La avidez es innegable. Todos quieren conocer al público para poder satisfacerle mejor, engatusarle, seducirle, atraerle, convencerle, aprovecharle, sacarle partido, entretenerle… Como escribe Rocío de la Villa en un artículo en el «cultura/s» de «La Vanguardia»: «¿A qué tipo de público pertenece usted? Esta es la pregunta que se hacen políticos, fabricantes y comerciales y también las instituciones culturales, todos ávidos de público». De la Villa recalca que en las políticas artísticas de los museos de arte contemporáneo (y en ese enunciado ya parece advertirse un punto de convergencia entre políticos, artistas, instituciones y comercio) coexisten hoy dos opciones: «Los que trabajan desde la premisa de la autoridad ‘neutra’ de la institución, que se comporta como los productos artísticos que muestra suponiendo su autonomía atemporal y, en consecuencia, contando con el ‘gran público’ abstracto. Y quienes se marcan como objetivo identificar segmentos de público, dotándoles de cuerpos -y sus perfiles concretos, locales, de clase social, de sexo y de raza- e incluso fomentando su participación en el surgimiento de contraesferas públicas, entendiendo la función de arte como oposición a la ‘industria cultural’ de Adorno y la ‘sociedad del espectáculo’, de Debord». Esta nutrida y nutriente exposición parece confirmar que se acabó el tiempo de las provocaciones de los años sesenta y setenta del siglo pasado. ¿Y a qué clase de público aspira a atraer o persuadir FronteraD?