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El Sereno de Asilah, la medina amurallada

Este texto pertenece a la serie El Sereno de Asilah

Capítulo 1º El lugar

 Aquí comienza la historia de El Sereno de Asilah. La medina se encuentra a 40 kilómetros de Tánger, según bajas, a la derecha. Es blanca y transparente como las olas del mar que la bañan, es misteriosa y sabe guardar los secretos de los enamorados. Como Mogador, como Tombuctú o como la isla de Lemu, cerca de Zanzíbar, y tantas otras. Son espacios que sólo se abren para acoger a quienes caminan con el corazón a la escucha, a los buscadores de luz y de silencio, a las gentes de paz. Encerrada entre murallas, es sabrosa como la sal y dulce como las vigilias de los enamorados.

En esta medina hay un Sereno que recibió el cargo por mensajero real. Como aquel jardinero que quiso llegar cuando ya todos se habían ido porque sólo pretendía ser jardinero de su jardín, de Tagore. En Asilah, las gentes lo conocen y lo saludan con respeto al pasar, pero todos saben que no es hombre de palabras sino de silencios y ellos agradecen que él se ocupe de “abrir” y de “cerrar” las cinco puertas de la medina. Al menos, pueden dormir tranquilos y los niños no tienen pesadillas, ni las mujeres nostalgias ni los hombres urgencias. Todo funciona como debe ser. Cada cosa a su tiempo, como el curso del sol, las mareas y los desplazamientos de la luna.

Esto había escrito yo en mi Blog en septiembre de 2005 para los amigos de CC de la Información UCM  que me habían acompañado en febrero de ese año a un largo viaje de estudios por Marruecos y que, como siempre, se detuvo unas horas en Asilah. Yo había de regresar en agosto para participar en el Mussem y así lo participaba a los bloggers:
Volveremos a Asilah

Acabo de poner el CD Zen garden, la música compuesta por Masakazu Yoshizawa, la que muchas mañanas me acompaña durante la meditación y el silencio. Parece que no tiene nada que ver con el ambiente árabe de Asilah, yo creo que sí. Al menos, sirve para recuperarme, a mí mismo que todavía camino en otra dimensión del tiempo.
Ayer, entré en mi casa de Madrid y me encantó; me gustó su ambiente, su disposición y estructura. Apoyé la maleta y la mochila, y me fui derecho a la terraza a saludar a las plantas y a las flores que, en nuestra ausencia, cuida un jardinero. Todo estaba en orden, fresco, limpio y fragante. Toqué aquí y allá, removí alguna hoja seca y me fui a cambiar. No se puede saludar a las cosas con ropas de viaje.
En África y en otros países de Oriente, cuando llega el viajero se le saluda a la entrada de la ciudad, se le ofrece de beber y agua para sus cansados pies. Después, se le conduce hacia la estancia que se le ha preparado para su descanso. Se le muestra lo que contiene, se le presenta a la persona designada para ayudarle si necesitara algo, y se le deja en paz… para que se recupere. Recuperarse uno a sí mismo… ¡qué de sugerencias!
Al cabo de unos días, depende de las circunstancias, se le va a buscar para presentarlo ante la comunidad que aguarda bajo el árbol de la palabra. Al llegar al centro, se le señala a la persona principal a la que saluda con una inclinación de cabeza, recibida la sonrisa y el gesto de bienvenida, el viajero fuente de noticias, saluda a los tres lados de la plaza restantes. Luego, se le conduce a su asiento que ocupa después de haberse descalzado en señal de respeto. Coloca las palmas de sus manos sobre sus rodillas y espera. La voz del Jefe, rey o mayor notable, presenta al viajero ante la comunidad, explica quién es, sus señas de identidad que no pueden reducirse a los datos de DNI sino a aspectos personales y curiosos que os sorprenderían, su itinerario a grandes trazos, y nunca habla de la razón de su viaje ni comete la grosería de referirse a la fecha de su partida. El Jefe o rey nunca hablan directamente sino por medio de otra persona de su máxima confianza que será la responsable de cualquier error que se produzca – de ahí el origen de que los Reales Decretos vayan siempre refrendados por la firma de un ministro que es el responsable pues el Rey es irresponsable ante la Ley, y así figura en nuestra Constitución.
Después, ofrecen bebida al huésped y flores o alguna tela propia del lugar o un vestido o bastón o un espanta moscas pequeño. Y, el Jefe hace una señal a su portavoz que traduce como el permiso para hablar. Entonces, se suspende el tiempo, ya no hay prisas ni nada más importante que escuchar al viajero. Las madres amamantan a sus niños o los limpian o los mecen, los hombres asienten con sus cabezas, los ancianos permanecen inmutables y atentos a que no se introduzcan elementos de desorden y desasosiego con las palabras del viajero, pues ellos son los depositarios de la justicia que trae la paz y la prosperidad a las gentes. Nunca interrumpirán, pero saben lo que después tendrán que precisar o aclarar en sus ambientes propios…Y así continua un proceso que puede durar horas, pues nada gusta más a las gentes de culturas y tradiciones orales que una historia bien contada.

