Días después de que secuestraran a su hermano, Reinaldo soñó con Chávez: “Estaba sentado ahí en frente [en su salón]. Era tan real. Le grité que iba a matarlo y el presidente sacó una pistola de oro y la puso sobre la mesa. Yo quería disparar pero no podía. Miraba el arma y lo escuchaba a él. El presidente hablaba y hablaba. Deseaba asesinarlo pero sonaba tan convincente… No pude apretar el gatillo”.
Un empresario venezolano de clase acomodada y próximo al discurso de la oposición chavista me contó este sueño en su casa en Caracas. No hablábamos sobre el auge de los secuestros exprés en la capital venezolana –que según el diario El Universal, que contabilizó los ocurridos entre el 27 de abril y el 1 de mayo, son una media de diez al día– sino sobre el don del presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, para conectar con su pueblo.
“Marisabel, te voy a dar lo tuyo”
Con cerca de 4 millones de seguidores en Twitter (@chavezcandanga), Chávez ha sido uno de los mandatarios contemporáneos más mediáticos. Desde que pronunciara el famoso “por ahora” en televisión durante el golpe de Estado del 4 febrero de 1992, no han cesado sus estrambóticas apariciones mediáticas. En ¡Aló, Presidente!, el programa que conducía, desde 1999 hasta su reciente enfermedad, ha llegado a hablar en directo más de 8 horas seguidas (el 23 de septiembre de 2007), con una espontaneidad que cosecha tantas pasiones como bochornos. Ya sea sobre una molesta diarrea o con una dedicatoria a su esposa un día de los enamorados (2000): “¡Marisabel, prepárate, que esta noche te voy a dar lo tuyo!”, dijo en directo.
El pasado 10 de enero podría haber sido otro momento para la memoria televisiva venezolana. Ese día, Chávez, convaleciente en La Habana, debido a una compleja operación –la cuarta– realizada el pasado 11 de diciembre, tendría que haber jurado el nuevo mandato. En Caracas ya se sabía que el presidente no acudiría a la cita. Tampoco hubo imagen televisada desde el hospital ni mensaje tranquilizador.
Viajé a Caracas ese día, en una semana en la que hubo más periodistas que exclusivas en Venezuela. Este es el diario de un viaje al chavismo sin Chávez.
10 de enero. En el aeropuerto Internacional de Maiquetia, en Caracas, dos celebridades, en carteles de grandes dimensiones, reciben a los pasajeros: el presidente Chávez, rodeado de niños judokas, y Cristiano Ronaldo, que anuncia un banco. Venezuela para todos los gustos.
No cambio dinero, lo haré más tarde. Los extranjeros que llegan a Venezuela lo hacen advertidos sobre el “control cambiario”, un decreto impuesto por el gobierno en 2003 para evitar la fuga de capitales que en teoría se traduce en un riguroso proceso de obtención de divisas y en la práctica en dos mercados: el oficial –un euro equivaldría a 5,8 bolívares– y el negro –con el euro hasta a 25 bolívares, según la web La lechuga verde, en la que los venezolanos conocen el precio diario de la lechuga (dólar paralelo) o la lechuga europea (euro paralelo)–.
A esas horas, la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, símbolo de orgullo venezolano, actúa en el teatro Teresa Carreño de Caracas, en honor al presidente.
Rafael Espinosa, un músico de 33 años, de coleta larga y enroscada, es uno de los 250 coristas que interpretan la Novena sinfonía en re menor ante varios presidentes latinoamericanos, el vicepresidente Nicolás Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello.
Espinosa me recibirá días más tarde en el núcleo Los Chorros de Caracas, en el que unos 900 alumnos, la mayoría de pocos recursos, estudian música. El director, Lennar Acosta, un joven de aparato en los dientes y gafas de pasta, reconoce que ese centro antes fue un reformatorio en el que él mismo se crió: “Si no me hubiese dedicado a la música estaría muerto”, sentencia para zanjar el asunto.
