Docenas de turistas escrutan los recuerdos expuestos en la plaza de la Libertad de Budapest. Sus ojos resiguen las fotografías en blanco y negro de clases que no celebraron el fin de curso clavadas sobre alambres de espino; los libros con hojas amarillentas a los que súbitamente les arrancaron sus lectores; un reloj de mesa que hace muchos años perdió el ritmo del tiempo a la una y doce minutos; maletas que se quedaron sin destino ni nadie que las reclamara; zapatos que no tuvieron tiempo de huir, ni siquiera las manoletinas de la talla 34 junto al elefante de peluche rosa que yace cabizbajo con la mirada perdida; llaves de puertas cerradas para siempre; estrellas amarillas que estigmatizaron una pesadilla; retratos de niños con pijamas de rayas; nombres, Csákvar, Pécs, Szikszó, Hort, Sárvar, y años, 1943 y 1944, tatuados en un reguero de piedras que narran la ausencia de los más de 400.000 judíos húngaros exterminados y desaparecidos durante el Holocausto.
Es la memoria depositada por supervivientes, familiares de las víctimas y ciudadanos.
Un hombre alza el móvil y fotografía la estatua que se alza delante del despliegue de recuerdos. Las docenas de personas alzan la cabeza y clavan su mirada en él.
¿Qué diablos está haciendo?
El hombre está fotografiando el memorial compuesto por trece columnas de hasta siete metros, la mayoría semiderruidas, a excepción de las centrales que sustentan el arco con la inscripción “En memoria de las víctimas de la ocupación alemana”. Una amenazante águila negra de cobre sobrevuela el arco con las alas desplegadas y el pico y las garras bien abiertas y se abalanza con sus 800 kilogramos de peso sobre la estatua del inocente arcángel Gabriel, también de cobre, que, con los ojos cerrados, sostiene con la mano derecha y el brazo alzado la presa que persigue el ave, un orbe diminuto con una cruz patriarcal. El águila, que porta un brazalete con la inscripción del año 1944 en la pata derecha, representa a la Alemania nazi, el arcángel Gabriel simboliza al pueblo húngaro y el orbe alude al poder y al gobierno de Hungría.
Es la historia depositada por el gobierno conservador del Fidesz.
En el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Hungría se situó del lado del Eje, pero tras un fallido intento de alejarse de los nazis, el país fue invadido por las tropas germanas el 19 de marzo de 1944. La ocupación aceleró las deportaciones de judíos a campos de exterminio.
El primer memorial es el que capta la atención de los viandantes que pasean por la concurrida plaza de la Libertad, parada obligatoria en el centro de Budapest. Es en esta plaza donde varios días a la semana se reúnen pacíficamente dos grupos, Eleven Emlékmű (Memorial con vida) y Szabadságszínpad (Escenario de la Libertad), para debatir e informar sobre la manipulación histórica de la estatua a la que someten cada día a sitio artístico.
“El monumento reivindica que fue responsabilidad alemana la ejecución de medio millón de judíos, pero nosotros decimos que también fue responsabilidad húngara. Incluso antes de la ocupación germana, parte del holocausto húngaro ya se había hecho”, explica Ferenc Gerloczy, organizador de Eleven Emlékmű. “Cuando los alemanes ocuparon Budapest fueron recibidos con una actitud muy receptiva por parte de la gente, que los ayudó. Por eso, el arcángel Gabriel, como Hungría, no puede ser inocente”, dice Gabor Némethi, uno de los organizadores de Szabadságszínpad.
A tiro de los tradicionales tranvías de la ciudad, el Holocaust Memorial Center de Budapest, que es propiedad del Estado, esclarece la controversia con su exposición principal que recorre los años de opresión que padecieron las comunidades judía y gitana. En 1938 y hasta la ocupación alemana, la Hungría del regente Miklós Horty aprobó cerca de dos docenas de leyes y centenares de decretos contra los judíos privándoles de derechos y libertades y llevó a cabo deportaciones, como la de los 17.000 judíos aniquilados por las SS en Kamenyec-Podolskij, ejecuciones y masacres como la de Délvidék en la que murieron centenares de judíos y serbios.
Después de la ocupación, apenas hubo cambios en los cargos de responsabilidad. “Por cuestiones logísticas, Alemania no podía deportar más de 20.000 o 30.000 judíos húngaros en varias semanas”, dice Némethi. No obstante, los alemanes tuvieron la colaboración de las autoridades húngaras, que el Holocaust Memorial cifra en 200.000 personas entre policía, militares y administración pública, para deportar a 437.000 judíos entre el 15 de mayo y el 9 de julio de 1944, la mayoría a Auschwitz. Éstas fueron las deportaciones más rápidas de la historia del Holocausto.
