El ministro de Fomento dijo ayer que él no oyó que Torra llamara a la violencia. Lo dijo tan enfadado como el padre que le dice al niño por enésima vez que deje de joder con la pelota. El ministro Ábalos tiene ya un hábito de quedar en evidencia después de aquella primera vez (al menos la primera que yo conocí), en vísperas de pillar cartera, cuando le tocó abrir plaza el día de la moción y luego recibió una paliza sobre el albero.
El toro salió aquel día del coso por su propio pie dada la bajeza de los toreros, que a su vez salieron saludando, como si hubieran triunfado, pero también cojeando. Esta es otra historia. Ábalos dijo ayer (muy enfadado), además de no haber oído a Torra llamar a la violencia, que todo estaba transcurriendo en Cataluña “de modo asumible”.
En realidad, el señor Ábalos es el encargado de poner el listón ante el asombro del público que ve una altura irrisoria, ofensiva en muchos casos. Ábalos ha salido a poner el listón y da la impresión de que sufre enormemente cada vez que le piden que haga algo similar, como si después se ocultara tras el telón y dijera a todos los que lo esperan dentro, con el mismo tono con el que aseguraba no haber visto incitación a la violencia en las palabras de Torra: “Esta es la última vez que lo hago, ¿me oís?, la última”.
Esa altura que pone el gobierno la saltaría hasta el mismísimo Torra borracho, pero ni aún así hay manera. Este es el problema de intentar adaptarse al relato perverso en vez de intentar cambiarlo. Sánchez va tocando la lira por el mundo, exhibiéndose y satisfaciendo puerilmente su perniciosa soberbia mientras sus beneficiarios, como Ábalos, tratan de ganarle tiempo que para algo les ha hecho beneficiarios.
Lo que sucede en Cataluña no es asumible ni mucho menos. Lo que sucede en Cataluña es el viaje imparable de unas mentes enloquecidas que pasan deprisa sobre la ruina, el oprobio y la degeneración que se van construyendo a su paso. Esas mentes confundidas por el adoctrinamiento creen que se dirigen libres y erguidas hacia la República, pero en realidad viajan prisioneras y hacinadas hacia el horror donde ahora también Sánchez, en vez de tratar de impedírselo, les dice (como Torra y su caterva) que el trabajo les hará libres.