Venezuela es, junto a Argentina, Chile, Perú y Brasil, uno de los países de la región que lograron los mayores avances en la reducción de la pobreza, según la UNESCO, pero también el tercer país más violento del mundo –por encima de México y Colombia–, con 48 homicidios por 100.000 habitantes, según Naciones Unidas.
Las 3 uves no resueltas
La violencia es una de las tres uves no resueltas en Venezuela. Las otras dos son la vivienda y el VIH.
Un helipuerto sobre el mayor rascacielos okupa del mundo es la metáfora perfecta del problema habitacional que sufre el país. Se encuentra en la Torre de David como se conoce el edificio Cofinanzas de Caracas, en honor a su creador, David Brillembourg. Un rascacielos de 45 plantas, ocupado ilegalmente, en el que viven más de 3.000 personas desde hace cinco años.
El rascacielos okupa dispone de iglesia, cancha de baloncesto, parking, talleres de costura y hasta peluquería. En la última Bienal de Arquitectura de Venecia fue galardonado con el León de Oro como modelo de autogestión, lo que causó gran polémica.
Para la artista venezolana Ángela Bonadies, que junto a Juan José Olavarría documentó la realidad del rascacielos durante tres años en un blog, ahí “se puede ver el fracaso del capital y la industria privada, así como del Estado, como ente paternalista y populista”. Leonell, el peluquero de la torre, prefiere no hablar de política.
Dos millones de casas es el actual déficit de vivienda que calcula el gobierno venezolano. La Misión Vivienda Venezuela pretende erradicar esta cifra en 2017. Otras medidas han sido algo más controvertidas, como la de alojar a los damnificados de las inundaciones de finales de 2010 en la planta primera de los hoteles de lujo de Caracas, donde hasta hoy siguen hospedados, o el llamamiento de Chávez a ocupar edificios ociosos: “¡A buscar galpones, compadre! Hay mil, dos mil galpones abandonados en Caracas”, espetó el presidente en enero de 2011.
15 de enero. Visito la Torre de David el mismo día que el vicepresidente Nicolás Maduro, en nombre de Hugo Chávez, preside la sesión ordinaria para la Rendición de Memoria y Cuenta del 2012 en la Asamblea Nacional. En las inmediaciones del parlamento, centenares de venezolanos con sus camisetas rojas asisten al acto retransmitido en unas pantallas instaladas en la calle. Algunos voluntarios reparten galletas, carteles en forma de corazón y pósters de Chávez abrazado a unos niños. Cuando aparece Maduro, una joven grita a la orquesta para que detenga la música. Todos quieren escucharlo menos un anciano que vende bolígrafos: “Ese Maduro no me gusta nada”, dice para sí mismo, con una sonrisa que deja ver el hueco de los dientes que le faltan. Acaba el acto y sigue la música. Vuelve la pregunta: ¿Hay chavismo sin Chávez?
Si falta Chávez, “después de varias semanas de consternación de una gran parte de la población, estamos todos obligados a apostar por la paz de la nación, para que no se den brotes de violencia que pudieran llegar a extremos de parecerse mucho a una guerra civil”, advierte con gesto serio Miguel Ángel Rodríguez, diputado de la oposición y controvertido periodista de la extinta cadena RCTV. Añade subtítulo a la frase: “Y eso pasa porque los alfiles de Chávez cesen en su incitación al odio”.
Rodríguez, desde un despacho de la Asamblea Nacional, Constitución en mano, hace un repaso del famoso artículo 231 –que regula las ausencias temporales y absolutas del presidente de la República– e insiste en que le gusta “llamar a las cosas por su nombre”. En 2006, cuando la cadena CRTV fue clausurada por el gobierno de Chávez, acusada de impulsar el golpe de Estado de 2002, el presidente del Asamblea Nacional venezolana, Diosdado Cabello, se refirió al periodista como el “loco que todas las mañanas parecía tomarse un frasco de veneno y estaba enfermando al país”.
