Fiel a la razón
Palabra de Raztinger: Dogma y Razón
Por sus hogueras les conoceréis
Las hogueras de los dogmas
“La Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo. El proceso contra Galileo fue razonable y justo”, son palabras del entonces cardenal Ratzinger, ahora Benedicto XVI. Y, aunque pueda parecer inquietante, el bueno de Benedicto lo único que hace es aplicar el dogma, perdón, la razón cristiana (la certeza en una verdad absoluta conseguida directamente a través de la revelación divina). Una razón convertida en filosofía de pensamiento único –no sé a que me suena esta muletilla- que durante más de un milenio oscuro predominó (?) en Europa.
Ahora que estamos rozando el 450 aniversario del nacimiento de Galileo cabe preguntarnos si el delito del astrónomo y de otros tantos precursores de la ciencia fue precisamente cuestionar el dogma. En su caso, aquel que sólo reconocía la existencia de un mundo único e inmutable donde todos los astros del Universo giran en torno a una Tierra estática colocada exactamente en su centro por el mismo Dios todopoderoso. O el de Giordano Bruno, cuyo crimen fue algo aparentemente tan inocuo como defender la posibilidad de que existiera mas de un sistema solar. Hoy día sabemos que hay al menos setenta mil trillones.
El dogma, sostenido mediante rígidos argumentos de autoridad, se tambaleó cuando el hombre miró a las estrellas. En 1610, Galileo enfocó su telescopio y comprobó que las cuatro grandes lunas de Júpiter contradecían el mandato divino por el cual todos los objetos del Universo deberían orbitar alrededor de la Tierra: empecinadamente Io, Europa, Ganimedes y Calixto dan vueltas alrededor de Júpiter. La ciencia se había ganado el derecho a cuestionarse el mundo. Y como reconocimiento, Galileo truncaba su brillante carrera científica en un proceso de la Inquisición instruido por Roberto Belarmino, quien había enviado a la hoguera a Giordano Bruno años antes (y ahora se quejan de los jueces instructores). Galileo terminó sus días retractándose, condenado a “cadena perpetua” y sin poder investigar ni enseñar.
La Ciencia nos hizo conscientes de nuestra insignificancia, trasladando nuestra residencia desde el centro del único universo hasta un planeta del montón que gira alrededor de una mediocre estrella de en el extremo de una galaxia de lo mas corriente entre setenta mil trillones de ellas. A cambio nos ofreció, entre otras, la posibilidad de evolucionar, de crecer, de aumentar nuestro bienestar y de mitigar nuestro dolor. En cambio, el dogma, al menos en los tiempos de Bruno y Galileo condenaba a los hombres a sobrevivir entre la mugre, consumidos por epidemias y enfermedades endémicas como la tuberculosis, la peste o el cólera… eso sí, con el consuelo de saberse creados directamente a imagen y semejanza de Dios como reyes de la Creación.
No hace mucho, paseando por la piazza de Campo dei Fiori en Roma, me recreaba en la visión de la estatua de Guiordano Bruno que se alza en un lateral. Como la multitud de turistas, hice una fotografía a la figura de ese hombre cuya mente y valentía le hizo preguntarse sobre, en esencia, aquello que nos hace humanos. Ahora, cuando de nuevo los dogmáticos discuten sobre evolución se agolpa en mi memoria la frase que preside el monumento en homenaje al científico: “A Bruno, en nombre del Siglo de la Razón que el anticipó, aquí en el lugar donde el fuego lo quemó” [por la intransigencia de las autoridades eclesiales]. Ya se sabe hay otros mundos, pero están en este. Esperemos que no sean “fieles a la razón” y no acaben con ellos.
Eduardo Costas