Virgen o puta. Al fin y al cabo esa es la opción del dogma de la “Inmaculada Concepción”. Por ello la representación de la maternidad sigue exigiendo el desprendimiento de símbolos de atracción sexual: tonos claros, moños bajos, ausencia de maquillaje, nada de provocación. Observen la publicidad. El cuerpo ya no importa, salvo como máquina incubadora, y el deseo se proscribe, incluso el de querer o no querer ser madre. Por eso en el debate sobre la legalización de la prostitución nadie habla de la maternidad. Puta madre. Curiosa construcción.
Dar vida no tiene poder simbólico. Salvo que sea Dios quien te preñe. Aún en este caso, es el acto de la concepción (que además fue incorpórea) el que construye el mito, no el embarazo, parto y crianza, que imagino que fue más fatigoso, dado que María carecía de poderes. Y menos mal, de haber ido por ahí haciendo milagros como su hijo, hubiera muerto como tantas brujas en la hoguera. Dar vida no tiene valor simbólico. Concebir sí. Pero sobre todo morir. De ahí el peso de los crucifijos. ¿Imaginan representaciones de María pariendo colgadas en los colegios? No estaría mal. Dar vida a la humanidad jamás fue comparable con dar la vida por la humanidad. Miren Eva lo mal parada que salió de su misión.
Pero estábamos diciendo que ningún mito refleja mejor el triunfo de la invisibilización de las mujeres, de su negación como individuos, como el de María, siempre virgen. La Inmaculada no fue tocada por varón pero dará a luz un varón, (si ella es XX está claro que Dios puso la Y). Parirá al hijo de Dios, que después de todo necesitó una mujer que lo gestara y diera a luz, amén de cuidarle. (Imagino que Dios-padre tenía cosas más importantes que hacer). Perfecta división sexual del trabajo. No importa la ausencia del padre. Lo importante es la descendencia, la semilla divina. Ella, la madre, tendrá la gloria a través de su hijo y del padre de su hijo.
Demasiadas coincidencias con la “familia intacta” (como me consta denominan oficialmente en algunas instituciones, a la familia tradicional) ¿no? María somos todas, decían nuestras abuelas, nos une lo biológico. Un cuerpo sin nombre propio, inmaculado, sin mente, sin poder. Sólo la incubación y el cuidado. Detrás de un gran Dios había una gran mujer. Él se ocupó de salvar a la humanidad, ella se ocupó de él.
En mis apuntes viejos tengo copiada una frase de un maravilloso y esclarecedor seminario de Almudena Hernando , en el que unía la arqueología, la identidad y el género: “El mito siempre legitima la vida social” ¿Es casualidad que el dogma de la Virgen María se reconociera por la Iglesia católica coincidiendo con los primeros movimientos de liberación de la mujer y su acceso a la educación, en el s. XIX?
El padre es el padre. El nacimiento social lo da la norma. Y la norma es masculina. Desde la Ley de las XII Tablas hasta la Constitución española de 1978. La norma es la voz del poder. Y no es inmaculado, tiene nombre y apellidos: es socialista, nacionalista catalán, comunista, de Alianza popular o de UCD.
La Constitución no tuvo madre. Sólo siete padres. Las mujeres la votamos. Decía que éramos iguales y nos fiamos. Mal hecho. Ahora andamos como andamos, treinta años después. Ya os iré contando poco a poco. Porque no es fácil saltarse la norma primera de todas: la de la identidad. Pero de ella depende el mantenimiento del poder que sigue siendo del padre, del varón, aunque cada vez con más dudas. Ya es hora de que la cuestionemos desde su raíz y no sólo desde sus efectos.
En este puente de madres santas y padres constituyentes, me gusta pensar, que San José es también inmaculado, y que no fue carpintero, sólo esposo y padre putativo dedicado a suplir al divino compensando su ausencia. En cambio María, me gusta pensar que no fue santa, ni puta, ni sólo madre. Si pudiera darle un oficio la haría directora de cine. Sí, ya sé que es una locura anacrónica, pero la historia-ficción es libre y mucho más la mito-ficción. Yo sé lo que me digo. En la próxima entrega les cuento que opinan Bibiana Aído e Ignasi Guardans de la posibilidad de que las mujeres (y sus tetas) dejemos de ser el paraíso de los hombres y podamos imaginarnos a nosotras mismas, ni santas, ni putas, ni madres, ni hijas, ni solteras, ni viudas, ni solas. Nosotras.