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El secreto de el Finado

En mi niñez, la casa de mi abuela estaba rodeada de misterio: desde la oscura bodega con prensas y barriles para el vino, hasta el trastero en penumbra con casi un siglo de cachivaches, todo era un arcano en estado puro. Pero el mayor misterio era sin duda alguna el Finado. En las conversaciones entre los adultos -rigurosamente prohibidas para los niños- y que yo espiaba siempre que podía, a menudo se le mentaba. Los adultos le tenían un respeto reverencial, y muchas de las discusiones terminaban con la frase “¡menos mal que no se enteró el Finado!”.

 

Asumiendo los riesgos de la empresa, me dediqué durante meses -con mas miedo que fortuna- a buscarlo por aquella inmensa casa. Con el tiempo acabé convencido de que vivía tras una puerta permanentemente cerrada en el piso de arriba… Años después supe que tras esa puerta solo había una cocina de leña en desuso, y que el Finado no era otro que mi abuelo, muerto años atrás. Supe además que cuando nací se llevó una extraordinaria alegría, porque así no se perdería el apellido. Con el tiempo también supe que el Finado me había pasado la cuarta parte de mis genes -e incluso todo mi cromosoma Y- (seguramente también algunas de sus ideas, costumbres y gestos a través de mi padre). A veces pienso en como sería el abuelo de el Finado, y en los numerosos abuelos y abuelas de los abuelos y abuelas suyos.

 

Que esa extraordinariamente larga cadena que une a todos mis antepasados no hubiese fallado ni una sola vez, me parece el mayor de los misterios. Todos mis antepasados tuvieron un hijo o una hija. No falló ni el Finado, ni su ancestro Cromañón, ni su ancestro Australopitecino curioso buscador en la sabana dos millones de años atrás…Ni siquiera su más lejano predecesor el pequeño primate, que hace 15 millones de años apostó por mirar la vida a través de sus grandes ojos frontales, ni su ancestro el pequeño mamífero que amamantó a sus hijos oculto en una grieta rocosa mientras los grandes dinosaurios hacían temblar la tierra 80 millones de años atrás.Tampoco falló su ancestro todavía anfibio que ponía huevos en una charca, ni siquiera su antecesor pez celecanto que arrastró sus aletas por la orilla, ni siquiera su ancestro vermiforme arrastrándose en el fango marino hace mas de 600 millones de años, ni siquiera el primigenio organismo unicelular que nadaba en el mar de hace 1.500 millones de años (y que tanto se parece a los que ahora yo estudio como científico), ni siquiera su ancestro arquibacteriano… ni siquiera su ancestro protocelular quizás venido de otros ancestros de lejanos planetas y de quien heredé mi sistema molecular ADN, ARN, proteína 3500 millones de años atrás.Todos vivieron en su tiempo, y murieron cuando les llegó su hora. Pero todos, -absolutamente todos sin que ni siquiera uno solo de ellos fallara-, pasaron con éxito sus genes a sus descendientes durante un período de mas de tres mil quinientos millones de años.

 

¡Menos mal que el Finado no se enteró que no continué su apellido! (nunca tuve hijos biológicos)… Pero lo que más abruma es pensar que he sido yo el que ha cortado una larga cadena de miles de millones de que venía de la noche de los tiempos; la continuidad de millones de ancestros terminó en mi. ¡He roto una enorme serie que equivale en términos humanos a ciento sesenta mil millones de generaciones de ascendientes!… ¿Sabrán perdonarme si les dedico esta reflexión?

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