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El rescate de la mirada inocente

 

“Mirar al cielo siempre la despejaba, comprobar que en el infinito no había fronteras era algo que la reconfortaba”.

 

El escritor venezolano Edgar Borges (Caracas, 1966) acaba de publicar su última novela. Se titula Enjambres y ha aparecido de la mano de Altamarea Ediciones. Con ella Borges abre una puerta más en el ciclo literario iniciado por La ciclista de las soluciones imaginarias (2014), continuado con El olvido de Bruno (2016) y La niña del salto (2018), en el que el autor intenta recorrer algunos ámbitos de la realidad desde una mirada deconstructiva y, por ello, alternativa.

En este caso, la nueva novela se desarrolla tomando como punto de articulación a una joven, María José, que se refugia con un grupo de cuatro amigos en una casa ubicada en un bosque y junto a un lago. Todos huyen del ambiente de enfrentamiento civil provocado por el incremento de las guerras urbanas alimentadas por enjambres de individuos alineados (y alienados), en terminología de Roland Barthes, en las más diversas “ideosferas”, o sea, en “sistemas particulares de lenguaje que son vividos como universales, naturales y evidentes” (Lo neutro, 2004).

Frente a este mundo caótico, el grupo de amigos, aun con diferencias, intenta sobrevivir reclamándose de una inocencia primigenia, rescatando particularmente en el caso de María José, la contemplación de la naturaleza y la imaginación de la infancia: en este sentido, Borges recoge y muy bien aquella indicación de uno de sus confesos mentores, Peter Handke: “los niños en su totalidad, sin hacer nada especial, se convertirían en magníficos auxiliares suyos. Ellos son los desconocidos que lo saludan impidiendo que su mirada vaya demasiado lejos y se pierda” (Historia de niños, 1986).

La infancia como operatividad se despliega así como una dimensión vertical, única, enfrentada a normas y poderes, reclamando su ascenso frente a la horizontalidad impuesta por  la socialización sin que le importe  lo más mínimo la acusación permanente de narcisismo radical e insolidario.

Y de esta forma y manera, lo que acaso no sea posible en la realidad empírica se dibuja como posible en el texto literario, constituyendo una utopía entre las muchas distopías emergentes, y con ello abre una propuesta a la reconsideración de lo que por convención se denomina  realidad, reactivando el juego catártico de aquellas “finite provinces of meaning” (“zonas limitadas de significado”) de las que hablaban  Peter L. Berger y Thomas Luckmann en su célebre obra La construcción social de la realidad.

Unas “zonas” en las que la literatura (de verdad) ocupa un lugar mayor. Pues si la literatura como arte no consigue dar cuenta de lo que puede ser más allá de lo que es, escaso sentido tiene también desde una óptica tan tradicional como la aristotélica.

Y este es, sin duda, el mayor mérito de Enjambres, el de ofrecer la posibilidad de una visión alternativa, el de abrir una puerta más, como se ha mencionado al principio. Entrar por esa puerta ya es una opción para cada lector y para cada lectora, pero si acepta la apuesta, saldrá, sin duda, con una saludable sensación de renovado frescor físico y metafísico.

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