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AcordeónEl puzzle tailandés

El puzzle tailandés

 

La guerra civil no deja de acechar a Tailandia. La imagen idílica de un país tranquilo, destino de millones de turistas de todo el mundo, se ha hecho añicos y amenaza con arruinar una de las economías más prósperas del sudeste asiático. El pulso que la oposición mantuvo con el gobierno durante los meses de marzo y abril se saldó con casi un centenar de muertos y al menos 2.000 heridos. Durante todo ese tiempo, el corazón del distrito más comercial de Bangkok se convirtió en un enorme campamento donde cerca de 15.000 camisas rojas llevaron a cabo movilizaciones y protestas contra el actual primer ministro, Abhisit Vejjajiva. Entre los atrincherados, campesinos de zonas rurales remotas que llegaron a la capital en busca de oportunidadess. También, mujeres y niños.

       Demandaban principalmente la disolución del Parlamento y la inmediata llamada a las urnas, o la vuelta del populista presidente Thaksin Shinawatrala, depuesto por las armas en 2006. El 13 de mayo, el gobierno, presionado por el frente conservador de Tailandia, conocidos también como los camisas amarillas, envió a las fuerzas de seguridad para poner fin a una situación que amenazaba con extender el conflicto y provocar un enfrentamiento civil de mayores proporciones. Lo que comenzó como una protesta pacífica acabó con un baño de sangre y la rendición de los líderes de las protestas, que incendiaron edificios emblemáticos de la capital en su retirada.

       La razón de fondo del conflicto tailandés es la enorme desigualdad social. La concentración de poder y riqueza en las clases favorecidas excluye a una gran mayoría de campesinos de áreas rurales del norte y nordeste del país, que viven olvidados y de espaldas al progreso. Sin embargo, hay que remontarse a las protestas callejeras en 2006 para entender los violentos acontecimientos recientes. Dichas protestas, llevadas a cabo por los sectores más conservadores de la sociedad, desembocaron en un golpe de estado militar que acabó con el mandato del primero ministro Thaksin Shinawatrala. Shinawatra, un político populista y millonario, acusado de estar detrás de las protestas que se iniciaron el pasado mes de marzo, vive exiliado entre Londrés y Dubai desde que un tribunal de justicia le condenó en rebeldía a dos años de prisión por un delito de abuso de poder cometido durante los más de cinco años que gobernó el país. Un año después de su forzado abandono, una formación política cercana ganó las elecciones, lo que causó que los camisas amarillas regresaran a las calles. El noviembre de 2008, miles de ellos tomaron los dos aeropuertos de Bangkok, provocando un enorme caos de repercusión mediática global. Finalmente, el Tribunal Supremo ilegalizó el partido en el poder y el Parlamento intervino para elegir al actual primer ministro Vejjajiva.

       Más de una quincena de golpes militares jalonan la reciente historia de Tailandia, que apenas ha disfrutado de una democracia real. El rey Bhumibol Adulyadej, que lleva en el poder cinco décadas, simboliza un sistema de gobierno basado en una monarquía constitucional, pero carente de poderes ejecutivos. El monarca es respetado por la gran mayoría. Durante gran parte de su reinado ha servido de pegamento de una sociedad cada vez más fragmentada y violenta. Sin embargo, con 82 años, languidece enfermo en un hospital de Bangkok. Ya pocos confían en su capacidad apaciguadora.

       Camisas rojas y camisas amarillas representan las dos orillas de la profunda fractura tailandesa. La división entre el campo y la ciudad, la diferencia entre participar de la modernidad y el progreso o pertenecer a la gran mayoría de los 65 millones de miserables y olvidados del país.

 José Luis Toledano

 


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