Así me encontraba yo ayer al regresar de mi viaje a Asilah. Contra mi costumbre, dejé la maleta en el vestíbulo, la abrí y saqué toda la ropa que debería de meter en la lavadora. Después, llevé a mi despacho los casi diez quilos de notas y de libros que traía, abrí ventanas y levanté persianas, me duché y me vestí adecuadamente para caminar descalzo y recuperar mi casa. Sentí como si le debiera algo, la necesidad de darle las gracias por esperarme, por estar todo en su sitio, por los cuadros y los muebles, las alfombras recogidas en verano y los libros, la loza y las porcelanas en la cocina, los dormitorios vacíos, por supuesto, que no hablo con las paredes, pero sabía que caminando entre ellos y con esa sonrisa agradecida que sin duda llevaba se sentían gratificados.
Esa sonrisa… uno de esos días plenos de Asilah, caminaba yo por la avenida de Ibn Kaldum de regreso al Palacio Raissouni, y de frente venían el Ministro de AAEE de Marruecos y Alcalde de la ciudad, Mohamed Benaïssa, acompañado de su séquito, como siempre.
Nos paramos uno enfrente del otro, extendí mi mano para saludar y él dijo en alta voz y con una sonrisa admirada: “Profesor, ¿qué ha sucedido? Votre mine est resplendissant! Vous avez de la lumière dans votre visage!
Le sonreí y comprendió que no me había sucedido nada especial, que sería el rostro de felicidad que habría de tener durante toda mi estancia en Asilah. Por eso, a los pocos días, en otro de esos encuentros en medio de tanta gente en salones y conferencias, se acercó y me dijo: “Vous pouvais rester à Asilah autant que vous voudrez, si vous êtes à l’aise au palais… restez pendant tout le temps que vous désirez!…
Le respondí convencido: “Je suis aux ânges, vous le savez, cher frère, mais je ne voudrais pas abusser de votre hospitâlité… et aussi je dois rentrer chez moi…”
“Je le sais mais vous nous faites l’honneur avec votre presence et vous savez que vous pourrez retourner à Asilah quand vous le désirez!“Je le sais, cher Ministre et ami. Je le sais! ¡Elhamdullah!
Y todos los sabían en Asilah, las gentes, los oficiales, los invitados y los sirvientes.
En la casa del Ministro de Asuntos Exteriores y alcalde de Asilah, Benaïssa, su esposa Lalla, mujer adorable, gran señora en el trato y en la forma de acoger, de atender y de hacer sentirse cómodo a todo el mundo, vestida con uno de sus espléndidos caftanes hablaba a cada uno en su propio idioma. Es dulce y sonríe sin alzar nunca la voz, dirige a todo el servicio con una mirada, no se apresura, se desplaza sin caminar.
Te sientes acogido y agasajado con ese colmo de la hospitalidad que es hacer que el huésped se sienta desbordado por las gracias que le dan ¡por haber venido!
Así fue mi estancia en Asilah, cada día y cada noche, cada amanecer y cada “puesta” de estrellas.
Después de cumplir mis «deberes» como Sereno de la ciudad, cambiado de ropa y desayunado me iba al Centro de Estudios Internacionales Hassan II en donde tienen lugar los cursos de verano de la Universidad Al Moutamid Ibn Abbad, que fuera el cultivado y encantador rey de Sevilla. Personalidades políticas y diplomáticas, escritores y pensadores, profesores y artistas…se reúnen en la paz de Asilah para debatir grandes temas como los que nos ocuparon durante mi estancia aquí de casi diez días.

(Seguirá)

 

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