Como se ha sabido a últimas fechas Estados Unidos, potencia hegemónica en el mundo, realiza las funciones de Big Brother que anticipó seis décadas atrás la novela 1984 de George Orwell. Mientras, se escucha el clamor del silencio de aquellos intelectuales ante el peligro actual contra los derechos y libertades de las personas.
La Guerra fría y la caída del Muro de Berlín en 1989 consagró la certeza histórica acerca del totalitarismo comunista: su Estado tenía tal control de los ciudadanos que éstos carecían de privacidad. La película de Florian Henckel von Donnersmarck La vida de los otros (2006) ofreció la narrativa exacta de tal circunstancia. Lo que entonces pareció una atrocidad inaceptable, sobre todo, para la nueva generación formada en valores democráticos, se muestra ahora un juego de niños al lado del modelo de control y vigilancia que emplea el gobierno estadounidense contra los ciudadanos de todos los países en nombre de sus intereses y “seguridad nacional”.
El programa PRISM que reveló el ex agente de la CIA Edward Snowden deja como herramientas prehistóricas los cables, los micrófonos, las grabaciones y los escuchas de espionaje de la Alemania del Este en la postguerra. El alcance y penetración de los nuevos instrumentos de recolección, análisis y cruzamiento informativo imponen una cartografía emergente a partir de plataformas militares que cancelan el mapa de lo público y lo privado que había existido desde la modernidad.
El manejo de los macro-datos (Big Data) con la finalidad de estructurar el modelo de control y vigilancia señala el tercer paso de la revolución tecnológica en pos del trans-humanismo: la puesta de la persona como simple “unidad” bajo el orden de los sistemas tecnológicos y el dinero, que controlan el ejército estadounidense, la industria armamentista y las grandes corporaciones de la información y la comunicación en su vanguardia.
Antes se dio la implantación de las plataformas militares que condujeron el tránsito de la sociedades industriales a las de la información y, enseguida, se logró el montaje para usos civiles que permite la microfísica digital entre las colectividades y personas, en especial, por vía del consumo de bienes, servicios, mercancías y productos, sobre todo, los artilugios electrónicos.
El fracaso del comunismo o del “socialismo realmente existente”, llevó a los intelectuales ultra-liberales a enaltecer la economía de libre mercado, la globalización, el fin de la Historia, como nueva fe laica que, a decir de algunos de sus teóricos, implica también la ciencia, el razonamiento lógico, la medicina occidental, etcétera, sin detenerse a pensar en el infortunio que puede llevar consigo en la realidad misma cada uno de a tales principios.
El triunfalismo ultra-liberal, que defiende gran parte de los medios de comunicación en lengua española, al igual que sus voceros y analistas, se ha limitado a registrar la noticia de la revelación del nuevo Big Brother sin comentar al respecto ni, mucho menos, tomar una postura contra el modelo de control y vigilancia que ya han adoptado muchos gobiernos del mundo en sumisión al plan estadounidense de envergadura global.
Puede aventurarse que la revolución tecnológica en la vida cotidiana, ese conjunto de ideas y prácticas cuyo emblema es internet, y que promete ya una sociedad o “mundo programable” como utopía aquí y ahora para la gente, insertó en la conciencia humana la fantasía de su propia “neutralidad”. Como nunca antes, ha quedado claro ya que la ciencia y la técnica carecen de ésta: los poderes de la guerra y el dinero están detrás y comienzan a moldear un mundo hacia el futuro donde los derechos y libertades de las personas, tal como los conocimos, son cosa del pasado.