“No sé si Osama Bin Laden calzaba tal grado de peligrosidad para la humanidad como yo”, ironiza Rodríguez, que asegura que durante el gobierno de Chávez, “se cerraron más de 34 radioemisoras por razones políticas y varias televisiones regionales”. Reporteros sin Fronteras sitúa a Venezuela en el puesto 117 de 179 países en su ranking mundial sobre la libertad de prensa de 2013.
Algunas de las teorías que defiende el diputado de la oposición en esta entrevista es que, durante el discurso del 8 de diciembre, Chávez propuso a Maduro “como candidato, no como presidente”, y que “a Chávez lo reventaron en una campaña electoral”. También que en esta transición, “las fuerzas armadas nos plantean un gran dilema”. “Yo espero que, en su mayoría, los uniformados de nuestro país hagan respetar la Constitución”, puntualiza.
Pueblo no tumba gobierno
Los uniformados –como se refieren los venezolanos peyorativamente a los militares– parecen una pieza clave en el puzzle post-Chávez. Un refrán en Venezuela dice: “Pueblo no tumba gobierno” –“lo tumba el ejército”, aclara Reinaldo, el empresario que soñó con la pistola de oro–.
En 2001, en un perfil sobre Chávez del periodista Jon Lee Anderson, publicado en The New Yorker (The Revolutionary), un exgeneral, presidente del Frente Militar Institucional, Ochoa Antich, se apresuraba a vaticinar un desenlace en verde oliva: “Soy de los que creen que, a la larga, las fuerzas armadas serán el factor que desestabilizará el régimen de Hugo Chávez (…). Eso es lo que pasará, porque es lo que siempre ha pasado en Venezuela”, afirmaba.
16 de enero. Del bolsillo de la camisa del almirante Orlando Maniglia asoma una pluma Parker. “Algunos creen que porque a uno le guste vivir bien no se puede ser socialista”, puntualiza, antes de iniciar la conversación. De un cuadro de la pared cuelga una imagen suya junto al presidente de su época en el Gobierno. Maniglia es un exministro de Defensa aficionado a la radio, de cabello peinado para atrás y dotes de docente. El pasado febrero, algunos medios barajaron su nombre como un posible sucesor de Chávez. “Honestamente siento que ese rol no es para mí –se justifica–, de ser así ya me habría lanzado a la gobernación de algún estado”.
A Maniglia lo que le gusta “es el mundo marítimo portuario”, al que ahora se dedica, y la historia militar de su país, sobre la que da clases.
—Dicen que la historia se repite, ¿podría repetirse algún episodio de la historia reciente de Venezuela? Un golpe de estado, por ejemplo, en caso de que Chávez… –no acabo la frase.
—Yo no lo veo. Los procesos del 11 de abril y 27 de noviembre dejaron lecciones puertas adentro en las fuerzas armadas –sentencia el exministro.
—¿Qué lecciones? –insisto.
—Las lecciones de que los esfuerzos que se hacen en un país tienen un costo e irse a un golpe de estado tiene un costo. Si ganas, lo ganas todo; pero si pierdes, lo pierdes todo. Además, hay mecanismos dentro de la Constitución que responden a qué hacer en la ausencia del presidente. Está la figura de un vicepresidente que antes no existía –afirma.
Maniglia también tiene a mano la Constitución. La saca. No caben más papelitos amarillos en el libro que señalan los puntos importantes. Me explica su teoría, en este caso, en referencia al artículo 335: “El tribunal supremo de justicia garantizará la supremacía y efectividad de las normas y principios constitucionales y será el máximo y último intérprete”, lee en alto. Por tanto, agrega: “Se actuó como establece la norma”.
