El nombre oficial en árabe del Reino de Marruecos es al-Mamlakah al-Maghribiyyah, que puede traducirse al castellano como “El Reino de Occidente” o, más poéticamente, como “El Reino del Ocaso”, toda vez que en árabe al-Gharb es uno de los puntos cardinales, el oeste. Por lo tanto, etimológicamente hablando, los magrebíes son “los occidentales”. Los geógrafos e historiadores del mundo árabe siempre se han referido a Marruecos como “El extremo oeste” (el Far West del mundo árabe e islámico, su Finisterre): al-Maghrib al-Aqṣá. En la nomenclatura geográfica del mundo árabe hay otros Magreb: el occidente central (al-Maghrib al-Awsaṭ, que sería grosso modo la zona de la antigua Ifriqiya, el actual Túnez) y el occidente próximo (al-Maghrib al-Adná, el Don del Nilo, Egipto). En España, al igual que en Francia, Portugal e Inglaterra, tomamos el nombre de este país de la que fue capital de la dinastía Almorávide y del Califato Almohade: Marrakesh. Para los turcos, que importaban de la ciudad de Fez el tocado que toma su nombre de esa ciudad, Marruecos es, precisamente, Fas.
Separados por un brazo de mar estaban los dos Reinos del Ocaso, el del Norte, el Algarve, los Algarves a ambos lados del Guadiana, y el del Sur. Los algarves, toman su nombre también del punto cardinal oeste: al-Gharb. Como la axarquía, en el extremo opuesto de Al Andalus toma el suyo del este: al-Sharq. La mitología del héroe Hércules está muy presente a ambos lados del estrecho. Una columna o pilar a cada lado de ese brazo de Mar, en Gibraltar y en Tánger o Ceuta. Allí situaban los antiguos el jardín de las hespérides, las vísperas, las ninfas del atardecer o del ocaso. Non plus ultra. O sí. En la mitología griega Eos, la diosa del alba, la de los dedos rosados, tuvo una hija con un mortal, Cephalus, llamada Hésperos, la estrella de la tarde, el planeta Venus al atardecer. Con la estrella Astraios tuvo su otra hija, Phosphoros, la estrella de la mañana.
Y a final del Reino del Ocaso, después del infinito naufragio que logró evitar Ulises al franquear las columnas de Hércules, el bel morir, la ataraxia final entre la calima de un espigón de Rabat, rodeado por la paz que suscitan los macabros (maqâbir), los cementerios islámicos, el Atlántico y La Atlántida que incendian la imaginación de quienes viven en torno al Mediterráneo. Un cementerio marino: El mar, el mar, siempre empezado de nuevo/ … Trabajos puros de una eterna causa,/el tiempo centellea y el sueño es saber/… ¡El mar fiel duerme allí sobre mis tumbas!
Un joven rey Godo, el último de aquel linaje, Rodrigo, como Paris, secuestró una mujer al otro lado del mar y la llevó a su reino, provocando su propia némesis y la de su pueblo, pues su afrenta fue correspondida, siguiendo el patrón homérico, por una guerra en la que el padre de la doncella, el conde bizantino Don Julián, acompañó a los invasores llegados de Oriente en su Anábasis desde el Reino del Ocaso del Sur a su objeto de deseo: el Reino del Ocaso del Norte.
Cerca de Tánger está la Cueva de Hércules, que al atardecer nos hace evocar la eternidad y los versos de Robert Louis Stevenson: que así me sea dado retirarme/hacia el silencioso occidente,/un ocaso espléndido y sereno:/la Muerte. El Reino del Ocaso.