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El rey desnudo en Guinea Ecuatorial

Desde que empecé a mirar las cosas de este mundo, me di cuenta de que en el ámbito de lo que se ha dado en llamar política impera la costumbre de dejarse regir por el síndrome del rey desnudo.  Ese síndrome se da cuando los asuntos se juzgan como si los que lo vivieran estuvieran incapacitados para ver lo que cualquiera vería si no estuviera afectado por una dolencia. Pero este espectacular síndrome no ha nacido ahora, sino que  tomó verdadera carta de naturaleza con la tontería esta de que había que actuar al dictado de lo “políticamente correcto”. Y este mal afecta tanto a sociedades regidas por gobiernos democráticos como a las dictaduras más cerradas. Así, cuando a las televisiones de los países más “transparentes” se asoman los políticos para hacer declaraciones, a los televidentes nos dan ganas de exclamar como el niño del cuento ¡pero si está desnudo! Y es que hoy nadie ve lo que se tiene que ver. Si el asunto sobre lo que se trata es de un político ladrón, incluso convicto, el que sale a la pista pública habla del acoso de la prensa, como si fuera el problema importante. Es verdaderamente sorprendente lo que pasa en el mundo con el asunto del rey desnudo, y a cuenta de la soberana tontería de la corrección política. A veces no salimos de nuestro asombro y tenemos ganas de gritar “¡pero si el asunto es este, y no parece escondido! ¿Por qué no lo menciona?” Podría estar agazapada en esta actitud la imperiosa necesidad que tienen para mirar al otro sitio y no abordar los problemas, pues cuando no los mencionan, y creen que por ello no existen, no se ven obligados a resolverlos. Y, de hecho, y en todo el mundo, raro es el político que puede presumir de resolver algún problema de la comunidad en la que ha sido elegida.

 

Aquí en la no-república de Guinea la situación en torno al hecho del rey desnudo se relaciona con la de la corrección política y genera un lastre desesperanzador. Y es que si es soportable en los países desarrollados, donde las necesidades básicas ya están satisfechas, o en vías de mejorarse, en los países subdesarrollados, o en los “emergentes”, como Guinea, es insostenible. Y es que entre nosotros el síndrome del rey desnudo ha venido aquí para quedarse. Aquí se unen los intelectuales en un plató de televisión y hablan del fuego que arrasa las casas, pero nunca dicen que las casas siniestradas no son tales, sino chabolas de madera barata y planchas de hojalata. Tampoco dicen nada de la carestía de agua en los barrios, hecho que influiría en las tareas del apagado del fuego, que muchas veces corre a cargo de los vecinos.

 

Se reúnen los diputados del nacional parlamento y pretenden discutir asuntos prosaicos como la aprobación de la ley ministerial sobre el cuerpo de promotores de las mujeres, por ejemplo. Pero un parlamento de un país como este estaría desbordado de trabajo, porque todo está sin hacer. El asunto toma un cariz francamente hiriente cuando los diputados del hemiciclo guineano se reúnen en una cosa que ellos llaman Comisión de Quejas y Peticiones y se ponen a actuar de jueces, con toda la parafernalia y publicidad necesaria. Abrimos los ojos y nos preguntamos, ¿y lo demás?, ¿está todo hecho? Incluso nuestro general- presidente, y por aquello de que se le podría considerar político, padece el síndrome del rey desnudo. Y es que le hemos oído hablar de corrupción en este país, y no sabe lo desnudo que se ve cuando lo dice, aplaudido por los ciegos vasallos de su corte de admiradores. Y es porque en nuestra Guinea Ecuatorial la corrupción tiene carta de legalidad, un hecho sustentado por el nepotismo en el que se instaló desde que alcanzó el poder en 1979. Y es historia verídica que esta peculiar forma de ejercer el poder lo heredó, habiendo él beneficiado de ello largamente, por ser de donde es. Cuando el acceso a un puesto administrativo se hace sin la mediación de conocimientos para el desempeño del mismo se produce la legitimación de la corrupción, pues con el hecho se reclama un sueldo y unas ventajas para unos individuos  que no aportan nada a la entidad en la que han sido colocados. Aquí en la Guinea todos los nepotes colocados  en los diversos puntos de la Administración ejercen funciones recaudatorias y de ahí su rápido tránsito a la opulencia.

 

Ya que del hecho del que estamos hablando es notorio para todos los guineanos, hablar a un grupo de ellos o en al parlamento sobre la corrupción en el país es estar desnudo y no saberlo ni permitir que nadie descubra este estado. Pero hablando de la corrupción siendo el responsable, a la vez beneficiario, de la colocación de los familiares y allegados por todos los puntos económicos del país, ¿no es un acto criminal? ¿No es un acto criminal mirar a otro sitio cuando se está produciendo delitos delante de todos? No parecería descabellado que algunos lo vieran así, pero de lo que no hay duda es que esta manera de actuar es propia de gente cínica. Es decir, y sin necesidad de más silogismos, ser políticamente correcto es hacer del cinismo la norma de vida pública. Los políticos del mundo entero podrían seguir siendo cínicos si sus votantes, que ejercen de cortesanos del rey desnudo, lo quieren. Pero en Guinea las cosas no van bien, y pese a las alharacas de los que se benefician, los nepotes de aquí y las multinacionales de Estados Unidos, France, Canadá y otras potencias económicas. Sería bueno para Guinea que ocupara el sillón un rey que se sintiera desnudo aunque los cortesanos más falaces lo vieran ricamente vestido. Y es que nos gustaría ver qué dirían de sí mismos estos cortesanos, de los que nadie dudaría de su desnudez espiritual y moral.

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