Ese mismo día, por la tarde, los docentes chavistas celebran el Día del Maestro en la plaza Bolívar de Caracas. El doctor Omar Hurtado Rayugsen, de 67 años, exdirector del Instituto Pedagógico de Caracas, que participa en el acto, insiste en que “por fin en Venezuela se ha reconocido el derecho al estudio”. “Más de 1 millón 700 mil estudiantes se han incorporado a las aulas desde la llegada al poder del presidente Hugo Chávez”, aseguraba el viceministro venezolano de Desarrollo Académico, Rubén Reinoso, durante una presentación en Naciones Unidas, el pasado año, en la que hizo referencias a los resultados de las llamadas Misiones Educativas: desde el 2001 al 2011, la matrícula aumentó en la educación inicial del 46,4% a 71,4%, en la educación primaria del 90,7% al 93,2% y en la educación secundaria del 53,6% al 73,3%.
En la oposición critican la ideología implícita, dicen, en el modelo de enseñanza. Una de las principales protestas fue la campaña llamada Con mi hijo no te metas, una consigna creado por sectores de la oposición en 2001 que vuelve a resurgir en torno a la Resolución 058 que crea y regula la organización de las comunidades educativas a través de la figura de los Consejos Educativos.
El silencio mata en Venezuela
En las escuelas de Venezuela “existe un tema tabú por el que es mejor pasar de puntillas, el VIH”, explica Feliciano Reyna, presidente de la organización Acción Solidaria. Es la tercera uve no resuelta en el país. Su pareja murió de ella, con 30 años, el 30 de julio de 1995. Solo unos meses después, Feliciano inició este proyecto.
En 2007, “como el silencio estaba produciendo muertes”, organizó la primera campaña. Lo rememora en una luminosa sala de la organización, donde critica que en Venezuela “ni siquiera hay cifras oficiales, son datos a bulto”. Naciones Unidas coloca a Venezuela en la lista de países que “no presentan cambios porcentuales y/o que evidencien un decrecimiento en al menos un 25% en el número de personas que mueren por causas relacionadas al sida” (2005-2011).
19 de enero. El director de prensa del Ministerio de Interior y Justicia, Jorge Galindo, tuitea: “Confirmado por el OVSC ayer 0 homicidios en Caracas. Seguimos avanzando en Seguridad”. Los medios desmienten la información horas más tardes.
21 de enero. El béisbol roba espacio a la política en las portadas de los periódicos. En la plaza Bolívar, unos jóvenes pasean un ataúd de cartón que simula la muerte de los leones, derrotados en el partido. “Van cuarenta y cuatro días de silencio presidencial”, titula el diario El Universal, en segunda página.
En el Museo Caracas los artistas venezolanos pintan a Chávez. Se trata de la exposición Chávez vive y vencerá, de la Red Bolivariana de Artistas Plásticos de Venezuela. Los cuadros emulan al presidente en todas sus formas y colores: con soles, con boina roja de paracaidista, junto a la Constitución, dentro de un televisor junto a una hienas, que recuerda el golpe de Estado del 92. Uno de los artistas se despide de mí con unas palmaditas en la espalda: “Siento mucho lo que está pasando en tu país”. Se acerca el final de mi viaje.
En el metro leo un viejo libro que compré en una Librería Socialista del centro, que ofrece todo tipo de ediciones de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y alguna que otra reliquia. Ojeo Todo un pueblo, de Miguel Eduardo Pardo (1899). Ese pueblo es Caracas, “desigual, empinada, locamente retorcida sobre la falda de un cerro (…), castigada por lluvias torrenciales, por inundaciones inclementes, bullanguera, revolucionaria y engreída”.
Han cambiado los carteles de la plaza Bolívar. En los nuevos, bajo un Chávez pletórico que hace el saludo militar, se lee: “Chávez invicto (2013-2019)”.
Lola García-Ajofrín es periodista. En FronteraD ha publicado Hace un año Mohamed Bouazizi se suicidó a lo bonzo e incendió el mundo árabe