Tras la anulación en enero de 1992 del proceso electoral que estaban a punto de ganar los partidos islamistas, comenzaba la guerra civil argelina. El conflicto duraría diez años causando entre 150 mill y 200 mil víctimas. Argelia se convirtió en una pesadilla sangrienta, con un rosario de masacres que implicaron pueblos enteros pasados a cuchillo.
Algunas de las masacres cometidas durante la guerra civil fueron perpetradas por grupos de soldados argelinos haciéndose pasar por islamistas. El ejército argelino no inventó el terrorismo de estado pero contribuyó, sin duda, a su perfeccionamiento. Los franceses habían sido buenos maestros. En el bando contrario, en el de los islamistas, muchos miembros de los cuadros de mando eran veteranos de la guerra de Afganistán, terminada tres años antes, en 1989. Hombres bien entrenados en la lucha de guerrillas contra los soviéticos y acostumbrados a cometer acciones de guerra extremadamente crueles (los soviéticos tampoco demostraron un especial respeto por la Convención de Ginebra).
Cuando se produjo el ataque contras las Torres Gemelas de Nueva York en septiembre de 2001, el principal grupo armado islamista de Argelia, el GIA, estaba prácticamente desarticulado y el conflicto se acercaba a su fin. La población argelina estaba cansada de la guerra, de la violencia salvaje de unos y otros.
Tras el 11-S el régimen argelino comprendió que podría beneficiarse de la Guerra contra el Terror que estaba a punto de emprender la Administración Bush. Según el antropólogo británico Jeremy Keenan, experto dedicado desde hace décadas a estudiar la actualidad de la región, las autoridades argelinas ofrecieron su ayuda al gobierno estadounidense en su lucha contra el terrorismo islámico a cambio de que los americanos les proporcionaran ayuda económica y militar para implicarse en la lucha contra el Terror dentro de las propias fronteras argelinas: en otras palabras, para consolidar su régimen al tiempo que compensaban el gasto realizado para librar la guerra civil. Las relaciones entre ambos países han estado presididas desde hace lustros por un factor decisivo: EEUU es el principal comprador del gas argelino y el régimen de Argel ha sido un aliado geopolítico relativamente fiel.
Washington agradeció el ofrecimiento argelino, pero argumentó -con razón- que los grupos islámicos radicales argelinos estaban casi derrotados y que, por tanto, no tenía mucho sentido emplear recursos económicos y militares en un país como Argelia cuando los frentes abiertos -sobre todo en Afganistán, pronto se sumaría Irak- ya eran bastante amplios y complejos.
En su libro The Dark Sahara: America’s War on Terror in Africa, publicado en 2009, Jeremy Keenan aportaba pruebas de que el servicio de inteligencia argelino -el DRS (Department of Renseignement et Sécurité, Departamento de Información y Seguridad)- comenzó a implementar en 2002 una estrategia que lograría hacer cambiar de opinión al Pentágono estadounidense: si no existía una amenaza terrorista de entidad en Argelia, el DRS la crearía. O más exactamente: facilitaría los medios y los recursos para reavivar las escasas brasas islamistas radicales que habían sobrevivido a la quema de la larga y sangrienta guerra civil.
La historia de cómo aquella operación orquestada, según Keenan y otros expertos, por el DRS argelino se ha convertido en Al Queda en el Magreb Islámico es larga de contar e incluye secuestros de occidentales -que comenzaron pocos meses después del 11-S-, atentados terroristas dentro y fuera de Argelia, y toda una red de operaciones que implicarían la expansión de actividades terroristas e insurgentes en todo el Sahel central, sobre todo en Niger, Mali y Mauritania.
El DRS está dirigido desde hace 27 años por el general argelino Mohamed ‘Toufik’ Mediène. Un personaje casi inverosímil. Como afirma Keenan, Mediène ostenta el dudoso honor de ser el director de unos servicios secretos más longevo de la historia: Felix Dzerzhinsky, el fundador de la Cheka soviética duró 9 años en el cargo; Lavrenti Beria, apenas 5 al mando de la NKVD; Heinrich Himmler, se quitó la vida tras 11 años al frente de las SS; mientras que el general Hendrik van den Bergh dirigió el servicio de seguridad interior del racista régimen sudafricano durante 11 años. Mediène recibió formación por parte del KGB y ha sobrevivido a varios enfrentamientos con el presidente argelino Bouteflika y a los diversos reajustes de poder dentro del propio ejército argelino, que ostenta la mayor cuota de poder en Argelia.