Al igual que la manifestación artística de la plaza de la Libertad, el Centro está circunscrito por numerosas piedras. “Son el símbolo de los judíos. Las flores se marchitan, en cambio, las piedras siempre permanecen”, explica Sándor Magyari, historiador del Holocaust Memorial.
El activismo de los opositores
Era el último día de 2013 cuando el gobierno comunicó su plan prioritario para construir una estatua “dedicada a la memoria de la ocupación alemana” con el objetivo de “desarrollar en nuestro país una cultura de la memoria”. En una trinchera, el Jobbik, partido de extrema derecha, celebró la iniciativa. En la otra, el MAZSIHISZ, la Federación de Comunidades Judías en Hungría, la repudió y reclamó la necesidad de abrir un debate público sobre el Holocausto.
El 2 de enero de 2014, los opositores organizaron la primera de las manifestaciones contra el memorial. Los asistentes, entre ellos Némethi, se preguntaban: “¿Qué querrá decir? Si fuimos aliados, ¿por qué se hace sobre la ocupación? ¿Cómo será?”.
El gobierno trató de calmar las aguas modificando el nombre anunciado a “en memoria de las víctimas de la ocupación alemana”. Los opositores, todavía disconformes con el significado de la estatua, continuaron manifestándose cada domingo. “Creíamos que impediríamos la construcción, teníamos el apoyo de muchos académicos, historiadores y artistas que decían que era una falsificación de la historia”, afirma Gerloczy. Entre ellos, veintiséis historiadores firmaron una declaración que contenía: “El monumento a las víctimas del Holocausto muestra como víctimas a los perpetradores y colaboradores del Holocausto y mancha la memoria de las víctimas”.
Los opositores se organizaron en las redes sociales. En Facebook, abrieron grupos y páginas de información y debate. Némethi recibió por este canal una invitación para asistir a la Plaza de la Libertad el domingo 23 de marzo de 2014 con objetos simbólicos sobre el Holocausto: velas, piedras, fotografías, prendas de ropa, cerámicas, libros y diarios, flores… La voz corrió y unas 250 personas acudieron a la plaza, pero esta vez, al finalizar el flashmob, depositaron todos los mensajes en el lugar en el que se levantaría la estatua. Lo llenaron de memoria.
“El primer ministro Viktor Orbán pidió que se interrumpiera el debate durante las vacaciones de Semana Santa en las que se celebrarían las elecciones y prometió reemprenderlo después. Los opositores aceptamos”, relata Némethi. En los comicios del 6 de abril de 2014, el Fidesz resultó vencedor otra vez. Dos días después, los trabajadores retiraron los objetos del flashmob, los colocaron junto al edificio colindante y empezaron a cavar la base del memorial. Esa misma tarde, la plaza se llenó de manifestantes, que desde entonces se reúnen en ese lugar cada día laborable de la semana, incluso algún festivo, sumando más de 550 días de manifestación.
En la madrugada del domingo 20 de julio de 2014, envueltos en el silencio de la noche, los obreros dieron por finalizada la construcción del memorial y la policía descubrió el semicírculo que encuadra la estatua. “Me llamaron sobre las dos de la madrugada y me acerqué en bicicleta, pero la calle y la plaza estaban cortadas con vallas”, recuerda Némethi. No hubo presentación oficial y a día de hoy ya nadie la espera, más que la lluvia de huevos que esa misma noche la dio por estrenada. Al día siguiente, Némethi volvió para colocar todos los objetos simbólicos frente a la estatua. Desde entonces, sigue acudiendo a la plaza con el grupo Szabadságszínpad, que hace de centinela y de puesto informativo para informar a los curiosos sobre el memorial. “Es como una cebolla que tiene todas sus capas podridas. Primero, su significado. Segundo, está emplazada en un lugar por donde pasan los coches. Tercero, es costosa, estéticamente horrorosa y la inscripción en hebreo tiene errores gramaticales”.
Reescribir el pasado
“Viktor Orbán ha adaptado la historia a sus intenciones políticas en el presente”, dice el historiador Julián Casanova, profesor en la Central European University de Budapest. Casanova advierte que los distintos bandos ideológicos de Hungría construyen diferentes narrativas sobre la misma historia para posicionarse políticamente y moldear la identidad del país.
