos y chozas de la zona y que hoy ya ha quedado reducida a ‘pieza de museo’ en medio de un paisaje “incólume al tiempo, sin apenas intervención del hombre”.

De entre todas las diferencias que Antonio Javier va a anotando entre la escuela del Pueblo del documental y la de hoy, como la desaparición de algunos símbolos que se mantenían en 1981 herederos todavía del régimen franquista, resulta alentador y entrañable destacar la conservación de algunos detalles que no destruyó la imparable rueda del tiempo: el patio de la escuela sigue siendo la plaza del municipio.

Al documental de los australianos le acompañaba una Guía Didáctica de treinta páginas elaborada en 1986 por un equipo de pedagogos y maestros con actividades de aprendizaje para debatir en las escuelas del continente australiano. Algunos de sus fragmentos los reproduce González Rueda en cada capítulo de El pueblo y yo. En dicha Guía sus autores refieren el simbolismo del Pueblo: es un pueblo concreto -Villaluenga del Rosario- pero también la metonimia del pueblo español en una época además crucial para el país todavía en los albores de la transición democrática. De ahí que el alcalde del Pueblo en 1981 fuera el protagonista cívico de la villa pero en un contexto aún “tercermundista”, donde los ancianos trabajaban hasta “los últimos estertores de su vida” y los símbolos del franquismo se guardaban en un cajón de los despachos de los consistorios y sin destruir “por si acaso”. Aún así, el documental recogía escenas históricas cuando grabaron a tres ancianas vestidas de luto votando en el día en que se celebró el referéndum de aprobación del primer estatuto de autonomía andaluz.

Preñado de páginas de melancolía, el libro recoge algunas reliquias de antaño que han ido evaporándose de la vida cotidiana. Como la radio que presidía la mesa camilla alrededor de la cual se sentaba toda la familia, o esas cabinas telefónicas en las plazas o en las avenidas principales de los municipios que los avances tecnológicos las han convertido en arqueología de la nostalgia. El paso del tiempo tiene que ver, según el autor, con “lo que recordamos, lo que olvidamos, lo que no queremos recrear, lo que evocamos desde nuestras pequeñas imposturas, en fin, lo que nos hace seres humanos con memoria”.

Y es que acaso uno de los aspectos más humanos y gratificantes durante el trabajo de campo de Antonio Javier González Rueda sea el entusiasmo personal por rescatar de la memoria olvidada esta historia, que ha acaparado gran parte de su vida y de sus investigaciones en los últimos años, para darle un sentido actual. Además, se palpa en sus letras el latir de ilusión al contar que se dirigía en su coche una y otra vez por esa carretera “de giros imposibles” hasta llegar al Pueblo y sus entrañas y departir con aquellos protagonistas del documental de 1981 paseando por sus calles y recovecos para convocar a la memoria. Oriundos que se conocen como las palmas de sus manos los ayeres de su territorio y también el mundo hodierno en que viven y que, como dice uno de los entrevistados, podría seguir reflejando la España rural del siglo XXI.

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