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Mientras tanto¡El rey va desnudo!

¡El rey va desnudo!


 

Querido Alfonso:

 

He dejado el blog un poco abandonado porque, como te conté, estuve en La Rábida, Huelva, en un curso organizado por la Universidad de Andalucía y el escritor y periodista Eduardo Laporte titulado «De Julio Camba a Jot Down».

 

Te podría contar toneladas de cosas de él, aunque, me temo, la mayoría serían sacos de cotilleos y gorgojos como esos en los que llevaban las lentejas Colón y sus muchachos, quienes, por cierto, salieron de ahí muy cerquita de La Rábida para «hacer las Américas», como hacen los periodistas y arquitectos españoles hoy, ahora.

 

Digresión:
De eso se habló mucho, de irse, y pensé, ahí tan cerca del famoso Puerto de Palos de tu infancia y la mía –fíjate que tu historia es mi historia-, que el mundo lo único que hace es circunnavegar una y otra y otra vez. Por eso me acordé tanto del imperdonablemente olvidado cronista español y latinoamericano –las dos cosas, tanto-, Gómez Suárez de Figueroa, aka. Inca Garcilaso de la Vega, contando todo eso y yo, la «indiana» que ha hecho el viaje contrario, contando –contándote- todo esto.

 

 

Cronista de Indias, pero al revés.

 

También pensé que, ya que estábamos ahí, pisando la tierra que pisaron los Pinzones -que eran unos marineros-, el curso se podía haber llamado «Del Inca Garcilaso de la Vega a Jot Down» (o a Frontera D, caray).

 

Pero esa es otra historia.

 

Lo cierto es que en la sala llamada precisamente Inca Garcilaso de la Vega, bajo los cuadros que representaban a nuestro cronista –juraría que en sus ojos vi resentimiento, pero, ya me conoces, soy muy dada al drama- conocí a una impresionante investigadora, María Isabel Cintas, experta en Manuel Chaves Nogales, y no te puedo explicar lo que sentí al enterarme de que la mujer del magnífico periodista que tú y yo admiramos tenía gallinas en todas sus casas –por si el hambre, que es desoladora y es azul- y que cruzó la frontera española con su hija casi asomando la cabeza a ese mundo horroroso de la España de entonces, mientras su marido montaba una agencia de noticias en Londres.

 

 

Se dice mucho que la historia nos pone en nuestro lugar a todos: Chaves Nogales no tiene lápida, su cráneo suelta polvillo en el anonimato, rodeado de dos señores muy beloved en un cementerio inglés. Por no tener, Chaves Nogales ya no tiene ni sombra: el árbol que hacía las veces de lápida y que se nutría de la tierra de los muertos, que era los muertos, fue talado hace unos años.

 

Algún día, te lo prometo, iré a la tumba de Ana, la de las gallinas, la parturienta que cruzó la frontera, la mujer, la mujer, la mujer, a ver cómo es su lápida, a ver cómo es su árbol, a ver cómo se la echa de menos.      

 

Y ya que hablo del tema de las mujeres, me centro en lo que quería contarte. En el curso «De Julio Camba a Jot Down» hubo mucha testosterona, aunque pocos se habrían dado cuenta si Cristina Fallarás no hubiese venido a La Rábida como el niño que señaló con su dedito regordete al rey en bolas.

 

 

¿Recuerdas? ¿El traje nuevo del emperador

 

-«¡Pero si el rey va desnudo!».

 

 

A Fallarás le gusta –mucho- ese personaje.

 

Entre nueve ponentes –Jabois, Pericay, Foguet, Laporte, Santiago González, Freire, Fallarás, Cintas, Fuster- sólo había dos mujeres, pero eso no es lo más llamativo. Lo verdaderamente extraño es que entre todos los citados y recitados autores –Camba, Chaves Nogales, Pla, Enric González, Talese, Wolfe, Vicent, Millás, Espada, que escribió esto tan cargado de semen y morcillas, etcétera, etcétera- no se mencionara a ninguna, ninguna, mujer. Salvo Fallarás, que, ya te digo, vino armada hasta las trancas.

 

(Aclaración a posteriori y pertinentísima –my mistake-: el organizador del curso, Eduardo Laporte, citó y destacó varias veces la figura de una de las pocas mujeres del Nuevo Periodismo, Lillian Ross, periodista de The New Yorker y autora de una estupenda y desacralizante biografía de Hemingway llamada Retrato de Hemingway). 

 

He hecho una lista, perdóname la pedantería, nada más para completar con este, mi pequeño gritito -«¡el rey va desnudo!»-, las ausencias.

 

Flora Tristán -otra cronista de Indias-, Susan Orlean, Leila Guerriero, Alma Guillermoprieto, Larissa MacFarquhar, Gabriela Wiener, Sabrina Duque, Clarice Lispector, Joan Didion, Josefina Licitra, Marcela Turati, Susan Sontag, Mercedes Ibarriaga, Juanita León, Maye Primera, Elisa Lerner, María Idalia Gómez, Laura Castellanos, Janet Malcom, Rocío Lloret, Sabina Berman, Elena Poniatowska.

 

Flora Tristán

 

No sigo porque no haya más, sino por no hacerme –demasiado- pesada.

 

Tres preguntitas sin respuesta (aún): ¿Por qué se organiza un curso de periodismo narrativo y ninguno menciona a las –extraordinarias- mujeres que se dedican a este género? Miento: ¿por qué las mencionan Fallarás, Laporte y nadie más? ¿Es que en un encuentro de periodismo narrativo que no sea específicamente de mujeres no caben las mujeres?

 

Te confieso, mi querido, que, en algún momento de esa tan poblada ausencia de mujeres, los niveles de bilis en mi sangre empezaron a burbujear.

 

Pero no. No. NO. No chillaré, no me atusaré el pelo hasta desquiciarme, no pondré cara de pantera hambreada, no señalaré con el dedo de la hidra a los «hombres necios que olvidáis a la mujer sin razón» (perdóname Sor Juana).

 

Nada de eso haré.   

 

 

Recién llegadita de La Rábida leo -¿sabes lo de que no hay casualidades sino causalidades?- a Caitlin Moran y su Cómo ser mujer y descubro lo siguiente:

 

«(Las feministas de hoy) No tenemos que amotinarnos, ni que empezar una huelga de hambre. No hay necesidad de que nos arrojemos a los pies de un caballo, ni siquiera de un burro. Sólo tenemos que mirar las cosas de frente, directamente, y luego echarnos a reír. Parecemos más apasionadas cuando nos reímos. La gente nos desea cuando nuestra risa es natural y relajada. Es posible que no les parezcamos tan atractivas cuando golpeamos las mesas con el puño, gruñendo. “¡ARRG! ¡ARRG! ¡Sí, esto ES lo que hay! ¡JÓDETE patriarcado!”»… 

 

 
Como verás, mi querido Alfonso, he escrito este post echándome a reír y mientras me río, ya sabes, con esta risa mía que es un poco de hiena y un poco de niño pequeño, digo lo siguiente:

 

-Señores, señoras, el rey va desnudo. Completamente desnudo.

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