Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoEl rastro de este verano

El rastro de este verano

Estelas, cual cometas   el blog de Ricardo Tejada

¿Qué quedará de este verano, en nuestra memoria? Los veranos parecen semejarse unos a otros. Lúdicos o estudiosos, viajeros o sedentarios, siempre se asemejan en la medida en que son burbujas anchurosas de tiempo, de tiempo sin prisas, pleno, íntegro. Parece como si relamiésemos el tiempo, cucharada a cucharada. Sabroso. Pero siempre son diferentes unos de otros, porque, aunque vayamos al mismo lugar, siempre nos ocurren cosas distintas. Tiempo de plenitud, anchuroso. Los veranos no son siempre, pese a ello, tiempos de dicha. A veces, nos notifican noticias que nunca quisiéramos haberlas oído. Y nos vemos obligados a partir. No siempre. Nos dejan cabizbajos, pesarosos, rumiando aquellos momentos que vivimos con esa persona querida. Este verano ha habido muchos incendios, más que nunca. Y ha hecho un calor, más tórrido que nunca. Esto no puede seguir así, he pensado varias veces. De lo contrario, nos convertiremos en una península desértica. No sé por qué, en mis ensoñaciones se han mezclado los innumerables árboles quemados y las personas que en mi entorno, no forzosamente el más cercano, el intermedio, han fallecido. También ha habido unas cuantas personalidades a las que tenía una particular admiración o afecto que han dejado de acompañarnos en esta vida.

Suelo ir en verano a la Sonsierra, alavesa, riojana, navarra, tierra fronteriza, histórica, cultural, ecológicamente hablando, tierra de mis antepasados paternos, que me ha ido atrapando poco a poco. Mecida al sur por el Ebro y abrazada al norte por la Sierra de Cantabria, que la separa de la Llanada alavesa, más atlántica y menos mediterránea, la comarca adopta una forma amable de labio inclinado, poblado de viñedos y de arbolado variado, según la altitud.

Pues bien, en la Rioja propiamente alavesa, en esa Toscana vasca, como la llamo yo, de una manera un tanto petulante, visité este verano una nueva bodega que no conocía. Al entrar en ella, nos encontramos en el hall con una fotografía de grandes dimensiones. No era, como suele ser habitual, una foto de los viñedos, aérea o panorámica. En ella se veía una vid robusta, leñosa, decana, a punto de brotar. Me llamó la atención. Le pregunté a la guía por esa foto. Me dijo que la había sacado una fotógrafa japonesa jubilada. Le había gustado tanto la finca —de colinas orientadas de forma desigual, algo hacia el sur, de tierras ocres y blanquecinas, calcáreo-arcillosas, con el majestuoso y, al mismo tiempo, semi-oculto río Ebro, justo abajo— y, me supongo que también, el vino que producen, que ella quiso ofrecerles ese regalo, antes de regresar a su país. En vez de escoger una fotografía de una vid reluciente, primaveral, llena de hojas, o de una vid veraniega, cargada de uvas violáceas, prefirió regalarles una fotografía de una vid de las últimas semanas de invierno, reducida casi a su tronco leñoso, una cepa. A las pocas semanas, la vid de la foto iba a hojecer, retomando este vocablo hermoso que ha recuperado Dimas Mas en El tesoro olvidado. A mí me dio mucho gusto en esta visita ver afuera, en la finca, el envero de las uvas, algo prematuro, esa coloración tan hermosa que adquieren cuando se está a punto de llegar a la madurez. Hará aumentar los azucares y disminuir la cosecha, aunque no forzosamente la calidad. Estamos ante plantas muy sensibles, al suelo, al viento, a la temperatura, pero que tienen una capacidad importante de adaptación. No somos tan distintos de estas plantas…Por el contrario, la foto de la entrada mostraba el famoso lloro, cuando sube la savia en marzo y poco a poco salen las yemas ciegas, las cuales, si no han sido dañadas en el invierno, serán fértiles y brotarán. Si se poda los cargadores y pitones por encima de la última yema que afectó la helada, se estimulará la brotación de las yemas casqueras. Aunque éstas no den cosecha, permitirán que den sarmientos fructíferos.

La dama japonesa había mostrado en su foto el momento en que todavía no se veía apenas la yema vista. Eso me hacía pensar en la revolución permanente del mundo que es el nacimiento de un ser humano, según Hannah Arendt, pero también en la aurora, tal y como la concibe María Zambrano, pero sobre todo me hacía pensar en lo interconectados que estamos todos los seres vivos. La fotógrafa japonesa, me dijo la guía, había fallecido meses después de ofrecer esa magnífica fotografía. Había expresado la vida de la vid y su promesa permanente, que solo puede ser preservada, custodiada, por un ser humano cuidadoso y afectuoso, responsable e integrado en el medio natural. Y me había transmitido a mí esa promesa sin par, en este modesto texto. Como las raíces de los árboles, que, lejos de ser competitivas, se solidarizan químicamente con sus congéneres, ayudándolos, las yemas eran una promesa para mí y para mis lectores, una promesa de fecunda y mutua interrelación.

Le Mans, a 19 de septiembre de 2022.

Más del autor

-publicidad-spot_img