Vuelve el caso Sala. Es un decir, porque nunca se fue de mi cabeza. El Tribunal Supremo anula la sentencia que absolvía a Miguel López del asesinato de su suegra, María del Carmen Martínez, viuda del expresidente de la CAM, Vicente Sala, por defectos procesales y obliga a repetir el juicio con un nuevo presidente del tribunal y un nuevo jurado. Es de agradecer. Porque desde el punto de vista fáctico la sentencia que firmó la magistrada Francisca Bru en otoño de 2019 era absurda hasta extremos que hacen enrojecer a cualquier persona sensata. La resolución declaraba probado que López le dio las llaves del coche a su suegra «sobre las 18:25», abandonó el concesionario, y que «alrededor de las 18:55», María del Carmen «fue disparada por una persona desconocida, saliendo acto seguido de su vehículo y siendo encontrada» por un empleado. De lo que se derivaba, por ejemplo, que una señora de 72 años permaneció dentro de su coche -aparcado en un lavadero a oscuras y con el morro hacia la pared- durante media hora sin poner la radio, ni usar su iPhone, puramente congelada, hasta que un desconocido le disparó. Y no a cualquier hora, sino «aproximadamente» a la misma hora en que se registró la llamada al 112. Es el peligro que tiene basar una sentencia en una falacia científica como el informe de la defensa en el que dos forenses eran capaces de establecer la hora de los disparos a partir de unas fotos de las heridas y al que el jurado popular otorgó mayor credibilidad que a la autopsia oficial. La primera forense, ajena al caso, a la que pregunté si aquello era posible, me contestó: “No hay ciencia en el mundo capaz de determinar a partir de unas fotos a qué hora se produjeron dos disparos. Para eso hay que hacer un estudio histoquímico de metales pesados que se comparan con los de los casquillos, el arma y la mano del homicida. Y siempre nos movemos en un intervalo de tiempo, nunca en una hora precisa”. Eso es todo lo que la ciencia forense puede decir sobre la hora de los disparos: que se produjeron entre la hora que María del Carmen llegó al parking del concesionario y la hora en la que un empleado la encontró en el lavadero con dos disparos en la cabeza. Ya irá concretando después el sentido común: que dice que a la viuda solo pudieron matarla después de que su hermana Antonia, que la llevó aquella tarde hasta allí, abandonase el parking y antes de que ella metiera las llaves en el contacto de su coche.
Por lo demás, la sentencia tenía el mismo inconveniente que las teorías alternativas que oscurecieron el caso. La teoría sobre el sicario. Sobre un supuesto intento de robo frustrado. Sobre una oscura maniobra del hijo de la víctima para hacerse con el control empresarial. Y sobre una brumosa banda de consejeros. Ni una ni otras se detenían a explicar cómo el coche de María del Carmen llegó aquella tarde al lavadero a oscuras, cuando dos horas y media antes, es decir, a primera hora de aquella tarde, estaba aparcado en el parking, limpio y listo para ser entregado.
El asesinato de María del Carmen Martínez, tiroteada cuando se disponía a retirar su coche en un concesionario de su propiedad la tarde del 9 de diciembre de 2016 en Alicante, tenía dos nudos principales: saber quién colocó su coche en el lavadero, un cubículo situado al fondo del parking y donde nunca se entregaban los coches a los clientes por tener el suelo mojado, y quién disparó a la viuda. Y ya se ve que una sentencia que no se encare con el primero, es una sentencia que nunca resolverá el segundo.