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El resplandor de la hoguera

Cristiano, todavía con las orejas calientes de la refriega, lo definió como una batalla naval. Yo con la fiebre de estos días, una batalla carlista. La tropa de Miguelo Egoscué le ganó la batalla a la de Isabel II, para entendernos, los legitimistas de toda la vida a los cruzados de la causa de Mourinho. Demasiado Valle-Inclán hubo en el Reyno de Navarra, demasiada fidelidad a ese guión que permanece inalterable desde los tiempos de Zabala. Camisetas rojillas que en los meses de invierno son como una partida de lobos al acecho. Ya sean de la casa (Puñal o Monreal) o de otros reinos (Aranda o Pandiani) el osasunismo es una religión en cuestiones de brega y colmillo y ninguna captura le parece más apetitosa  que los merengues que caen cada año por Pamplona siempre a deshora y como si un mal trasgo les llevara a la perdición del alma y al desatino. Ganar en el Reyno, para cualquier Liga es vital, pues resulta ser de esos campos donde se sufre como en ningún otro y dónde la disputa se vuelve a veces cruenta y dónde poco importa el juego sino cobrarse la ventaja necesaria. Con las orejas bien calientes salió la avanzadilla de portugueses de este Madrid que, en su enésima recomposición, todavía no da con la tecla necesaria para llevar esa ambición imperial al pasto. Mientras, Guardiola, desde Alicante dijo que era un honor haber igualado en victorias al Madrid de Di Stefano. Los tiempos están cambiando. 

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