La campaña de desinformación que trató de ocultar la implicación del DRS en la promoción de grupos terroristas en el Sahel central no ha sido denunciada únicamente por Keenan. Hace unos años, se publicó en Le Monde Diplomatique un largo artículo de investigación que apuntaba en esa misma dirección, ofreciendo también pruebas, aligual que Keenan, de la implicación de Estados Unidos en las operaciones contra terroristas llevadas a cabo en Argelia. Por parte estadounidense, en un principio, dichas operaciones se coordinaban desde la central del mando EUCOM, y actualmente desde el AFRICOM -creado en 2006-, sin sede aún en el continente africano pero cada vez más activo en operaciones de todo tipo en el continente africano. No esá claro en qué momento se sumaron los estadounidenses a la estrategia del DRS, ni si conocían todas las actividades del servicio secreto argelino desde un principio.
A día de hoy, resulta difícil establecer el control efectivo que tienen el DRS y el AFRICOM sobre las operaciones de los grupos islámicos y los grupos insurgentes que operan en el Sahel central. Keenan afirma que resulta poco probable que el control sea absoluto. En algunos casos, como en el de los tuaregs, dicho control tal vez sea nulo. Tampoco puede esperarse que el control de EEUU y de la UE sobre todas las actividades de los servicios secretos argelinos sea el deseable.
Si el panorama ya era complicado en el Sahel central, el derrocamiento de Gadafi lo complicó aún más. La intervención en Libia ha generado, al menos, dos efectos poco deseables para la estabilidad de la región: 1) un comercio de armas libias que ha inundado la región llegando hasta el norte de Nigeria -región en la que opera Boko Haram- y que ha facilitado el rearme de los históricamente inquietos tuaregs del norte de Mali; y 2) el retorno forzoso a sus países de origen de miles de jóvenes sahelianos que antes se ganaban la vida como trabajadores en Libia, enviando al mismo tiempo remesas que aliviaban las precarias economías familiares. Junto con esos jóvenes civiles, han regresado también a sus patrias militares que servían en las tropas de Gadafi, con los conocimientos militares necesarios para favorecer movimientos rebeldes como el de los tuaregs.
El ejército argelino ha llevado a cabo operaciones en el norte de Mali para ayudar al ejército maliense y también en el norte de Niger. No resulta extraño, por tanto, que hace tan sólo unos días diplomáticos argelinos destinados en la ciudad de Gao, entre ellos el cónsul, fueran secuestrado por presuntos islamistas radicales.
En esta nebulosa dialéctica, en la que resulta muy complicado distinguir entre grupos rebeldes y grupos salafistas, el ejército argelino -y también el DRS- están interpretando un papel difícil de definir: ¿bomberos o incendiarios? Tal vez ambas cosas. Tampoco está claro hasta qué punto las actividades de Argelia en el Sahel responden por completo a los intereses de las dos potencias con más implicación en la zona, Francia y EEUU. Ni que status quo político e insurgente se pretende conseguir en la región a medio y largo plazo, cuando comience a asentarse la inestabilidad presente, resultante en gran medida, como decimos, de la tormenta perfecta que ha generado la intervención en Libia y que se ha sumado a la desestabilizadora labor del DRS instrumentalizando en su propio beneficio el terrorismo islámico desde hace ya más de una década.
P.d.: En junio de 2011, la empresa española Gas Natural y la empresa pública argelina Sonatrach alcanzaron un acuerdo sobre el precio de intercambio del gas argelino tras varios años de disputas. Ambas partes se mostraron satisfechas: Sonatrach entró a formar parte del accionarado de Gas Natural, aunque con un porcentaje de acciones pequeño. Por parte de Gas Natural se afirmó que con el acuerdo se evitaban “incertidumbres”. El futuro incierto, desde luego, resulta indeseable. Que se lo pregunten sino a los argelinos. Argelia es el principal proveedor de gas con el que cuenta España. El gas argelino cubre un 37% de nuestro consumo anual. Nuestro segundo proveedor de gas es Nigeria, que nos proporciona un 19% de nuestras importaciones de gas.