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El Puigdemont

 

En su columna de hoy, Arcadi Espada se refiere a Puigdemont como «el Puigdemont» con gran acierto. Decir o escribir «Puigdemont» cuando se habla o se escribe en español es como decir o escribir «Catalunya» y «Girona», o «Bruxelles» también, por ejemplo, ahora que el «expresident» (como recalcaba ayer la vicepresidenta con ese gesto, un poco pasado ya, como de hada buena y molona) va por la capital europea haciendo mayormente el indio. Se dice Cataluña y Gerona y Bruselas como se debe de decir «el Puigdemont», forma que más que con una costumbre léxica catalana (anteponer coloquialmente el artículo al nombre propio), tiene que ver con el personaje creado por él mismo. Ese tomar el olivo bañado de exilio bruselense (en el independentismo todo es así: algo bochornoso, ridículo e ilegal convertido porque ellos son así de especiales en algo maravilloso, grave y legal, y en la mayoría de las ocasiones, sobre todo, en algo épico) le ha conferido a Carles, definitivamente, el aire de un personaje de cómic belga del tipo de Johan y Pirluit. Como personaje secundario de Tintín, desde luego, es casi perfecto. Pensemos: Milú, el capitán Haddock, Hernández y Fernández… y el Puigdemont. No habría ni que dibujarlo. El Puigdemont es característico. Y más icónico si cabe que un Spirou. Más inmediato y comercial. Básicamente es un flequillo (o dos) y unas gafas. Es sencillo, un filón. El Puigdemont es como una cara de acid house o como una del Che Guevara: una imagen para vender en los puestos de las ferias junto a las camisetas de los Ramones. Se pueden hacer camisetas y pines con su imagen, y colgantes y pulseras y sombreros y bolígrafos. Y es animado. Es un poco Peppa Pig el Puigdemont. Saltarín y risueño y soñador. Absurdo y hasta encantador en su puerilidad enajenada. Y puede aparecer representado en cualquier producto y en cualquier idioma. Puro merchandising. Es también un poco cabeza de Beavis o de Butt-Head. O de South Park profiriendo palabrotas en catalán. Repitiendo sin cesar «botifler» y moviendo los ojos como Marujita Díaz. En vez de ser Wally (el de ¿Dónde está…?) podría ser el Puigdemont con su gorro y su jersey de rayas. El Puigdemont puede ser de todo menos un líder político, que es lo que ha sido precisamente gracias al independentismo, el independentismo mágico. El Puigdemont, como lo llama Arcadi Espada tan apropiadamente, sólo puede ser una moda regional, un gag que está resultando demasiado largo gracias al Gobierno de España y ahora a la inestimable colaboración de los belgas, esos fantásticos creadores de gran tradición comicista.

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