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El roce de una pierna

Encuentro en la idea de observar a la gente un extraño placer que roza lo indiscreto. El tonto disfrute del que se recrea en las historias de otros, y aun así lo hace a sabiendas que no debe. Suele sucederme en el metro, que parapetada en mi libro dejo pasar las estaciones arrullada entre murmullos sin ni siquiera molestarme en encajar las piezas de un rompecabezas del que todo parece ya escrito. En estos viajes imaginarios de conversaciones ajenas, bocadillos del medio día, y manicura improvisada, es cuando echo en falta que el bueno de Michael Fassbinder no frecuente la línea 9, sucumbiría si lo hiciera a sus encantos de niño malo, dejaría mi lectura y me entregaría con deleite a ese juego de la seducción subterránea que surge entre desconocidos que se miran de reojo para no llegar a nada.

Lo más parecido y tampoco, es el roce de una pierna con calcetines de lanilla cuando vuelves cansada a casa tras tus clases de arte, un viernes cualquiera. Los vagones no son un sitio apto para quienes como yo sueñan con la inspiración de encuentros románticos, tampoco para quienes como Charlie Parker toman el metro para ir a cualquier parte, dejando atrás una tristeza que como la suya no consiguen olvidar por más transbordos que el destino les brinde. Ni siquiera el violinista, ese que desgrana su música, la misma siempre ante un público despistado y poco entregado, tampoco él consigue convertir el vagón en un auditorio en el que solo los acordes descabalados, son la réplica perfecta del que se conforma con poco a cambio de unas monedas y a veces ni eso.

Dicen que el secreto, está en fingir que nada está pasando y aun así me resisto. Imposible disimular, y más si el tipo que se sienta a tu lado ronca, habla solo o un niño maleducado te atiza con su oso sucio de puré de verduras mientras por la ventanilla ves tu pelo despeinado o adviertes que le falta lustre a tus zapatos.

Las viejas reglas no van conmigo, mejor seguir observando con la excusa de escribir estas atropelladas notas y si no, siempre te quedará el pretexto de bajarte en la siguiente parada, antes que los quinceañeros de turno, esos que esperan en el transbordador de Plaza Castilla, no les dé por entonar a los Surfs.

 

 

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Foto: Janol Apin

 

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