La puesta en escena es un elemento esencial en esta construcción. Por eso, además del memorial, el gobierno despejó los árboles de la Plaza Kossuth del Parlamento, quitó las estatuas levantadas después de la ocupación alemana y restauró las anteriores para convertir la imagen de la plaza en un calco de la de la época de Horthy. “Orbán trata de mostrar que Hungría, con Horthy, era un país soberano y bueno que fue invadido por bárbaros, primero por los nazis y después por los comunistas”, analiza Casanova. Desde noviembre de 2013, un busto de Horthy se erige en la entrada de una iglesia de la Plaza de la Libertad, a poca distancia de los dos memoriales.
Sin embargo, la imagen de Eleven Emlékmű es la de dos sillas confrontadas que simbolizan el diálogo entre las diferentes narrativas. “Nosotros somos el monumento vivo, hablamos de los traumas de la historia húngara, cuyos debates aún no han empezado, para no repetirlos en el futuro y para entender qué sucedió”, explica Gerloczsy. Cuando el memorial estaba en construcción, un artista colocó una silla sobre su base y se sentó. Al poco tiempo, apareció otra silla frente a la primera. Luego, las dos sillas se multiplicaron y se abrieron en un círculo en el que se llevan a cabo charlas, entrevistas o debates abiertos sobre el Holocausto y las cuestiones candentes de la sociedad.
En cambio, la narrativa del Fidesz se ha hecho ley sin debate abierto. En 2011, el gobierno conservador aprobó la ley básica o Constitución, el preámbulo de la cual incorpora:
“Negamos cualquier prescripción por los crímenes inhumanos cometidos contra la nación húngara y contra sus ciudadanos bajo las dictaduras nacionalsocialista y comunista (…) Fechamos la restauración de la libre determinación de nuestro país, perdida en el decimonoveno día de Marzo de 1944, en el segundo día de Mayo de 1990, cuando se formó el primer órgano libremente elegido de representación popular”.
Némethi interpreta que la estatua es la representación de este texto. “La Constitución viene a decir que Hungría perdió la independencia tras la ocupación nazi y no es responsable de lo ocurrido desde entonces hasta la desintegración de la Unión Soviética”. Este periodo incluye a las 473.000 personas deportadas y las torturas, ejecuciones y masacres a orillas del Danubio que llevaron a cabo los seguidores del Partido de la Cruz Flechada húngaro tras la ocupación.
András Heisler, presidente del MAZSIHISZ, coincide con este diagnóstico. “La narrativa constitucional está lejos de la experiencia histórica de la comunidad judía. No nos callaremos ante esta especie de supresión de responsabilidades porque estamos unidos a la memoria de los 600.000 judíos húngaros mártires que fueron masacrados con la cooperación del Estado húngaro. No participaremos en ninguna relativización del Holocausto”.
Estas decisiones del gobierno están enmarcadas en un contexto de cambio político. La crisis económica y las tensiones sociales de los últimos años han disuelto el centro y a los partidos de izquierda, han consolidado a los conservadores en el poder y han aupado a la extrema derecha del Jobbik que pugna con los socialistas por ser la segunda fuerza más votada del país. “Desde hace diez años, el Jobbik es muy potente entre los estudiantes”, comenta Gerloczy. Raras veces acuden jóvenes a las reuniones y eventos en la plaza de la Libertad.
“Debido a los votos de protesta del Jobbik, su discurso intolerante se está filtrando en el discurso de la política húngara y gana espacio en los medios de comunicación”, indica Heisler. Uno de los efectos de esta intransigencia es el leve aumento de los prejuicios contra los judíos. “La sociedad húngara no considera tan importante luchar contra la intolerancia y esto estimula a los antisemitas, que parecen ser más fuertes”. La mitad de los seguidores del Jobbik son extremadamente antisemitas, subraya el estudio Prevalence of Anti-Semitic Prejudice in Contemporary Hungarian Society (2014) del Instituto Brussels. El Jobbik tiene relación con grupos extremistas y neonazis, señala el análisis de la European Commission against Racism and Intolerance (ECRI) en Hungría (2015).
Al contrario que los manifestantes y el MAZSIHISZ, más de la mitad de los húngaros consideran que el debate sobre el Holocausto debería retirarse de la agenda, expone el estudio del Instituto Brussels, aunque uno de cada tres niegue que Hungría tuviera responsabilidad en la persecución de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
De esta manera, las diferentes narrativas de la sociedad húngara que parten de un mismo punto, se separan y se alejan, mantienen una disputa por la construcción de la identidad del país. La historia sigue escribiéndose, o mejor dicho, reescribiéndose, y la memoria se arma como una fortaleza inexpugnable. A ella se acogen los manifestantes de la Plaza de la Libertad para debatir abiertamente estas narrativas. Lo que piden es comprender el pasado para que la historia no vuelva a tropezarse.
Álvaro Palomo, nacido en 1992, se define como un periodista que intenta dedicarse al periodismo.