Vaya por delante que Xoel no es para quien escribe estas líneas un artista más. Es uno de los más preciados. Por una cuestión meramente generacional discos como Fin de un viaje infinito (2006) o Reconstrucción (2008) me acompañaron en esa etapa de pureza, dudas y descubrimientos que es la adolescencia. Recuerdo muchas tardes de domingo completamente fascinado ante el televisor con el deuvedé editado junto a Reconstrucción. El refinado pop de Deluxe y unos oídos tan ávidos de nuevos sonidos como vírgenes al mismo tiempo monopolizaban con frecuencia el salón. Intuyo también que los libros de la estantería rojiza, de Umbral, de Vázquez Montalbán o de Philip Roth estaban también muy agradecidos ante lo que veían y escuchaban por obligación desde un ángulo privilegiado del hogar.
Fantaseaba entonces con asistir a uno de sus conciertos, pero sabía que habría que esperar un tiempo. Quería formar parte de esa multitud de caras sonrientes que se desgañitaban con “Réquiem”:
¡No! ¡No fui yo! ¡No fui yo!
¡No! ¡No! ¡No fui yo!
¡Nooo! No! ¡Nonononononooooo!
Años después, en la plaza del trigo de Aranda de Duero, en un concierto acústico de Xoel junto a Lola, su actual mujer, fui parte activa del tradicional gentío que llenaba la plaza, tan especial para muchos, mientras sonaba “Réquiem”. Me acordé también entonces del deuvedé de La Riviera, del salón de casa y de todas esas mañanas lectivas en las que, incapaz de llevar mi mano sobre el botón de stop del radiocasete, acababa llegando tarde a primera hora.
Anoche en la Joy Eslava no sonaron apenas canciones de Deluxe. Porque aunque sólo han pasado siete años desde que Xoel pusiera fin al proyecto de Deluxe, las cosas han cambiado notablemente en su carrera. Y en mi opinión, lo han hecho para bien. Porque las canciones de esta nueva etapa muestran su capacidad para empaparse de todo aquello que le rodea, sin importarle las etiquetas. Tanto Atlántico como Paramales vienen a confirman su gran apertura de miras, esa tan poco habitual falta de prejuicios, que ha caracterizado su discografía desde los comienzos con Elephant Band a finales de los noventa.
Pero más allá de su cosmopolitismo artístico, fuera ya de toda duda, Xoel hizo ayer gala de un talento excepcional. Un talento que le permite incorporar con total naturalidad muchos de los sonidos que, rezagados quizás en algún lugar de su educación musical, han salido a relucir durante sus interminables viajes por las Américas.
Anoche Xoel dio un auténtico recital de principio a fin. Empezó con “Paramales”, la canción que abre el disco y que sirve como puente ideal entre Atlántico y Paramales. Es además un bonito adiós a su etapa en Buenos Aires, con esa forma de narrar marca de la casa, a medio camino entre la fantasía y lo real, donde las lunas besan volcanes y hay orgías de pingüinos salvajes. En la parte final, el batería hace vibrar los platos y Charlie Bautista clava con ímpetu sus manos sobre las teclas del piano. Mientras Xoel, acompañado por los coros angelicales de Lola, expulsa enternecido una sus mejores estrofas.
Y al regresar el mismo decorado
Pero con un guión totalmente distinto
Las mismas caras, los mismos caminos
Ahora todo es igual pero nada es lo mismo
A partir de ese momento todo iría rodado. A continuación vendría “Hombre de ninguna parte”, o lo que es desde hace tiempo un himno. Cuando llega “Alma del norte” Xoel se mueve con estilo y sin instrumento alguno alrededor del escenario. Observa a sus músicos y no puede evitar la sonrisa. Es el primer concierto de la gira y suenan como si llevaran seis meses de gira. Están en estado de gracia. Con “Por el viejo barrio” la melancólica sonrisa de la felicidad se instala también entre la audiencia. Sonaron más adelante otras novedades, como “Antídoto”, “Sol de agua”, “Ningún nombre, ningún lugar” o “A serea e o mariñeiro”. También dos canciones de Deluxe, “Que no” y “Reconstrucción”. Pero esa sensación de júbilo y la emotividad de la cita se mantuvieron intactas a lo largo de la tórrida noche de verano.
No es baladí que el propio Xoel a la hora de explicar el título del nuevo álbum en las entrevistas haga referencia al poder curativo de la música. La música, afirma, ha sido siempre para él “una ayuda, una especie de amuleto o antídoto para combatir los vacíos, la soledad…”. Podemos decir que esa forma tan legítima de aproximarse a la música es además altamente contagiosa y se transmite fielmente.
Ayer, cuando sonaron “Reconstrucción” y “Que no”, no pude evitar volver a las tardes sentado frente al televisor. Como lo había hecho también en algún Sonorama o como sucedió la noche que me despedí de ella para siempre, mientras los fuegos artificiales iluminaban nuestras resquebrajadas siluetas sobre la colina y sonaba ‘Song for Ana’. Al mismo tiempo, curiosamente, me vino a la memoria aquel libro tan famsoso de Mark Oliver Everett, más conocido como Eels, Cosas que nuestros nietos deberían saber. Hacia el final de la novela, Everett describe así lo que sentía mientras daba un concierto en el Royal Albert Hall de Londres:
Miro al público, al mar de rostros anaranjados por las luces del escenario, y me siento arropado. Estamos todos bien jodidos, pienso, y no hay mayor verdad que ésa. Todos tenemos alguna historia bien jodida de nuestras vidas, y no hay nadie viviendo el cuento de hadas que la tele nos hizo creer que viviríamos de mayores cuando éramos pequeños.
Puede que Xoel, como muchos de nosotros, se haya sentido así en determinadas circunstancias, bien sea desde un escenario o desde cualquier otra faceta de la vida. Sin embargo, la música sigue ahí, al alcance de nuestra mano, para seguir acompañándonos en un viaje fascinante. El mismo viaje que Xoel propone a través sus canciones, del que algunos decidimos hace un tiempo formar parte. Unas canciones que nunca sabremos hasta cuándo nos seguirán acompañando. Quién sabe, quizás para siempre.