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El ruido se impone al debate en Brasil

Estreno este blog en FronteraD mientras, desde São Paulo, sigo una campaña
electoral tan circense como cualquier otra. Sería ingenuo sentirse decepcionada
por la ausencia de ideas, de debates, de propuestas más allá de la demagogia y
ese arte de los partidos ‘catch all’ para acumular votos de todos lados a base
de no mojarse en lo más mínimo en cualquier asunto polémico. Faltan diez días
para la cita con las urnas y los votos de 130 millones de brasileños decidirán
el futuro de un país que, como nunca antes, está en el punto de mira. La suerte
está echada. Pocos ponen en duda que la próxima presidente del país será Dilma
Rousseff, la candidata escogida por el Luiz Inácio Lula da Silva para
sucederle; falta por ver si logrará más del 50% de los votos en primera vuelta
o habrá que recurrir al balotaje.

 

Ha sido una campaña surrealista. Los ‘tucanos’, como llaman
en Brasil a los miembros del opositor PSDB, no quisieron enfrentarse a un
presidente que ostenta históricos índices de popularidad del 80%, y basaron su
campaña en convencer a los votantes de que su candidato, José Serra, es la
mejor opción para la continuidad del ‘lulismo’, hasta el punto de utilizar
imágenes de Serra junto a Lula. En ningún momento ofrecieron una alternativa de
gobierno. Tal vez fue ese grueso error táctico lo que terminó de precipitar un
descalabro en las encuestas que, en realidad, era previsible: a medida que los
votantes han sabido que Dilma –hasta anteayer, prácticamente una desconocida-
es la candidata de Lula, no ha dejado de subir como la espuma en los sondeos,
incluso en las regiones sur y sureste, las más ricas y tradicionales feudos de
la derecha. La estrategia del PT estaba clara: las calles están empapeladas de
carteles que muestran a un sonriente Lula instando al voto por los candidatos
‘petistas’ a diputados, senadores y gobernadores. Y, por supuesto, a Dilma,
junto a quien lleva meses recorriendo Brasil de punta a punta.

 

Cuando, a partir de agosto, los sondeos comenzaron a dar a
Dilma como ganadora en primera vuelta, los ‘tucanos’ empezaron a ponerse
nerviosos, porque, como dice un amigo porteño especialista –entre otras cosas-
en metáforas futbolísticas, si quedan diez minutos de partido y uno enfrenta un
0-3, sólo queda la patada artera y, como último recurso, la tángana. Así que,
con la inestimable ayuda de la prensa, el PSDB se lanzó al contraataque y se
encontró, como caído del cielo, con un supuesto caso de comisiones ilegales y
tráfico de influencias en la Casa Civil que acabó forzando la dimisión de la ministra
del ramo, Erenice Guerra.

 

Las últimas encuestas muestran la resistencia del electorado
de Dilma a cambiar su voto. La pregunta es hasta qué punto le importan al elector
este tipo de escándalos, en un país donde la corrupción sigue instalada como un
mal endémico que afecta a todos los partidos. El problema es otro: la gente
está cansada de votar en contra de alguien, y no a favor de un candidato que les
convenza. Muchos brasileños con los que he conversado en estos días manifiestan
su simpatía por el candidato del PSOL, Plínio Sampaio de Arruda, pero aún así
votarán en Dilma. El sistema de partidos brasileño está muy fragmentado y las
coaliciones son necesarias a todos los niveles de gobierno; sin embargo, para
la elección presidencial, el sistema electoral lleva al bipartidismo fáctico.
PT o PSDB; Dilma o Serra. Lo que, para muchos, viene a ser: Mal o Peor.

 

Suena familiar, ¿no? El viejo dilema de la dictadura del
voto útil y la inoperancia de la abstención o del voto en blanco como opción
articulada. Supongo que estamos muy lejos los ciudadanos, en Brasil, en España
y en todos los países que conozco, de apropiarnos de la democracia. Supongo, en
fin, que la única salida es moverse, salir a la calle, buscar alternativas a la
participación más allá de ese irrisorio espacio que nos deja el sistema…

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